En la escena del crimen de un típico perdedor acorralado.
El teniente John Valdez llegó a la escena del crimen del cubano José Manzanares, quien yacía tirado en la acera en medio de un vasto charco de sangre. Lo que menos imaginaba era que la victima que iba a ver era, nada más y nada menos, Johnny Ray.
Valdez sacó su placa con la estrella de los USMarshals, la prendió en su pecho y se acercó al detective de homicidios de la policía de la Ciudad de Nueva York que había llegado a poco de acontecida la matanza. Ambos se conocían desde hacia años.
Era un hombre tan alto como un álamo y delgado como una caña de bambú y su nombre, Danny Kovalski, remitía a lejanas tierras eslavas.
-Hola detective, cuánto tiempo sin vernos, arrancó el dominicano con un tono campechano.
- ¡Qué gusto verlo teniente, felicitaciones por su pase a los USMarshals! respondió el eslavo.
-¿Qué tenemos aquí?, preguntó Valdez.
-Parece ser un “ajuste de cuentas”. El pobre diablo salía de su casa, un apartamento de ese edificio color gris que esta a mitad de esta calle, y cuando se acercó a estos árboles, salieron los dos verdugos que directamente lo fusilaron. Hemos contado aproximadamente una decena de impactos de bala en su cuerpo.
Valdez se inclinó sobre el muerto para abrir levemente la bolsa para cadáveres y así ver el rostro del asesinado, y lo que vio lo dejó paralizado.
Había visto cientos, quizás miles, de cadáveres a lo largo de su carrera, pero la repentina muerte del pobre Johnny lo dejaba absolutamente perdido. El vínculo entre el asesinado y sus posibles jefes mafiosos estaba ahora roto y había que reconstruirlo desde cero.
-¿Tienen la identidad de la victima?, preguntó, algo conmocionado, aunque con evidente doble intención.
-Registramos su apartamento y encontramos algunos recibos de los servicios de luz y agua. El muerto se llamaba José Manzanares.
-¿Algún testigo?, pregunto el teniente.
- Una señora que vive en el segundo piso del edificio de enfrente y que, como no podía dormir por el calor, resolvió ir a sentarse en el sofá del living a tomar aire fresco justo cuando ocurrió el homicidio. Además, ella insiste en haber escuchado lo que decían.
-¿Dónde está esa mujer?, preguntó Valdez.
-Segundo piso departamento “1”, puede entrar libremente, porque hemos puesto ahí algunos agentes de guardia.
Valdez cruzó la calle y al aproximarse a la puerta del edificio, un policía se adelantó a abrirle e indicarle el camino que llevaba al departamento de la señora.
Subió los dos pisos usando la escalera y se topó con dos oficiales uniformados custodiando la vivienda de la única testigo.
-¡Hola chicos...no me digan que no les gustan estas noches!
Los policías reconocieron de inmediato al teniente Valdez y le franquearon la puerta, no sin antes llamar a la dueña de casa.
Una señora de entre 70 y 80 años, envuelta en una bata con guardas griegas y un pequeño perro en sus brazos como si fuera un bebé apareció para recibir al oficial.
-Buenas noches señora, soy el teniente de los USMarshals John Valdez y desearía hacerle algunas preguntas sobre lo que pasó esta noche en la acera de enfrente.
La mujer se apartó hacia un lado, invitando al teniente a pasar a su casa, cosa que Valdez cumplió y agradeció cordialmente. Al entrar, la mujer se presentó formalmente, extendiéndole su mano con la distinción de una reina:
-Mucho gusto teniente, yo soy la señora Katherine Nichols, viuda del sargento de la policía de la Ciudad de Nueva York Michael Nichols, que en paz descanse.
Valdez recordó instantáneamente el nombre de ese oficial como uno de tantos policías corruptos que se dieron en la NYPD en los 60s y ya entrados los 70s. Incluso, Nichols integró las listas de policías corruptos que el legendario agente Frank Serpico presentó a la justicia y que le valieron su exilio en Suiza. Pero como el teniente venía en son de paz, no abrió la boca y solo expresó:
-Primero que nada quiero pedirle disculpas por molestarla en un momento critico como este, me imagino lo traumático que debe ser para usted asistir a este tipo de espectáculos, dijo Valdez en su mejor versión de caballero hispano.
- ¿Traumático? ¡De ninguna manera teniente! ¡Esa rata cubana, ese proxeneta de menores que les vendía drogas a los chicos de tres colegios vecinos, ese miserable rufián tuvo una bien merecida muerte y yo la celebro sin ningún tipo de pudor porque su presencia arruinaba este barrio!
Valdez se quedó por un momento sin palabras, detenido en la frase “Esa rata cubana”. Acababa de enterarse de 3 cosas en una sola noche:
1. Que Johnny Ray no era Johnny Ray, natural de Astoria y compañero de escuela de Norman Blake, sino un cubano llamado José Manzanares.
2. Que este Manzanares, bajo el nombre y la identidad de Johnny Ray, vendía drogas a los estudiantes de tres escuelas del distitro y...
3. Que en los ratos libres oficiaba de “pimp” (rufián, chulo, proxeneta) de niñas menores de edad a las que volcaba al ejercicio de la prostitución y, ya que estaban, a las drogas también.
Valdez se levantó de su sillón y se dirigió a la ventana abierta desde donde se podía observas claramente lo que ocurría en la escena del crimen.
-Katherine, me dijeron mis colegas de la NYPD que Usted escuchó algo que dijeron los asesinos antes de matarlo. ¿Recuerda qué fue lo que dijeron?
