A fines de la década del noventa, durante el tercer mandato del MPN en Plaza Huincul, se creó a instancias del poder político, una asociación civil para -en teoría- ayudar a solventar y promover las actividades del museo Carmen Funes, en ese entonces tan sólo un poco más que una pequeña sala expositora ubicada enfrente del edificio municipal.
Oficialmente, la fecha de su contrato social figura el 15 de agosto de 1998, y la de su fecha de inscripción el 9 de noviembre de 1999.
Sin embargo, y a pesar de que el hecho pasó casi desapercibido para la sociedad huinculense, entre el 2005-06, se hicieron públicos una serie de artículos en donde se demostraba que dicha asociación no sólo carecía de libros contables ni actas -al menos que se hubieran relevado oficialmente-, sino que sus integrantes eran la mayor parte empleados municipales de planta política cercanos al partido provincial, o bien contratados y exfuncionarios.
Así, en el listado de la entidad, ubicada en Campamento Central 639 y en la Av. Córdoba 55 de Plaza Huincul, figurarían notorias personas públicas de la política de entonces. Muchos de ellos, agentes municipales de ambas ciudades petroleras; el listado incluye exintendentes, exdiputados y diversos funcionarios de entonces y algunos en actividad.
Las sospechas sobre la utilización de esta asociación como presunta «tapadera» para justificar y blanquear los supuestos ingresos de la comercialización de elementos paleontológicos del propio museo (ya que al menos tres de los agentes mencionados pertenecían a ese área de trabajo), así como de cobros por diversos servicios dentro de la esfera de la institución municipal, se trasluce no sólo en las poquísimas asambleas (sólo dos) que dicha asociación habría llevado a cabo, sino en que la mayoría de los socios integrantes de la misma ni siquiera se acordaban de su existencia. Sin embargo seguía operando hasta por lo menos 2008.
Cuando el paleontólogo Rodolfo Coria comenzó a firmar como director del museo, pasó a tener tratos con diversas fundaciones norteamericanas, las que habrían aportado cuantiosos fondos destinados a las investigaciones y excavaciones de fósiles, las que tuvieron lugar con extranjeros e integrantes del propio museo y que se presume que varias de esas sumas fueron depositadas en cuentas a nombre de la misteriosa asociación, aunque periodísticamente sólo puede inferirse sospechas en base a la no existencia de datos contables de los ingresos por tales conceptos, como por ejemplo el de la Fundación Wilburforce, con sede en Seattle, EE.UU.
Mientras las preguntas se acumulan, las respuestas nunca llegan, al menos oficialmente. Si bien no es menos cierto que muchas personas inscriptas como miembros de la Asociación Amigos del Museo Carmen Funes lo hicieron de buena fe, hay datos que sugieren que sólo dos o tres personas habrían llevado las riendas de ésta, hasta muchos años después.
¿Cuánto costó el Museo? ¿Quiénes cobraron por la obra? ¿Cuánto se les cobró a las fundaciones y otros museos? ¿Quién firmó por los pagos en concepto de alquiler, réplicas y trabajos de investigación? ¿Hubo lavado de activos, transferencias de capital y tráfico de material paleontológico ilegal? Nadie responde a tales preguntas, pero todas las pesquisas parecen confluir en unas cuentas bancarias de Neuquén Capital, y en el CUIT 30-70244629-1, perteneciente a la tan ignota asociación.-