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El misterio de la línea natural que los animales no se animan a cruzar

Una frontera invisible en el sudeste asiático separa dos mundos biológicos tan distintos que ni los tigres ni los canguros se han atrevido a mezclarse. 

Lunes, 10 de noviembre de 2025 a las 19:37
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La línea en cuestión, que marca la división entre las faunas de Asia y Oceanía.

Entre las islas de Bali e Indonesia, el mar tiene las mismas tonalidades. Hay playas de arena blanca, palmeras inclinadas y ese azul que solo el sudeste asiático sabe fabricar. Pero en algún punto de ese canal que apenas supera los 30 kilómetros de ancho hay una línea que no existe en ningún mapa y, sin embargo, ha dividido la vida animal durante millones de años.

A un lado, tigres, rinocerontes y orangutanes. Del otro, canguros, cacatúas y marsupiales. No hay aduana ni barrera física, sólo un abismo biológico que ni el tiempo ni la evolución lograron cerrar. A esa frontera invisible la ciencia la llama la línea de Wallace, y aunque suena como el título de una película, es una de las observaciones más fascinantes de la biología moderna.

De un lado y del otro grandes felinos, koalas, elefantes y marsupiales, pero ni las aves cruzan esta línea porque el ecosistema del otro lado simplemente no las espera.

 

La descubrió, casi por casualidad, el naturalista inglés Alfred Russel Wallace que a mediados del siglo XIX se lanzó a investigar el archipiélago malayo. Fue allí donde notó algo que nadie había percibido: que las especies de las islas más cercanas eran tan distintas que parecía que el océano separaba dos planetas.

“Entre Bali y Lombok --escribió Wallace en su diario-- la diferencia en la fauna es mayor que entre Inglaterra y Japón”. Y tenía razón. Mientras en Bali aún se escuchaban los rugidos de felinos asiáticos, en Lombok ya no quedaba rastro de ellos. Allí empezaba otro mundo, el de los marsupiales, reptiles y aves corredoras y no voladoras: animales que pertenecían al mundo australiano. Esa delgada franja de mar se transformó así en el límite biogeográfico más famoso del planeta.

Alfred Russel Wallace, uno de los investigadores más reconocidos del siglo XIX, considerado como el padre de la biogeografía.

 

Con el tiempo, la ciencia encontró la explicación que Wallace solo podía intuir. Hace unos 30 millones de años, la placa australiana se desplazó hacia el norte y chocó con la asiática, dando origen a un archipiélago de miles de islas paradisíacas. En ese rompecabezas de tierras, dos plataformas marinas (la de Sunda al oeste y la de Sahul al este) se comportaron como mundos aparte. Las glaciaciones bajaron el nivel del mar, pero nunca lo suficiente como para unirlas. Y así, mientras Asia seguía poblándose de mamíferos como tigres, monos y elefantes, Australia conservó sus marsupiales y roedores. La línea de Wallace es, en realidad, el recuerdo geográfico de esa fractura.

Lo curioso es que, a simple vista, no se ve. Los turistas que tienen la maravillosa dicha y fortuna (en las dos acepciones de la palabra) de cruzar de una isla a otra lo hacen sin sospechar que viajan de un continente biológico a otro. Pero los animales lo saben.

Elefantes y cebras no lograron en miles de años cruzar la línea de Wallace. Del otro lado, los canguros austríacos.

 

El resultado es un contraste tan nítido que aún hoy asombra a los científicos. En un estudio reciente, investigadores analizaron más de 20.000 especies de vertebrados y comprobaron que la línea de Wallace sigue siendo una frontera biológica: los asiáticos del oeste, viven en ambientes húmedos y tropicales, mientras que los australianos dominan el este, caluroso pero más seco. Incluso las aves, que podrían volar fácilmente esa distancia, rara vez lo hacen. No porque no puedan, sino porque el ecosistema del otro lado simplemente no las espera y no tienen de que alimentarse.

Hoy, más de 160 años después, la línea sigue siendo una obsesión para biólogos y geólogos  En una época en la que los satélites fotografían cada rincón del planeta con mucha facilidad y precisión, sigue habiendo un misterio, una frontera pequeña de agua que animales respetan tanto que cada especie que alguna vez eligió un lado, nunca volvió a cruzar.

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