La teniente de Scotland Yard Virginia Stevenson entró en la casa con la confianza de quien lo ha hecho toda su vida. Con la misma familiaridad con la que saludó a toda la concurrencia.
A poco de ingresar en el living-comedor descargó displicentemente su portafolios sobre uno de los sillones.
Hacía rato que unos leños ardían en la chimenea brindándonos el imprescindible calor que nos devolvería la vida luego de varias horas a la intemperie , esperando constatar si Carmel Flanagan existía o era una especie de leyenda creada por unos irlandeses borrachos, esos que insisten en asegurar que, al final del arcoíris, se puede buscar un cofre lleno de oro que enterraron allí los “leprechauns”, los gnomos zapateros del folklore irlandés.
Tras unos apretones de manos, se despojó de su pesado abrigo negro, que dejó en el mismo sillón donde había depositado su portafolios, a mano y cerca de la puerta por si surgía una emergencia. Al sacarse el abrigo vimos en la solapa de su saco la placa reluciente que alertaba sobre su pertenencia a la fuerza policial y su rango.
Quiero aclarar que el uso del término “apretones” no es un lugar común motivado por la pereza de este escritor sino una absoluta y objetiva realidad:
Si bien es cierto que la chica parecía egresada de alguna de las mejores universidades inglesas como Oxford o Cambridge, a la hora de saludar apretaba las manos con la fuerza de un “primera base” de los Dodgers.
Esa aparente contradicción despertaba nuestra curiosidad y la hacía más atractiva. Viendo como apretaba las manos al saludar se podía inferir que no perdía el tiempo con estúpidos rodeos. Más bien parecía ir directo al grano y así lo hizo tras los saludos protocolares.
-Teniente, apetece una taza de té, la invitó Joe con su cálida hospitalidad irlandesa.
La teniente lo miró fijamente, escrutándolo, (Joe no presentaba precisamente el aspecto y perfil de un policía, sino más bien el de un veterano corresponsal de guerra).
-Gracias, aceptó secamente la oficial y sin perder un segundo lo encaró a Neville:
-¿Dónde lo tienen a Carmel Flanagan?
El jefe de la Interpol ni se inmutó. Estaba acostumbrado a lidiar con este tipo de presiones solapadas:
-No “lo tenemos”, él está refugiado en una casa de este pueblo a la espera de la llegada del teniente de los US Marshalls, John Valdez, quien está viajando desde Nueva York para detenerlo.
-¿No lo están vigilando? ¿Quiere decir que puede irse cuando quiera?
-No, teniente, está rodeado de casi un centenar de agentes de Interpol que controlan todas las salidas y entradas de la casa. Carmel prometió entregarse pero solo ante el teniente Valdez que está en camino hacia aquí y vamos a respetar ese acuerdo al que se llegó sin disparar un solo tiro.
-¿Y ustedes siempre le conceden todos sus deseos a los criminales?
-Teniente... Carmel Flanagan no está siendo buscado en este país, no hay ninguna causa en su contra. Él debe comparecer ante la justicia de los Estados Unidos y por eso viene Valdez. Es más, le presento al sargento de los USMarshalls y estrecho colaborador del teniente Valdez, Steve Collins, quien ha venido hasta aquí para supervisar la entrega.
-Scotland Yard no opina lo mismo. Para nosotros, Carmel Flanagan debe responder ya mismo por la desaparición de toda una familia ocurrida en este pueblo.
-¡Eso es imposible!
El potente vozarrón de Patrick O’Flaherty III retumbó en la casa como un trueno anunciando la tormenta. Enfundado en un impermeable empapado por la lluvia, de pie, con la puerta de casa abierta de par en par y tras de sí los reflejos de cientos de rayos y centellas, el director del Greenbrae Journal había aparecido en el momento justo, abierto la puerta como si la casa fuera suya y entrado en escena, teatral y ampulosamente, como si de una tragedia de Shakespeare se tratara.
