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Domingo 20 de Julio, Neuquén, Argentina
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Encuéntrame en tus sueños ( 32da parte. Los fantasmas ahora tienen nombre)

La historia en Irlanda comienza a iluminar el misterio, con el encuentro con el director de un diario local.

Domingo, 20 de julio de 2025 a las 10:51
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10 am en Greenbrae - La Prensa visita a la Prensa

Esa lloviznosa mañana, después del desayuno, los viejos Liam y Derek nos llevaron hasta la oficina, redacción, taller y centro de distribución, todo en uno, del periódico  “The Greenbrae Journal”, el único que se publica y se lee en la aldea y sus alrededores

Un pequeño local con unos diez empleados que intercambian cargos que van desde empleados administrativos, obreros gráficos, periodistas, forzudos empacadores y el único fotógrafo del pueblo devenido en reportero gráfico.

Pintado en letras de molde sobre el cristal del escaparate se podía leer el nombre del rotativo, custodio del último siglo de historia de esta aldea.

Desde la acera uno podía ver claramente a la gente trabajando en su interior. Esa postal me retrotrajo a mis comienzos en un pequeño diario de la ciudad donde me crié. Y el “Journal” no era diferente. Era esa rara mezcla de una panadería con la cocina de una fonda con menú fijo, con los trabajadores yendo y viniendo como hormigas electrizadas.

Una indómita nostalgia se sublevó en mis entrañas. Por un momento volvieron a mí aquellos tiempos de mis inicios en el periodismo, tiempos de ideas férreas y principios innegociables, en una profesión que para unos nos convertía en “fiscales del poder y abogados del hombre común” a la vez que para otros era “la manera más divertida de ser pobre”, y en esa contradicción navegábamos en pos de la verdad.

Entramos y de inmediato una simpática mujer, con aspecto de secretaria avanzada en edad, se nos acercó a atendernos. Pero antes de que digamos una palabra, desplegó sus dotes de eficiente vendedora:

-Buenos días, mi nombre es Daisy. Si están interesados en publicitar sus negocios en el “Journal”, le ofrecemos una oferta en conmemoración del centenario del diario, la oferta consiste en dos avisos de negocios y un obituario todo por 15 chelines, el precio de un solo aviso.

Joe me miró con una sonrisa y acercándose a mí murmuró:

-No está mal, publicás dos avisos de tu empresa y si te va mal y vas a la quiebra te suicidás y te queda el obituario, ¡todo por 15 chelines!, el comentario de Joe me hizo reír. Seguidamente se adelantó y mirando a la mujer le dijo: 

-Le agradecemos la oferta señora, pero nuestra presencia en este prestigioso periódico tiene otro carácter. Desearíamos hablar con el director o quien esté a cargo de esta publicación.

La mujer nos miró de arriba a abajo algo desconfiada, por lo que Joe, señalándonos a mí y a Collins, pasó a informarle:

-El caballero es un importante periodista de los Estados Unidos de América y el señor es un oficial de la justicia federal de ese país, ambos están llevando adelante una investigación internacional y necesitan hablar con algún periodista del diario con experiencia en la historia de la aldea.

- ¡Realmente es su día de suerte…nadie mejor que el director para esa consulta!. Si me permiten unos minutos los voy a anunciar, y dicho esto, se dirigió hacia una puerta que ostentaba una placa de bronce con la palabra “Director” grabada en una elegante tipografía “Old English”.

Los viejos, que habían elegido repantigarse en un pequeño y vetusto sofá de terciopelo verde, dormían su siesta mañanera después de haberse fagocitado las dos terceras partes de nuestro desayuno. 

Minutos después la puerta de la dirección se abrió y la mujer salió acompañada de un hombre corpulento de aspecto campechano que nos recibió como si nos conociera de toda la vida:

-¡La Prensa visita a la Prensa! ¡Qué orgullo recibir semejante honor! ¡Un periodista y un guardián de la ley de los Estados Unidos de América, interesados en nuestra pacifica aldea!  Adelante, adelante, pasen a mi oficina, dijo y, mirando a la amable señora, le indicó:

-Daisy, por favor que nadie nos interrumpa. La señora asintió con un breve cabeceo pero al retirarse descubrió a Liam y Dereck durmiendo en el sofá. De inmediato buscó la mirada del director en busca de auxilio, pero éste se limitó a hacer un gesto que parecía decirle: “Dejalos dormir, toda una vida de penurias y dos guerras bien merecen un buen descanso”.

