Río Negro y Neuquén viven una postal tan llamativa como inesperada: miles de libélulas, o “helicópteros”, como les decimos acá, se multiplicaron en cuestión de días en la cordillera, el Alto Valle y las ciudades cercanas a los ríos. Los vecinos las ven sobrevolar jardines, entrar a las casas atraídas por las luces y moverse como si la región entera fuera su pista de despegue. Lo que parece una invasión caótica tiene una explicación mucho más natural de lo que muchos imaginan.
Para rastrear el origen del fenómeno hay que mirar hacia abajo, hacia el agua. Estos insectos pasan la mayor parte de su vida ocultos en ríos, canales y arroyos, donde crecen en silencio. Nadie los ve hasta que llega el calor de primavera y verano, cuando emergen todos juntos, convertidos en adultos listos para volar. Este año las condiciones fueron ideales: abundancia de alimento y una marcada disminución de peces depredadores, lo que permitió que una enorme cantidad lograra llegar a la superficie.
Por eso, los canales de riego del valle, los espejos de agua cordilleranos y las orillas del Limay y del Negro funcionaron como verdaderas incubadoras. En cada metro de agua hubo juveniles desarrollándose sin obstáculos, y el resultado se ve ahora: “helicópteros” por todos lados, en todos los tamaños y colores.
Lejos de ser una amenaza, esta explosión de libélulas es en realidad una buena noticia. Desde siempre cumplen un rol ecológico clave: devoran mosquitos y otros insectos que sí generan problemas, incluso aquellos vinculados a enfermedades que suelen preocupar durante el verano. No pican, no muerden, no ensucian y no dañan estructuras. Su presencia dentro de las casas responde únicamente a la luz artificial, que las desorienta.
Si entran al hogar, lo indicado es ayudarlas a salir sin lastimarlas. Un vaso o frasco transparente alcanza para guiarlas de vuelta al exterior. También sirve apagar las luces y abrir ventanas para que encuentren el camino por sí solas. Rociarlas con insecticidas solo rompe un equilibrio que favorece más de lo que molesta.
Los “helicópteros” van a seguir sobrevolando la región mientras duren los días cálidos. Después, desaparecerán tan rápido como llegaron, dejando atrás una temporada que sorprendió a toda la Patagonia norte y que recordó algo simple: la naturaleza siempre avisa, aunque sea con pequeñas hélices que zumban sobre la cabeza.