La teniente lo miró y le preguntó con cierta sorna:
-¿Y usted quién diablos es?
- ¡Soy Patrick O’Flaherty III, director y miembro de la familia que ha regenteado el único periódico de este pueblo desde hace más de un siglo y vengo aquí a aclarar sus dudas citadinas, señorita! y sin dejarla responder continuó:
-Carmel Flanagan no tiene relación alguna con la desaparición de la familia ya que, cuando tuvo lugar ese luctuoso episodio, él se había marchado del pueblo varios años antes y nunca más se lo vio aquí hasta ahora. Tal vez debería interiorizarse más en la historia policial de Greenbrae consultando la hemeroteca que tenemos en las oficinas de nuestro prestigioso rotativo. Tanto la investigación policial en su momento como el fallo del juez criminal que intervino en la causa y muy especialmente la posición del fiscal, desligaron a Carmel Flanagan de toda responsabilidad en esa desaparición. El fiscal se rehusó a acusarlo ante la falta de evidencias en su contra y pidió el cierre de la causa y declarar a Carmel “libre de culpa y cargo”, cosa que el juez confirmó en su sentencia.
-Todavía recuerdo la audiencia en la corte en Shannon, una lluviosa mañana de septiembre, cuando el fiscal William Brown pronunció la que se convertiría en su frase más famosa: De pie frente al juez, erguido como un árbol pese al cáncer que lo venia consumiendo desde hacia años, tuvo las fuerzas y la entereza para responder a viva voz ante la requisitoria del magistrado: “¡Ní bheidh an t-ionchúiseamh ag cúiseamh thú, a Onórach!”.
Joe tradujo la frase en voz alta y tono solemne como si estuviera en medio de una misa:
-“La fiscalía no va a acusar, señor Juez”.
Pero estaba claro que la joven teniente no parecía dispuesta a ceder terreno:
-Disculpe, pero para nosotros es irrelevante lo que usted diga señor, mañana hablaremos con el fiscal...
-Murió después de ese juicio, la cortó O’Flaherty.
-Bueno, el juez en Shannon seguramente nos ayudará a dilucidar este caso....
-Murió el año pasado de causas naturales ¿Quiere visitar su tumba?...
Visiblemente contrariada y molesta, la joven teniente buscó imponer su precaria autoridad:
-Entonces pediré refuerzos a Scotland Yard y mañana entraremos en la casa y nos llevaremos a Carmel a Dublin para que confiese sus crímenes.
-Lo único que conseguirá con eso, teniente, es provocar una masacre y, tal vez, la muerte de una ciudadana inocente como lo es la dueña de la casa, sentenció Neville.
La teniente se detuvo sorprendida y preguntó con impostada indignación:
-¿Me está diciendo que Flanagan tiene una rehén consigo y ustedes no han hecho nada para evitarlo?
-No. Le estoy diciendo que Carmel permanece por propia voluntad restringido en esa casa junto a la que es para él el amor de su vida, quien le ha dado humanitario refugio de fundamentalistas como usted y también le estoy diciendo teniente que Scotland Yard va a tener que traer un ejercito si quiere hacer lo que usted está bravuconeando porque Interpol no va a moverse de esa posición hasta que el teniente John Valdez, del Servicio de Alguaciles de los Estados Unidos, se lleve a América, mansa y pacíficamente, a Carmel Flanagan, quien no tiene causa criminal alguna para responder en suelo irlandés.
Y mirando su dorado reloj de bolsillo que extrajo de su chaleco de terciopelo verde, Neville agregó:
-Y le informó que en exactamente...30 segundos... arribará a este lugar un grupo de apoyo de Interpol con blindados y artillería pesada y hasta un helicóptero, le aviso solo por las dudas ¿vio?...
No terminó de decir esto Neville cuando el sonido de los motores de un helicóptero militar se escuchó sobrevolar la casa, seguido por otra clase de sonido infrecuente en la rutina de una aldea como esta.