El director parecía tener entre 70 ó 75 años. Mediría casi dos metros y su contextura física era realmente imponente. Sus manos eran tan grandes como su  cabeza y sus ojos parecían estar todo el tiempo echando chispas como la fragua de un herrero irlandés. Su nariz de boxeador revelaba un secreto pasado de “knockouts” juveniles, sosegados ahora por el implacable paso del tiempo.

Entramos en una oficina poblada de libros de todas las épocas. Yo me quedé unos segundos mirando en derredor y admirando las decimonónicas encuadernaciones doradas y antiguas. Se notaba que esos libros estaban ahí desde el siglo pasado.

A una indicación suya, tomamos asiento y entonces nuestro anfitrión se presentó:

-Bienvenidos, mi nombre es Patrick O’Flaherty III, director y propietario de este histórico diario. Si prestan atención al encabezado en la primera plana entenderán el origen del ordinal que sucede a mi apellido, explicó como el guía que inicia una visita guiada en el Museo Británico.

Tomé un ejemplar del diario que estaba sobre su escritorio y vi claramente que, centrado bajo el nombre del rotativo se podía leer:

“Fundado en 1873 por el honorable Patrick O’Flaherty. Y a la derecha de esa misma línea rezaba: Director: Patrick O’Flaherty III.

-¿Su abuelo fundó el diario…no?, le pregunté.
-Así es, mi abuelo fue un importante protagonista, social y político, de este país. Él tuvo una activa participación en la creación de la Liga del Autogobierno de 1873, la cual reconstituyó la Asociación de Gobiernos Locales, en un paso muy importante para la Independencia de Irlanda. Eran tiempos muy tumultuosos, el país estaba dividido en muchas facciones, la lucha era sin cuartel. Por entonces quien poseía un diario poseía la bomba atómica de la lucha política, relató.

Joe, quien había seguido atentamente la referencia histórica del director introdujo su pregunta:

-Por lo que cuenta infiero que su abuelo era un nacionalista.

-¡Bueno…se nota que Usted es un verdadero irlandés! Efectivamente, como buen nacionalista, mi abuelo abogaba por la separación de Irlanda del Reino Unido para así tener un mayor control sobre nuestros propios asuntos.

-¿Qué edad tenía su abuelo cuando fundó el diario?, le pregunté.

-Tendría unos 30 años… fue en 1873, hace cien años…bueno, eran jóvenes de otras épocas…muy distintas a este presente, sentenció, entre la melancolía y la decepción.

En ese momento, Joe tomó la palabra:

-Señor O’Flaherty…

-Llámenme Patrick, les pido por favor. Con excepción del oficial Collins, estamos entre periodistas, lo que nos hace miembros de la misma familia.

-Está bien, Patrick, Usted puede llamarme Joe.

-Mucho gusto Joe… puede continuar, concedió O’Flaherty.

-Mis amigos americanos han venido a Greenbrae siguiendo una pista originada en los Estados Unidos, más exactamente en la ciudad de Nueva York. Ellos buscan datos de una persona que nació aquí y que, según nos informaron algunos viejos pobladores, tras algunos problemas, desapareció. Nos dijeron que su nombre real era Cian Flanagan. 

El director pareció asentir con un movimiento de su cabeza denotando que sabía muy bien de quién hablábamos.

-Esa persona reapareció luego en los Estados Unidos con otra identidad. Nuestros informantes locales…

-Me imagino que se refiere a esos señores que duermen la siesta en el sofá, interrumpió.

-Los mismos. Les mostramos una foto de esta persona que vive en Nueva York y la identificaron inmediatamente como Cian Flanagan.

-¿Tienen con ustedes esa foto?, preguntó el director.

-La tenemos, es de un diario parroquial editado hace muchos años, afirmé. Busqué en el bolsillo interior de mi abrigo y se la pasé.

El director tomó el recorte, sacó sus gafas de marco redondo del bolsillo de su saco, se las colocó ceremoniosamente y contempló detenidamente la fotografía del diario.

