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Domingo 20 de Julio, Neuquén, Argentina
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La luz mala existe, pero a veces tiene alas

Una familia bajo el cielo estrellado y entre rezos y coraje, descubrieron que en el monte, lo extraño también puede ser parte de la naturaleza.

Domingo, 20 de julio de 2025 a las 08:00
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El sol empezó a ocultarse tras las sierras de Ulapes cuando, desde el este, entre el tronco y la copa de un maltrecho algarrobo, otra luz hacía su aparición.
Desde aquel árbol y hasta la casa, había unos doscientos metros de distancia. Y entre aquellas gentes y esa luz, infinitos temores. O no tanto. 

En el patio de tierra, dispuesta la mesa y algunas sillas, para la cena. En una olla tiznada sobre un brasero de fundición, se templaba el guiso.
-Ese debe ser un entierro de soles.- Dijo el abuelo Agustín. Desde su silla rústica de madera y asiento de tientos. Especulaba con la existencia de un tesoro en antiguas monedas, allá donde se iluminaba misteriosamente el monte.
-¡Es la luz mala papá! – replicaba su hija Amalia mientras hacía la señal de la cruz.
-¡Ma qué luz mala ni qué luz! – Desafiante, Lucho, hermano de Amalia, empuñando un ajetreado y prominente cuchillo de la cocina, se preparaba para la aventura. – Ya van a ver qué tan mala es. ¡Ni hablar si es un entierro!.
- Vamos Lucho. Te acompaño – Le dijo su otra hermana, Waldina. 

Cuentan que ambos hermanos decidieron transitar esos doscientos metros. Era tarde ya, y esa luz parecía tener vida propia. Parecía latir en la inmensidad del campo. Los dos, cada uno con un cuchillo en la mano, emprendieron el recorrido. 

Amalia, temerosa pero solidaria, también se sumó. Lo hacía unos pasos más atrás, rosario en la mano y rezando en voz alta. Algunos cuentan que también fue de la partida el abuelo Agustín. Camiseta de malla, sombrero, pantalón marrón de gabardina y el chicote al hombro. Chicote es el arreador, usado para azuzar el ganado; mango de madera más un látigo trenzado de cuatro tientos y una puntera de suela. Es de presumir que además portaba en la cintura su 38 largo con cañón de seis pulgadas fabricado en Eibar, España. Por las dudas, vio.

Cuentan que ambos hermanos decidieron transitar esos doscientos metros. Era tarde ya, y esa luz parecía tener vida propia. Parecía latir en la inmensidad del campo. Los dos, cada uno con un cuchillo en la mano, emprendieron el recorrido. 

La abuela Marqueza, dejó el huso y su madeja sobre la silla petisa, "su" silla; revolvió el guiso y le sacó un poco de brasas, antes de incorporarse también al grupo. Eran cinco almas caminando por el callejón hasta la represa, hasta "la luz". Completaba la partida, una pareja de perros. 

Bajo las estrellas de la noche riojana, un coyuyo hacia trinar sus alas. Lejos, como hacia el norte, el silbido aislado de una perdiz. Los sonidos del campo se fundían con el murmullo del rosario que seguía rezando Amalia y completaba la abuela Marqueza.

Ya estaban a mitad de distancia y la luz seguía latiendo en el mismo lugar. En la horqueta del algarrobo maltrecho. 
Iban marchando rápido. Se reagruparon. Amalia y Marqueza, rosario en mano. Sus rezos a viva voz. Waldina, de escolta, y Lucho envalentonado con los destellos metálicos y filosos que proyectaba desde su diestra. La aparente serenidad del abuelo, contrastaba con la catarata interna de temores, historias fantásticas y prejuicios. 

Bajo las estrellas de la noche riojana, un coyuyo hacia trinar sus alas. Lejos, como hacia el norte, el silbido aislado de una perdiz. Los sonidos del campo se fundían con el murmullo del rosario que seguía rezando Amalia y completaba la abuela Marqueza.

Estaban a cincuenta metros y nada había cambiado. Aquella luz latía con más intensidad. Iluminaba desde el tronco la copa del algarrobo. No había explicación entre aquellos cinco aventureros de la noche. Alguno había pretendido que al acercarse, la luz desaparecería, y no fue así. El tesoro de soles, se desvanecía como posibilidad cierta en la mirada del abuelo. Estupefacto ante la circunstancia.

Lucho y Waldina se miran, se dan ánimo, y siguen. Amalia y la abuela se quedan tiesas. No avanzan más. Pero siguen con el rosario. Están a menos de veinte metros de la misteriosa fuente de luz. Caminan un poco más. Ahora son cinco pasos de distancia. 

Lucho levanta el cuchillo y, para que todos escuchen, desafía lo inexplicable:
-¡A la cruz del puñal, ni el diablo la puede!-. Se acerca al tronco del algarrobo y clava el cuchillo en la luz. No hubo resistencias para la estocada. Así como entró de rápido, lo retira y cuando lo retira, una gigantesca luciérnaga y sus crías salen de aquel hueco en la madera, como adheridas al frío metálico de la hoja acerada. 

No había nada sobrenatural en aquel fenómeno. Solamente un enjambre de insectos como nunca más volvieron a ver. Luciérnagas de tamaño descomunal y en cantidad.

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