Joe fue el primero en reaccionar y lo hizo de inmediato. Veterano corresponsal de muchas guerras, con un agudo oído entrenado para reconocer vehículos de combate, mi amigo declaró en voz alta:
-Tanques...ligeros...probablemente FV101 Scorpions...y parecen muchos.
La puerta sonó con tres fuertes golpes, típicos del puño de un soldado.
Neville abrió y se encontró con un gallardo comandante en uniforme de combate camuflado que lo saludó a la usanza militar británica. Neville respondió el saludo acorde a su rango.
-Buenas noches, Coronel, estamos preparados para ocupar posiciones, dijo el marcial visitante.
-Bien capitán, procedan con el plan y rodeen la casa. Que el helicóptero se mantenga a mano, ordenó Neville con el tono sereno de quien ha vivido toda su vida impartiendo órdenes.
El oficial volvió a saludar, dio media vuelta y saltó sobre la torreta del tanque que lo esperaba detenido en la calle, el que partió raudamente con un rechinar de orugas.
Cuando Neville entró de nuevo en la casa, la universitaria teniente bravucona estaba pálida, sin decir palabra alguna, como perdida en una neblina londinense. Había desafiado a la Interpol como si fuera un juego de guerra entre compañeros de colegio, y su comandante, un experto militar, la había apabullado con una demostración de movilización y sincronización de fuerzas que la joven ni siquiera pudo llegar a imaginar.
Yo no pude contenerme y le susurré a Neville:
-¿Coronel Neville?
-Bueno, sin bromas, es una distinción que me acompaña desde la guerra y de la cual me siento muy orgulloso. Y, sin detenerse, se acercó a la demudada teniente ofreciéndole otra taza de té. En un tono paternal pero conciliador, Neville inició una conversación con la joven oficial de Scotland Yard:
-¿Puedo llamarla por su nombre?
La teniente asintió sin hablar mientras tomaba en sus manos la taza de té que Collins le acercaba.
-Permítame tutearla, tengo una hija de su edad.
La oficial asintió con una semi sonrisa y Neville dio inicio a su disertación:
-Virginia, muchas veces, en especial cuando somos jóvenes e inexpertos en nuestros oficios, buscamos asegurar nuestra posición mostrándonos rígidos, inaccesibles, intransigentes, como si la verdad nos perteneciera. Y en esa estúpida estrategia de mocosos inseguros con mando, muchas veces ofendemos a aquellos que nos triplican o cuadruplican en experiencia, no solo profesional, fundamentalmente en experiencia vital.
-Lo que finalmente pasa es esto que acaba de ocurrirte: Después de maltratarnos un buen rato la verdad te pasó por arriba como un tanque de guerra, dejándote desnuda con tus inseguridades sin resolver, poniéndote en ridículo, no solo ante los demás, sino lo que es más importante, ante vos misma.
-Algunos aprenden esa lección y tratan de cambiar privilegiando la persuasión y la cortesía por sobre el autoritarismo y la falta de respeto. Otros no aprenden, no entienden lo que ha ocurrido y endurecen su rígida postura, casi siempre para mal. Yo espero sinceramente que pertenezcas al primer grupo, el de los que aprenden de las equivocaciones, porque creo que, pese a tu inexperiencia, tu soberbia y tu torpeza, sigues teniendo mucho potencial, el suficiente para honrar el rango de teniente que hoy inexplicablemente detentás y que por ahora parece quedarte muy grande.
La teniente Stevenson parecía conmovida por el discurso del jefe de la Interpol y no atinaba a decir nada. Bebió un sorbo de su té, cerró por un instante sus ojos azules desde donde un par del lagrimas bregaban por salir y luego los abrió para mirar a Neville y susurrarle:
-Muchas gracias Coronel, lamento mucho lo que pasó.
