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Jueves 06 de Noviembre, Neuquén, Argentina
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Comando, el perro marino que no consiguió embarque en el ARA San Juan

Una historia real, de amor y lealtad, entre un perro y la primera mujer submarinista de América Latina.

Jueves, 06 de noviembre de 2025 a las 10:10
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El viento del Atlántico huele a sal, gasoil y nostalgia. Sopla con la fuerza de una voz que no olvida.
En la Base Naval de Mar del Plata, cada amanecer comenzaba igual: el murmullo de las olas golpeando el muelle, el sonido metálico de las compuertas y un perro negro que durante años repitió un ritual imposible. Lo llamaban Comando.
Cuando las sirenas anunciaban que un submarino zarpaba, él corría, corría como si la vida dependiera de eso. Llegaba hasta el borde del espigón, se detenía un segundo y sin pensarlo, se lanzaba al agua. Las olas lo golpeaban, el viento lo cortaba, pero nada lo detenía. Allá adelante, entre la espuma y la bruma, se alejaba el submarino ARA San Juan, su casa, su manada.
Los marineros del remolcador lo filmaban, lo aplaudían, lo llamaban “loco”. Pero todos sabían que ese perro tenía una razón que ningún humano puede explicar.

La teniente de fragata Eliana Krawczyck, la primera submarinista de América Latina.

Lo veían nadar detrás del submarino con las patas agitándose furiosamente, abriéndose paso entre el oleaje. Su cabeza emergía y desaparecía, mientras la estela de la nave lo arrastraba hasta el horizonte. A veces nadaba varios kilómetros hasta que el submarino se sumergía lentamente. Entonces se quedaba flotando, exhausto, mirando la superficie que tragaba la silueta. Ladraba dos veces, como si dijera adiós y regresaba nadando al muelle, jadeando, empapado, para esperar su regreso.
Y cuando el ARA  San Juan volvía, Comando lo olía antes que nadie. Desde tierra, levantaba las orejas, olfateaba el viento y corría al espigón. Al ver la torre del submarino emerger entre las olas, se lanzaba de nuevo al agua, nadando hacia él, dando vueltas en círculos de alegría, como si el mar entero fuera su patio de juegos.
Los marineros gritaban su nombre y el respondía con ladridos que eran risas. Nunca fallaba. Cada partida, cada regreso, lo encontraban allí.
Entre los marinos había una mujer que entendía esa fidelidad como nadie, la teniente de fragata Eliana Krawczyck, la primera submarinista de América Latina. Había nacido en Misiones, tierra de ríos inmensos, pero su destino era el mar. En la Base Naval todos la conocían, cautivaba su sonrisa, su disciplina, su forma de hablarle a los perros como si fueran sus camaradas.
Cuando estaba en tierra recorría los mueles dándoles de comer a los animales que allí vivían. Tomaba nota de los nuevos, curaba heridas, conseguía vacunas. Y fue ella quien una tarde de lluvia encontró a Comando empapado, tiritando junto a la escollera. Se sacó la campera, lo cubrió y le dio pan. Desde ese día el perro no se separó de ella.

“No te puedo llevar al mar, soldado”, le decía con ternura, “pero si pudiera serías mi segundo a bordo“.
Y Comando, como si lo entendiera, se sentaba junto a sus botas, mirando el horizonte.
Sus compañeros le hacían bromas,” teniente, su perro la está esperando” y ella sonriendo les respondía, “no es mi perro, es un marino que no consiguió embarque”.
El 25 de octubre de 2017, el ARA San Juan partió rumbo a Ushuaia. En la escollera estaba Comando. Corrió, ladró, se lanzó al agua hasta que el submarino se perdió en la bruma. Eliana lo vio desde cubierta y levantó la mano en un gesto de despedida. Fue la última vez.
Dos días después, mientras el navío regresaba, se perdió el contacto. El  15 de noviembre, a 430 kilómetros del Golfo San Jorge, el submarino desapareció.
En Mar de Plata el puerto quedó en silencio. Las familias llegaron con mantas, banderas y oraciones. En medio de esa multitud que esperaba noticias, Comando volvió a aparecer. Se echó sobre el muelle, mirando el mar. No ladraba, no dormía. Solo esperaba.
Cuando caía la noche, aullaba, un sonido tan triste, que hasta los marineros más duros bajaban la cabeza.
Pasaron los días, las semanas, Comando seguía allí. Los guardias lo veían siempre en el mismo lugar. Algunos decían que estaba esperando a Eliana. Otros, que esperaba a los 44.
Comando se convirtió en guardia permanente. Cada ceremonia en honor a los tripulantes lo encontraba en primera fila, echado junto a la bandera. Cuando se leían los nombres de los 44, él movía la cola, como respondiendo a la lista.
Un año después, el 17 de noviembre de 2017 se hallaron los restos del submarino a mil metros de profundidad. La noticia corrió como un rayo. En la base los marinos se abrazaban sin palabras.
Esa noche Comando desapareció. Lo encontraron al amanecer, sentado en la playa, mirando el horizonte, no se movió durante horas. Cuando el viento sopló desde el sur, ladró una vez, fuerte, como si respondiera a un llamado que solo él podía oír.
Durante la misa de homenaje, Comando se adelantó entre la gente y se echó frente al altar improvisado. No ladró, no se movió. Solo bajó la cabeza cuando las familias arrojaban coronas de flores al mar. Se acercó a una de ellas, la olfateó y se quedó mirándola mientras la corriente la arrastraba lentamente hacia el horizonte. Nadie habló. Algunos sintieron que en ese gesto silencioso, el perro había hecho su propio saludo de despedida.

El día de la inauguración del Monumento a los 44 héroes del ARA San Juan, Comando estuvo allí. Llevaba un collar azul con una chapa que decía ”Guardia eterna”. Cuando los nombres fueron leídos, se acercó al monolito, olfateó el aire y se detuvo frente al de Eliana, se echó a sus pies y se mantuvo inmóvil.
Comando se quedó en la Base Naval. Cuando caía el sol y las sirenas anunciaban el regreso de las embarcaciones, caminaba hasta el borde del muelle con el hocico apuntando al horizonte.
Dicen que algunas noches, cuando la luna se reflejaba sobre el mar, su sombra se alargaba hasta tocar el agua. Entonces se sentaba, levantaba las orejas y movía la cola, como si alguien lo llamara desde la profundidad.
Quizás sean los ecos del ARA San Juan, o la voz de Eliana diciéndole que todo está bien.
Porque hay lealtades que ni el océano puede ahogar, amores que ni la distancia ni el tiempo  logran hundir.
Comando esperó a sus hermanos bajo el mismo cielo que los guarda.
Su guardia sigue, allá donde el mar no tiene fin.

 

(Versión elaborada a partir del texto El perro del submarino San Juan de Roberto Arnaiz)

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