Han pasado más de 150 días desde que Villa La Angostura dejó de ver a Carlos Ancapichun caminar con su andar pausado por las calles de Cumelén. El experimentado cuidador —76 años, reservado, querido por vecinos y comerciantes— salió de su casa el 13 de junio rumbo a Entre Lagos, Chile, para un trámite que él mismo hacía cada tanto: renovar su certificado de supervivencia. Aquel viernes parecía uno más. Fue el último.
Desde entonces, su esposa, Marisol Coronado, repite una frase que no se desgasta: “A Carlos no se lo tragó la tierra”. La mujer, que ya recorrió rutas, oficinas judiciales y la montaña con voluntarios, ve con claridad lo que la justicia chilena aún no puede confirmar: “A mi esposo lo mataron”.
Ese 13 de junio, Ancapichun cruzó la frontera temprano. Visitó familiares y, según la reconstrucción de la mujer, llegó alrededor de las 14.30 a la casa de su hermanastro en Entre Lagos. Lo recibieron su medio hermano Segundo, su cuñado y un sobrino. Lo vieron entrar. Nadie pudo explicar por qué nunca salió.
Tres días después, la Policía chilena encontró su camioneta estacionada, cerrada y sin signos de violencia. Adentro, todo: las llaves, la documentación, el celular y sus botas. Ese detalle marcó para Marisol un antes y un después. “Carlos no daba un paso sin esas botas. No las dejó ahí por voluntad propia”, sostuvo más de una vez.
La camioneta fue devuelta sin peritajes exhaustivos y sin preservación de huellas, algo que la familia considera uno de los grandes errores iniciales. Tampoco se aseguró el volante, ni se analizaron fibras, ni se selló la escena. “Se perdió tiempo clave”, insiste la mujer.
Cámaras borradas y horarios que no cierran
El hallazgo de las cámaras de seguridad en la zona profundizó todavía más las dudas. Había ocho dispositivos que podían reconstruir al menos parte del derrotero de Ancapichun. Pero cuando la familia pidió las grabaciones, la mayoría ya habían sido eliminadas.
Solo dos registros sobrevivieron. En ellos, la camioneta aparece entrando y saliendo en horarios que contradicen la versión de los familiares que lo vieron.
“¿Por qué su vehículo figura circulando el sábado a las 19.45 si él desapareció el día 13?”, reclama Marisol. Ninguna respuesta llegó.
La herencia que encendió una nueva hipótesis
Con el correr de los días, la investigación derivó en un posible móvil: una disputa por una propiedad familiar en Chile. Según la esposa, la madre de Carlos había dejado una casa en Entre Lagos que terminó en manos de uno de sus hermanos. El cuidador quería venderla y repartir el dinero entre los más necesitados del clan. Esa intención habría generado tensiones antiguas que, en opinión de Marisol, pudieron desembocar en algo más grave. “No tiene hijos. Creyeron que nadie iba a pelear por él”, expresó.
La Fiscalía chilena no descarta la intervención de terceros ni un posible crimen. Pero las pruebas firmes siguen sin aparecer.
Mientras la causa oscila entre avances y retrocesos, la comunidad de Villa La Angostura mantiene las búsquedas. Cada semana, vecinos y voluntarios recorren senderos, bosques y áreas montañosas. Incluso llegaron a Antillanca guiados por una psíquica que colaboró en el caso del ARA San Juan. Un punto señalizado en la nieve se convirtió en la última esperanza, aunque el clima impidió avanzar.
La situación trascendió las fronteras y llegó incluso a la Casa Real de los Países Bajos. Carlos había conocido a Máxima Zorreguieta antes de que ella se casara, cuando adquirió la propiedad en Cumelén. Desde entonces, él se encargaba del mantenimiento de la casa.
“Lo voy a encontrar”
El paso del tiempo desgasta, pero no derrumba a Marisol. La mujer recorre Chile y Argentina con una carpeta que mezcla recortes, fotos, mapas y anotaciones. Golpea puertas, insiste, repite, se quiebra y vuelve a empezar. “Yo sé que lo voy a encontrar”, afirma, con el tono de quien convirtió el duelo en una misión.
El caso de Carlos Ancapichun se volvió una historia inquietante en la frontera patagónica: un hombre querido, una desaparición que no encaja con ninguna explicación sencilla, una investigación desordenada y una familia que apunta a un conflicto íntimo como detonante.
Mientras la justicia avanza, el misterio sigue intacto. Y Marisol, cada día, vuelve a la montaña con la misma convicción: no dejar que la historia de su esposo quede enterrada bajo el silencio.