La mañana de sábado en el Hospital Horacio Heller de Neuquén no fue la típica calma que uno espera en un centro de salud. La tensión se mascaba en el aire, pesada como una tormenta a punto de estallar. Un hombre, esposado y bajo la mirada implacable de la policía, esperaba atención médica después de un encontronazo que lo había dejado malherido.
Pero la paciencia no era su fuerte. En un descuido, intentó escapar. Corrió hacia la salida como si la libertad fuera el único aire que podía salvarlo.
En su desesperación, rompió la puerta principal, un golpe seco que retumbó en los pasillos y despertó a médicos y pacientes. La fuga fue corta, frenada en la vereda por la fuerza implacable de los policías que no le dieron un segundo para respirar.
Tras un breve forcejeo, lo redujeron, devolviéndolo al frío abrazo de la justicia, en la Comisaría 18, donde volvería a enfrentar su destino.
El hospital quedó en silencio, con la conmoción pegada a las paredes y el eco de pasos apresurados. Nadie habló mucho sobre los motivos que trajeron a ese hombre hasta allí, ni sobre sus heridas. Lo único cierto es que, por un instante, la rutina se rompió y la libertad estuvo a punto de ganar.