Neville sonrió y adoptó una actitud aún mas cordial con la joven oficial:
-Virginia, viniste aquí con la orden de tus superiores de llevarte detenido a Carmel. Pues bien, lamento informarte que eso no va a pasar ya que tenemos un acuerdo con este hombre de entregarse pacíficamente al jefe de los USMarshalls, John Valdez, quien está en este momento en vuelo hacia el continente europeo.
-Carmel no es ni un prófugo ni un convicto del sistema criminal irlandés, pero nosotros creemos que, en el marco de este acuerdo entre él y nosotros, puede que nos diga algo acerca de la desaparición de la familia, incluso puede pasar que en medio de su declaración se le caiga algún nombre que les permita a ustedes continuar investigando el hecho.
-Yo conozco desde hace muchos años al teniente Valdez, es un hombre justo, y no creo que tenga inconveniente alguno en permitirte, en tu calidad de oficial en jefe de Scotland Yard, participar del interrogatorio preliminar que Valdez le hará a Carmel ni bien pise Greenbrae.
-Ahí podrás formular tus preguntas libremente, pero no debés perder de vista dos condiciones fundamentales:
-Primero: Tal y como bien lo señaló el señor O’Flaherty, Carmel Flanagan ha sido declarado por la justicia irlandesa “libre de culpa y cargo” por la desaparición de esa familia, hecho que ocurrió muchos años después de que Carmel abandonara Greenbrae.
-Y segundo: tenemos un acuerdo con Carmel de mantenerlo a salvo en esa casa hasta que llegue el teniente Valdez y se lo lleve detenido a los Estados Unidos. Si no pierdes de vista estos dos puntos entonces te digo que será el principio de una hermosa amistad, de lo contrario...
-¿De lo contrario qué? dijo la oficial.
-Muy sencillo: volverás a tu casa con las manos vacías y sin haber aprendido esta lección, por lo que estarás condenada a repetir tus inmaduros berrinches hasta que alguno de tus jefes se harte y te despidan de tu trabajo. A los jefes en este oficio no les gustan los universitarios petulantes que creen saberlo todo.
-Por el contrario, si aceptas mi ofrecimiento te habrás ganado un exclusivo interrogatorio con el hombre más buscado del momento. Vos elegís, respondió Neville.
La teniente sonrió y asintió con un tímido “acepto”. Neville adivinó cuán cansada estaba y le recomendó que durmiera unas horas hasta que llegue el día, consejo que la oficial aceptó.
Afuera la lluvia seguía cayendo, O’Flaherty miró a Neville y le extendió la mano en un gesto de saludo:
-Puede llamarme Patrick, Coronel...
-Mucho gusto Patrick, me gustó su entrada estelar en escena en plena tormenta, me trajo a la memoria una tragedia de Shakespeare, debo reconocerle que es usted un gran actor.
O’Flaherty sonrió y le respondió:
-En la universidad en Dublin formé parte de la compañía dramática “Calibán”...
-Oh, qué bien, como el sirviente de Próspero en La Tempestad, agregó Neville.
-Qué notable, veo que usted sabe de teatro y particularmente de Shakespeare, Coronel...
-Soy inglés, y eso lo explica todo, cerró Neville con un nuevo apretón de manos y el editor tomó su impermeable, se despidió de los presentes, que le agradecieron su oportuna intervención, y salió de la casa con la majestuosidad de un rey que abandona su castillo.
Mientras todos buscaban algún sillón, sofá o colchón donde echarse a dormir, la lluvia caía impenitente refrescando la tierra y lavando las casas. El olor a tierra mojada invitaba a descansar.
A miles de kilómetros de ahí, a 30 mil pies sobre el Océano Atlántico, un cansado policía neoyorquino se dejaba derrotar finalmente por el sueño, mientras trataba de hilvanar sus pensamientos, que parecían maníacos caballitos de madera dando vueltas en un loco carrusel, sin sortija, y cuyo único jinete no hacia más que repetir su nombre como un mantra inexorable:
-Carmel Flanagan...Carmel Flanagan...Carmel Flanagan
(Continuará)