Mientras parecía mirar la imagen una y cien veces, O’Flaherty repetía para sí como un mantra:

-Dios mío…Dios mío…no es posible…

En un momento, se sacó las gafas, dejó el recorte del diario sobre su escritorio y mirándonos francamente afirmó:

-Es correcto. El de la foto es Cian Flanagan, eso sí, un poco más viejo…no cabe ninguna duda sobre ello… ¿y Ustedes me dicen que este hombre vive en Nueva York?, preguntó.

-Desde hace muchos años, respondí.

-¿Y sigue perteneciendo a la Iglesia? En la foto parece que cuando la tomaron él era un simple cura párroco.

-Lo era, pero hace muy poco lo nombraron cardenal, apuntó Collins.

O’Flaherty quedó estupefacto. Al principio pensó que le estábamos jugando una broma neoyorquina porque nos miró y soltó una risa sincera y cómplice, pero como seguíamos mirándolo con gesto adusto, se dio cuenta de que hablábamos en serio y que, como tantas veces, la realidad resulta siempre más ingeniosa que la fantasía.

-¡Holy Shit! ¿Cómo ha podido ser?, exclamó.

-Recuerde que no usa su verdadero nombre, posiblemente emigró a los Estados Unidos hace muchos años con su nueva identidad, papeles falsos y su indumentaria de sacerdote católico en un tiempo en que miles de irlandeses se afincaban en Nueva York, señaló Collins.

-¿Diganme, qué nombre usa allá?, preguntó el director.

-Sean Mulligan, respondió Collins.

-Un buen nombre irlandés, apropiado para camuflarse debajo de una sotana, dijo ácidamente pero enseguida agregó:

-Por un lado me pone feliz este nuevo dato porque ahora y gracias a Ustedes sé dónde buscarlo y dónde encontrarlo.

Yo lo miré y aclaré:

-Patrick, no queremos desanimarlo, pero en este caso hay que caminar con mucho cuidado. Estamos en medio de una investigación federal en la que todavía no tenemos pruebas concluyentes de nada, solo algunos indicios. Una investigación que ya tiene dos muertos. Estamos siempre caminando en territorio enemigo y cruzando campos minados a ciegas.

-¿Tan peligroso es?, preguntó el director.

-Patrick, hace unas semanas, Collins y su superior inmediato, el teniente de los US Marshals, John Valdez, acudieron a una entrevista con este sacerdote en su oficina de la catedral de San Patricio, en la Quinta Avenida de la ciudad. Era en plena mañana, con miles y miles de automóviles y transeúntes caminando por ahí.
Yo fui con ellos pero no entré a la reunión ya que era un procedimiento oficial de los Marshals, un cuerpo policial que tiene jurisdicción en todo el territorio americano.
Al salir de la entrevista, el teniente Valdez observó que su automóvil era el único en el estacionamiento donde media hora antes había decenas de vehículos y mirando por debajo del chasis descubrió un extraño cable que salía del motor…
seguí vos Steve, dije y miré a Collins para que completara el relato.

-Ese cable era una anomalía en el modelo del automóvil. Por precaución, el teniente ordenó retirarnos y en ese momento el vehículo explotó volando por el aire. Nosotros salimos despedidos por la onda expansiva y fuimos a parar a varios metros del lugar, pero por suerte, amén de los rasguños, no resultamos heridos, afirmó.

Todos quedamos entonces en silencio. 

Yo miré a O’Flaherty y le dije:

-Bien Patrick, ahora cuéntenos todo lo que sepa de este tipo.

El director se quedó suspendido, inmóvil en su sillón. Parecía estar recorriendo mentalmente décadas de historia. Su mirada no expresaba desconocimiento sino más bien un cúmulo de información que casi había olvidado y que ahora tenía que ordenar.

Entonces, golpeó sus enormes palmas como un jugador que sale al campo de juego, se levantó de su poltrona de cuero rojo, giró presto hacia un pequeño aparador instalado detrás y, abriendo una de las puertas, tomó una botella de Kilbeggan, el whiskey más antiguo de Irlanda, con la que repartió partes de su contenido en cuatro vasos tan antiguos como esa ancestral bebida.

