La noticia conmovió a toda la región del Alto Valle: Juan José Racco, un profesor de música de 41 años, fue asesinado de forma brutal en su casa de Centenario el pasado 19 de abril. Pero detrás del crimen atroz que ahora se juzga, hubo una vida entera dedicada al arte, la docencia y la apertura hacia los demás. Una historia silenciosa, de esas que no buscan brillar, pero que dejan huellas en quienes se cruzaron con él.
Juan José había nacido en Río Segundo, Córdoba, donde creció rodeado de música. De joven comenzó a estudiar guitarra y piano, y con los años se formó como docente. Amaba enseñar y lo hacía con compromiso, sobre todo con los más chicos. Desde hace una década había elegido radicarse en la Patagonia, un camino que muchos músicos independientes toman para buscar nuevos horizontes y un poco de paz.
Vivía solo en Centenario desde hacía un año, donde trabajaba como profesor en una escuela primaria. Su vida era sencilla. A veces hablaba de cierta soledad, pero no con tristeza: era un hombre que había aprendido a acompañarse a sí mismo y que también se dejaba acompañar por quienes se le acercaban con buena voluntad. “Si pasabas por su casa, te invitaba a pasar, a tomar algo, a charlar”, dicen quienes lo conocieron. Tenía esa generosidad desinteresada que no espera nada a cambio.
Esa misma apertura fue la que lo volvió vulnerable. Según testigos, solía rodearse de personas diversas, algunas con historias difíciles o entornos complicados. No porque no se diera cuenta, sino porque creía que todos merecían una oportunidad. Esa forma de ver el mundo, en la que todavía se confía en la gente, fue la que terminó costándole la vida.
El acusado por su asesinato, Ramirez Uribe, de 25 años, era uno de esos conocidos que frecuentaban su casa. Incluso Racco le había prestado dinero en alguna ocasión. Pero esa confianza fue traicionada. La brutalidad del crimen —apuñalado y golpeado hasta la muerte— revela una violencia que contrasta de forma abismal con la personalidad tranquila y amable de la víctima.
Juan José no tenía enemigos. No debía nada. Solo vivía de su trabajo como docente y, según quienes lo rodeaban, tenía algo de dinero ahorrado producto de su esfuerzo. Ese habría sido el único motivo del asesinato: robarle lo que tenía. Una violencia innecesaria contra una persona buena, trabajadora y querida por sus alumnos.
Hoy, mientras se lleva adelante el juicio contra el único imputado, su familia y quienes lo conocieron siguen buscando justicia y también recordar quién fue él en vida, no solo cómo murió. Un hombre de música, de silencios y de gestos simples. De esos que no salen en las noticias hasta que sucede lo peor. Pero que merecen ser recordados, no por la tragedia, sino por todo lo que entregaron antes de ella.