“Somos luchadoras que, gracias a nuestros hijos, su coherencia y solidaridad, hemos encontrado un camino”, así describió Lolin Rigoni la lucha que emprendió hace más de cuatro décadas junto a Inés Ragni y otras mujeres que formaron la filial Neuquén y Alto Valle de las Madres de Plaza de Mayo. Una historia llevada adelante con lucha, compromiso y coherencia.
"Nuestros hijos no eran héroes ni mártires. Eran hombres y mujeres que no bajaron los brazos, y los queremos en las plazas y en las calles caminando con nosotros quienes rescatamos los valores para poder generar el hombre nuevo que fue el ideal de ellos", expresó en una de las tantas marchas del 24 de marzo. Y al finalizar esas movilizaciones, Lolin se iba acompañada y abrazada por una multitud con la idea de que “la esperanza es posible”, que la lucha que había emprendido desde el asesinato de su hijo Roberto “no va a tener fin”.
Lolin nació en Daireaux, provincia de Buenos Aires, y luego se traslado a 25 de Mayo, Buenos Aires, La Plata y Bahía Blanca. En 1965, junto a su marido, concesionario de las máquinas de escribir Olivetti, se radicó en Neuquén.
La vida de los Rigoni cambiaría desde el 16 de abril de 1977. Ese día, Roberto estaba junto con un grupo de militantes montoneros en una casa de Isidro Casanova, en el partido de la Matanza, donde fue detenido durante un operativo militar. Cuatro días después su cuerpo apareció tirado en la Ruta Provincial 21 a la altura de González Catán, provincia de Buenos Aires. Cuando Roberto desapareció, la familia recibió una respuesta del hábeas corpus que habían presentado. Le informaron que Roberto estaba muerto. Cuatro años después le entregaron el cuerpo.
Roberto había estudiado en el Colegio San Martín, donde en su vereda de la Avenida Argentina hace unos años se emplazó una placa que dice: “Aquí estudió Roberto “Champa” Rigoni. Militante montonero. Asesinado por el terrorismo de Estado. 01-07-1953 16-04-1977. Neuquén x Memoria y Justicia”.
En plena dictadura militar, junto a Inés Rigo de Ragni, entre otras madres de víctimas del terrorismo de Estado, Lolín participó de la creación de la filial Neuquén y Alto Valle de Madres de Plaza de Mayo. “Nunca dejé la Plaza, la lucha no termina con haber sido secuestrado un hijo y en nuestro caso, recuperar sus restos: los buscamos con vida, salimos defendiendo la vida. La vida la defendemos buscando salud, educación, bienestar para las personas. Hemos aprendido que no es solo lo personal, lo aprendimos de nuestros hijos”, decía esta mujer que este martes murió a los 100 años.
A pesar del dolor de haber perdido un hijo, Lolin aseguraba que la vida le había dado muchas oportunidades y, sobre todo, "una familia hermosa”.
Frente al horror de la dictadura, Lolin, como tantas otras mujeres, salieron a la calle a pedir por sus hijos desaparecidos. Señalaron (señaló) un camino que con el tiempo sería inclaudicable. Madres que gestaron uno de los movimientos sociales más importantes de la historia con el único objetivo de buscar justicia, sin odios ni venganzas transformando el dolor en acción. Las plazas y las calles fueron el territorio de la lucha de Lolin, y de cientos de madres en todo el país. Como bien dijo Eduardo Galeano: “Se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria”.
Lolin –como las otras Madres- sembraron ideales en las generaciones que las acompañaron cada 24 de marzo. Alguna vez, el escritor Osvaldo Bayer definió a Lolin como a las otra Madres de Plaza de Mayo filial Neuquén y Alto Valle, que eran el triunfo de la ética.
Lolin, durante gran parte de su vida, alzó los ideales y sueños con los que su hijo Roberto se había comprometido. En los últimos años su andar era más lento pero mantenía firme sus convicciones, el por qué de sus luchas cotidianas y colectivas. Y sobre todo mantuvo hasta su último suspiro la lucidez que la llevaba a afirmar: “Siempre nos consideramos una pequeña minoría que transformó lo personal en una lucha pública, social y política, con la única herramienta del pañuelo. El arma del pañuelo no mata, trata de dar un ejemplo de convicción”.