-Supongo que los americanos conocen el whiskey ¿o acaso continúa allí la Prohibición? comentó con la pendenciera ironía irlandesa que suele convertir las pintorescas tabernas en escenarios de batallas campales con sillas y pintas volando por los aires.

Acusé la estocada, lo miré sonriendo de costado y le respondí devolviéndole el golpe con un poco más de ironía, esta vez neoyorquina:

-Estamos esperando a que Elliot Ness termine de solucionar el problema, por ahora sobrevivimos con el “Moonshine” que traemos de contrabando desde Pensilvania en mi Ford 1930…

Joe lanzó una pequeña carcajada, O’Flaherty, hombre culto al fin, entendió perfectamente el chiste y también se rió, Collins, por su juventud, pareció no “pescar” lo del “Moonshine”, pero finalmente todos nos quedamos esperando a que el anfitrión iniciara su relato.

El irlandés tomó su vaso y levantándolo nos invitó a brindar:

-¡Sláinte! Exclamó en alta voz.

-¡Sláinte! Respondimos todos a coro y brindamos esperando su respuesta. Tras un primer trago de ese exquisito elixir, empezó a narrar como si el Creador le hubiera concedido todo el tiempo del mundo para hacerlo:

-Tuve la oportunidad de conocer a Cian Flanagan cuando ambos éramos niños en la iglesia parroquial donde todos los domingos asistíamos a nuestras clases de Catecismo. 
No éramos, ni jamás lo fuimos, lo que se dice “amigos”, solo fuimos compañeros de la Iglesia a una edad temprana. Era un chico difícil, muy difícil, huraño, callado y con una diabólica facilidad para explotar en reacciones violentas. No había domingo en el que el patio del recreo no terminara en un sangriento match de box. Y no estoy exagerando, dije sangriento porque así lo era.

-¿Quién empezaba la pelea?, preguntó Collins.

-El primero en reaccionar era siempre él pero jamás supimos la causa que originaba sus violentas respuestas. Estábamos tranquilos charlando o jugando y de pronto él empezaba a tirar golpes a diestra y siniestra contra otros compañeros que no siempre eran los provocadores, respondió.

Luego de una pequeña pausa, como si meditara cada palabra que iba a decir, comenzó un soliloquio, un diálogo interno, como una letanía, que el veterano periodista mantenía consigo mismo:

-Lo que siempre me llamó la atención de Cian fue esa especie de placer que le producía golpear al adversario cuando éste ya había caído al suelo y no quería ni podía seguir peleando. Era como si un impulso por demás salvaje lo dominara. 
Una fuerza sobrehumana parecía apoderarse de su cuerpo y era casi imposible contenerlo.

-¿Qué edad tenía?, pregunté.

-Estoy hablando de un niño de no más de diez años pero de fuerte contextura física. Cuando tenía esos ataques, las monjas no podían reducirlo. Más de una terminó golpeada y en la enfermería. En esos casos tenían que intervenir un par de fuertes sacerdotes para poder dominarlo, agregó.

-¿Qué pasó con Cian cuando terminó la escuela parroquial?, pregunté.

-Apenas terminó el curso de Catecismo tuvo su primera comunión, un poco a regañadientes de los propios curas, y entró a la primaria en una escuela rural de otro condado donde no la pasó muy bien que digamos. 
Después supe que, al terminar, la escuela, muy mal por cierto, ingresó a un seminario en Inglaterra y mucho tiempo después regresó al pueblo hecho un hombre y ordenado sacerdote, aunque en una especie de categoría menor. Si bien nunca se dijo nada, más que en un servicio pastoral él parecía estar cumpliendo una suerte de “probation”.

-¿En esos años volvió a hablar con él?, preguntó Collins.

-Lo crucé un par de veces en el pueblo pero casi ni hablamos. Honestamente, era como hablar con un muro de granito. Yo ya dirigía el diario y el ejercicio del periodismo me había enseñado a romper el hielo y entrar en confianza con el entrevistado, pero con él eso era imposible. 
-El tiempo pasó y un día empezaron los fatídicos rumores contra su persona y entonces ocurrió aquella extraña desaparición del pueblo en la que se fue para nunca más regresar.

Collins siguió con su interrogatorio:

-¿Qué se supo y qué pasó con esos rumores?

