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Domingo 29 de Junio, Neuquén, Argentina
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Libertad y sonidos del campo: un viaje en la siesta

Los días largos de verano permiten que las horas de la siesta sean de reposo en la casa de campo. Con el sol en el cénit y un promedio de cuarenta grados, la sombra es el bien más preciado. 
 

Domingo, 29 de junio de 2025 a las 08:00

El momento en el que todos se sumergen en ese rito aletargado de pausa diaria que es la siesta en el campo, para el Negro Ramón, un niño aún, ni el reposo ni la sombra resultan atractivas. Advierte, sí, que la siesta se fusiona con una sensación inigualable y deliciosa. De libertad.
Y sin embargo, ahí está él. En posición horizontal sobre el catre de lona. A la sombra del árbol que corona el patio. 
Cuenta chicharras a las que identifica por su canto. Ha entrenado hábilmente el sentido del oído. Es capaz de identificar desde dónde proviene el sonido o en qué lugar del entorno se encuentra ese minúsculo cicádido parlanchín. 
Con las manos entrelazadas entre la nuca y el catre, la quietud es suficiente para percibir los matices sonoros de la siesta.
En el fondo admira la capacidad de las chicharras para no agotarse en su monocorde lamento. Y envidia su capacidad de volar. De libertad. 
Él, que sigue inmóvil en el camastro. Acalorado y molesto. Bajo la sombra. Atrapado por la pasividad soporífera que impone el sol. 
Los ojos vivaces peinan el entorno. Buscan detalles. Mutaciones, cambios, esas pinceladas o pormenores que marcan la diferencia entre el hoy y el ayer. A su derecha, el brocal. Nota que el balde de latón, manivela de alambre y cadena larga no está junto al aljibe. Deduce que está junto a la tinaja, donde mantienen fresca el agua para consumo diario.

Desde donde está se ve además el cerco que rodea la casa, el destruido portón de ingreso y una larga huella serpenteante por la cual se llega a la ruta. La ruta que conduce al pueblo. Allá lejos, una lagartija cruza a la carrera. “Ya va a pasar la otra. Siempre andan de a dos”, murmura. Y no se equivoca. 

 

Desde donde está se ve además el cerco que rodea la casa, el destruido portón de ingreso y una larga huella serpenteante por la cual se llega a la ruta. La ruta que conduce al pueblo. 
Allá lejos, una lagartija cruza a la carrera. “Ya va a pasar la otra. Siempre andan de a dos”, murmura. Y no se equivoca. 
Piensa de nuevo en las chicharas, en su canto y en su vuelo. En la pareja de diminutos lagartos correteando bajo el sol. Y se dispone a viajar. Primero por la música. tararea el estribillo de una canción. “Un pueblito acá, otro más allá. Y un camino largo que baja y se pierde”. Esa canción que suena en la radio. En las mañanas, también en las noches. 
Apenas perceptible, balbucea esos versos una y otra vez. Luego silba... De pronto, se detiene. No lo colma. Se siente insatisfecho. Vuelve la mirada al camino, a la huella que conecta la casa de campo con la ruta, con el pueblo. 
Cierra los ojos y se imagina viajando. Quieto, inmóvil en el catre. Bosteza aborrecido y … entonces ve en la horqueta del árbol el recipiente metálico que alguna vez, no hace tanto, sirvió de envase. Es una vacía lata de sardinas. Amarronada de óxido y abandonada entre las ramas que nacen del tronco. 
Se sienta.  Ahora se incorpora.  Calza sus alpargatas raídas y desflecadas. Toma la lata con una mano mientras la otra extrae del bolsillo un trozo de piolín. El destino hizo que lo recogiera y lo atesorara en el pantalón. No se preguntó por qué. Ni para qué. Sólo sabía que estaba en el bolsillo del pantalón. 

Cierra los ojos y se imagina viajando. Quieto, inmóvil en el catre. Bosteza aborrecido y … entonces ve en la horqueta del árbol el recipiente metálico que alguna vez, no hace tanto, sirvió de envase. Es una vacía lata de sardinas. Amarronada de óxido y abandonada entre las ramas que nacen del tronco. 

Hace un nudo, enlaza la lata y la coloca pausadamente en el suelo. 
Toma el otro extremo del piolín y empieza a caminar. Sus labios vibran emulando el escape de un camión. Como los que suelen llegar al campo cuando hay una venta de animales. 
Cruza el patio y se apropia del camino serpenteante en dirección a la ruta. El sol lo calcina todo excepto las chicharras cantoras, las lagartijas siesteras y ese viaje que comienza con una lata de conservas y un hilo.

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