Pocos sonidos son tan crueles como la voz resquebrajada de un niño pidiendo ayuda. Un hilo que se corta casi solo, un vaso que cae con violencia y se parte en mil pedazos. Eso pasó en Roca donde un nene de apenas 10 años pidió ayuda desesperado al 911. Allí, desde una casa del barrio Chacra Monte, su infancia era ese vaso: “Mi papá está golpeando a mi mamá”, dijo.
La policía llegó rápido. Calle El Jarillal al 900, en la penumbra de una ciudad que duerme mal. Una casa modesta, con la luz del comedor encendida y los gritos saliendo por las rendijas como vapor de olla. Tocaron la puerta. Del otro lado, una mujer con la cara ensangrentada les abrió como pudo. Había recibido un cabezazo en pleno rostro. Lo dijo como quien ya no espera consuelo, apenas reacción.
Dentro de la casa, el hombre, de 48 años, todavía respiraba agitado. Los ojos fuera de eje, el pecho inflado de violencia. Los efectivos del Destacamento 177 lo esposaron sin resistencia. No hacía falta decir mucho. Ya había hablado con su cuerpo.
“La mujer tenía lesiones visibles. Fue trasladada al hospital para su atención, mientras contuvimos al menor que presenció todo”, informó a la prensa el subcomisario Óscar Parada.
Pero ningún parte policial puede registrar lo que en verdad pasó ahí. Cómo se siente un chico al esconderse detrás de una puerta, al decidir que el miedo no puede más y tomar el teléfono. Ese segundo en que la niñez se le desarma como una frazada vieja. Cómo fue que entendió, a los diez años, que si no llamaba él, nadie lo iba a hacer.
Lo que dejó la noche en Chacramonte no es solo un detenido. Es un hogar quebrado, una mujer golpeada y un chico que aprendió demasiado temprano a pedir ayuda. Y eso —que es tan difícil de escribir sin apretar los dientes— también es noticia.