-Al principio pensamos que se trataba de meras habladurías pueblerinas, calumnias echadas a correr para destruir a un individuo al que todo el pueblo, sin excepción, detestaba por su historial de violencia, respondió el director y luego agregó: 

-Pero con el correr de los días, meses y años, después de su fantasmal fuga y en especial después de la desaparición de esa familia cuyo hijo lo había señalado como autor de conductas impropias hacia él en las horas libres de Catecismo, después de todo eso entendimos que algo mucho más grave se ocultaba detrás del energúmeno golpeador y nos tomamos en serio la investigación. Aunque la Justicia y la Policía no nos acompañaron.

-¿Quién hizo la investigación en el diario?, preguntó Joe.

-Todo eso estuvo a cargo de un veterano periodista británico de casos policiales que trabajó en ese tiempo para el diario. Su nombre era Desmond Williams y había venido de Londres precisamente a investigar el caso de Cian Flanagan y los presuntos abusos a niños.

-¿Aún sigue trabajando para ustedes?, pregunté.

-No. Lamentablemente falleció en plena investigación. 

-¿De qué murió?, preguntó Collins.

-Su automóvil se despeñó de un acantilado del oeste y Desmond murió en el acto, señaló y a continuación comentó:

-Las circunstancias fueron realmente muy extrañas. 

-Perdón, ¿a qué se refiere con “extrañas”, pregunto el marshal.

-Bueno, en primer lugar, Desmond venía de Londres, su pericia para conducir automóviles era muy superior a la de cualquiera de nosotros. En la Segunda Guerra ganó fama y condecoraciones como hábil conductor de “Jeeps”. Era a la vez un tipo muy seguro y prudente al que llegué a conocer en profundidad y le aseguro que jamás se hubiera arriesgado a acercarse irresponsablemente a un desfiladero o pasear al borde de un acantilado desconocido en medio de la noche.

-¿Qué más averiguaron del accidente?, pregunté.

-Después de la tragedia, la policía encontró varias botellas de whiskey en el interior del auto presentadas como si se las hubiera bebido todas. La policía comentó que su ropa “apestaba a whiskey barato” y, en su cuerpo, los forenses encontraron señales de una grave intoxicación por ingesta de alcohol.

- ¿Conducía ebrio entonces?, pregunté.

- Eso pensaron todos, o querían que pensáramos todos, pero había un pequeño detalle que arrojaba por tierra esa hipótesis.

- ¿Qué detalle?, pregunté.

- Desmond Williams era abstemio

Un profundo silencio se apoderó de la sala. Nos quedamos mirándonos sin pronunciar palabra alguna hasta que me dirigí al director:

-Perdóneme el abogado del diablo, pero ¿no habrá bebido justo esa noche?.

-Desmond no bebía, nunca había bebido y, si hoy estuviera vivo, no bebería jamás una sola gota de alcohol

-El había sido un huérfano de padre y madre. Esto me lo contó él mismo. A su padre lo mataron entre la mina de carbón y el alcoholismo. Desmond fue entonces criado desde que era pequeño por una abuela que, a su vez, había sido una fuerte activista de la Liga de la Templanza.

-¿Qué es eso?, pregunto curioso Collins, a lo que Joe se encargó de ilustrarlo:

-Steve, la Liga de la Templanza fue un movimiento social nacido en Gran Bretaña en el siglo 19 que hizo campaña contra el consumo y la venta de alcohol promoviendo la abstinencia total. Muchas mujeres integraron sus filas, en parte, porque sus esposos e hijos eran victimas del alcoholismo, consecuencia del desempleo y las grandes crisis que trajeron la miseria y la pobreza a este país.

-Pero hay otro detalle no menos importante, agregó el director.

-¿Qué detalle?, pregunté.

-Ocurrida la tragedia, el maletín que Desmond llevaba consigo a todas partes y que contenía todos sus apuntes, documentos, escritos y fotografías relacionadas con la investigación, nunca fue encontrado. Ni en el automóvil, ni en su cuarto del hotel del pueblo, ni en su casillero personal del diario, no apareció por ninguna parte.

-¿Sospecha Usted de alguien o algo en particular?

-Lo único que puedo decir es una obviedad: Desmond no se mató, lo mataron, lo mataron los mismos o el mismo que hizo desaparecer a toda una familia por la denuncia de un niño. Puedo decirles con seguridad que el principal sospechoso tiene nombre y apellido, afirmó.

-En realidad tiene dos nombres y dos apellidos, afirmé.

-Una pregunta Patrick, ¿piensa Usted que la Policía hizo bien su trabajo con la muerte de Desmond?, preguntó Collins.

-En verdad no lo sé. Las fuerzas policiales en estos pequeños pueblos están siempre a merced de la presión de los poderosos. Solo puedo decir que, al día siguiente, ya con la luz del sol y un día claro, los policías y forenses casi desmantelaron el automóvil y rastrillaron todo el acantilado y las playas cercanas sin poder hallar el maletín, respondió.

-Y ya me lo imagino –dijo Collins- seguro que la causa fue caratulada como “Muerte por Accidente” y el expediente cerrado y archivado en un abrir y cerrar de ojos.

-¡Está totalmente en lo cierto sargento! Los únicos que no cerramos la investigación hemos sido nosotros.

-A propósito –agregó el director- me imagino que estarán interesados en la desaparición de la familia del niño que dijo haber sido “molestado” de manera impropia por Cian. Es un gran misterio.

-Por supuesto, nos interesa mucho, afirmé.

-Desaparecieron una noche sin dejar rastros…aunque en realidad sí dejaron un tipo de rastro muy revelador.

-¿Cuál fue?, preguntó Joe con curiosidad.

-La casa se encontraba tal y como estaba al momento de su desaparición. No se llevaron ni una mísera servilleta, ni siquiera apagaron la luz, en la chimenea seguían ardiendo unos leños frescos y la puerta de calle estaba abierta.

-Parece que se los llevaron “con lo puesto”, dijo Collins.

-Es lo primero que se piensa. 

-Como si fueran a volver…señalé.

-Solo que jamás lo hicieron, respondió O’Flaherty.

-Patrick, nos interesa lo que tenga del caso, le dije.

-Para mañana les prometo tener un archivo con toda la información que hemos publicado: las noticias, documentos, recortes del diario, nombres y apellidos, etcétera sobre este caso. ¿Alguna otra duda?

-No queremos abusar de su paciencia, pero de todas formas me gustaría preguntarle por el destino de otra persona de la familia Flanagan que nos interesa.

-Bueno, los padres murieron, eran gente muy pobre…

-No, no me refiero a los padres, Patrick, me refiero a un presunto hermano gemelo que habría tenido Cian.

El director volvió a congelarse. Estiró su brazo izquierdo y recuperó la botella de Kilbeggan para servirse otro poco en su vaso, después pareció pensar detenidamente y, bebiendo un trago, comentó:

-Sé a quién se refieren aunque no llegué a conocerlo en profundidad. Era un muchacho triste, extraño, taciturno pero a la vez amable y servicial, lo opuesto a Cian. 

-La gente realmente lo apreciaba, lo quería, pero decían que él estaba atravesado por una terrible pena de amor que lo había vuelto un chico triste. Decían que estaba enamorado de la mas bella chica del pueblo, que ella lo amaba pero que su padre se oponía al romance de su hija con un muchacho pobre como él. 

-Aquella niña aún vive en la aldea, pero no puedo decirles de quién se trata. Hace años le juré sobre mi Biblia guardar el secreto, confesó.

-Bien, así estuvo este muchacho por años. Envuelto en un romance clandestino e imposible con promesas y besos dados al amparo de la noche tras los arboles que rodeaban la casa paterna de la niña, relató el director y agregó: De los dos hijos de la familia Flanagan, él fue el primero en marcharse y nunca más volvimos a saber de él. Tiempo después, supimos que Cian había hecho lo mismo, pero por otras razones menos románticas. 

-¿Recuerda el nombre de ese hermano de Cian?

-Sí, claro, imposible olvidarlo.

-¿Cómo se llamaba?

-Había sido bautizado con un nombre gaélico: Ceallaigh, que quiere decir “de cabeza brillante”, pero la gente aquí se acostumbró a llamarlo cariñosamente por su apodo familiar que era mucho más fácil de pronunciar.

-¿Recuerda cuál era?, le pregunté.

- ¡Por supuesto! Le decíamos “Carmel” Aunque temo que no signifique nada para ustedes.

(Continuará)

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