La mujer miró al teniente fijamente y luego dijo::
-Fue algo así como “El Amo no perdona” -nunca me olvidaré- es más, terminaron de decir esa frase y explotaron los fogonazos de los disparos.
-En algún momento, entre que ellos se le presentaron y cuando dispararon, ¿Pudo ver algún otro movimiento, algún gesto desesperado de la victima, algo inusual?
La mujer pensó un instante la pregunta y respondió con seguridad:
- El cubano pareció querer sacar algo del bolsillo interior de su abrigo mientras parecía querer hablar con ellos, para mí que buscaba darles dinero para que no lo maten. Pero fue inútil.
-¿Está de ánimo para hacer un experimento de acústica elemental?, preguntó Valdez y la mujer respondió encantada:
-¡Me encantan los experimentos forenses! Mi finado esposo solía armar escenas del crimen en este living y usaba los almohadones para simular las victimas, recordó con una sonora carcajada.
Valdez fue entonces hacia el balcón. Previamente le pidió a la señora Nichols que ocupara el lugar desde donde dijo escuchar a los sicarios hablar. La mujer se sentó en un sillón contiguo a la ventana.
-Usted quédese sentada ahí, Katherine, que yo voy a dirigir la orquesta.
El teniente sacó su “walkie-talkie” y se comunicó con el detective Kovalsky, del departamento de homicidios, que estaba en la acera junto al cuerpo de Ray-Manzanares .
-¡Kovalski quiero que ubiques a uno de tus hombres en el presunto lugar donde se encontraba la victima antes de su muerte, pero sin pisotear la escena, y que te coloques donde estaban los asesinos del muerto.
- ¡Entendido teniente! Y el largo detective tomó posición y un policía la de Ray y esperaron nuevas ordenes de Valdez.
- Bien, ahora quiero que le digas a tu hombre, en el tono más bajo que puedas: “La cena está servida”. Estate atengo a mi señal.
Kovalski se puso en posición y miró hacia la ventana donde se encontraba Valdez esperando su orden.
-¡Ahora!, transmitió el oficial.
-“La cena está servida”, dijo el detective
La frase se escuchó perfectamente desde el living de la mujer, corroborando la veracidad de su testimonio. No era un barrio ruidoso sino un alojamiento para familias de la clase trabajadora. A la hora que ocurrió el crimen la zona era puro silencio.
Valdez levantó el pulgar hacia Kovalski y le extendió la mano a la señora Nichols agradeciéndole la atención y recordándole que podría ser convocada a declarar como testigo de cargo en el asesinato de Ray.
-Quédese tranquilo teniente que yo iré a declarar por ese hijo de perra cubano, porque mi esposo se va a revolver en su tumba si no testifico, dijo la mujer y cerró la puerta.
Valdez abandonó el edificio y se dirigió hacia el complejo de apartamentos baratos donde vivió Ray hasta su muerte. Cruzó la calle, le hizo una seña a Kovalsky invitándolo a acompañarlo y entró en el sucio inmueble.
En la puerta del departamento de Ray había dos oficiales de policía y una cinta amarilla con la leyenda “ESCENA DEL CRIMEN - NO CRUZAR”. A un gesto de Kovalsky los oficiales se apartaron y levantaron la cinta para que pudieran pasar.
Adentro reinaba el desorden, pero éste no se debía a una inoportuna visita de registro sino al desorden natural en una persona desordenada como lo era Ray. Nada decía nada. Parecía ser el departamento de alguien que está de paso excepto por algo que llamó la atención de Valdez.
Sobre la mesa del living, entremezclado con diarios viejos, asomaba un antiguo anotador y, a pocos centímetros de él, un bolígrafo.
Valdez se calzó un par de guantes quirúrgicos para no contaminar el objeto con sus propias huellas y lo tomó estudiándolo con sumo cuidado.
-Parece que estuviera en blanco... comentó Kovalski.
-Estos anotadores siempre tienen algo para decir, no lo olvides, dijo Valdez, mientras sacaba de su bolsillo un lápiz de dibujo que siempre llevaba consigo.
Sosteniendo el anotador con su mano izquierda lo colocó forma tangencial a la lámpara de pie que daba luz a la sala mientras que con el lápiz, de gruesa mina, empezó a sombrear suavemente la primera página, la cual, inmediatamente, dejó entrever la huella de un texto anterior y reciente.
Cuando Valdez terminó su tarea, la página mostraba una dirección localizada en el estado de Utah, aunque sin más detalles. Era la mitad de la información, mucho más que una aguja en un pajar, era una gota en el Océano.
Valdez le mostró a Kovalski un resto de papel dentro del espiral del cuaderno, el que queda cuando se arranca una página.
Era la prueba de que la página arrancada tenía escrita la misma información y que seguramente era lo que Ray quiso mostrarle a sus verdugos para que no lo mataran, tal como lo indicó la señora Nichols, única testigo del crimen, quien además declaró que, tras el asesinato, uno de los sicarios revisó los bolsillos del abrigo de Ray y sacó esa hoja de papel plegada que Ray quería mostrarles, luego de lo cual abandonaron la escena del crimen.
-Si a esto le unimos lo que los asesinos le dijeron a Ray antes de disparar...”el Amo no perdona”, podemos inferir que esa información ya está en poder del Amo, aunque aun no le sirve, ya que no está completa.
Kovalski miró a Valdez con el respeto con que se mira a un profesor de la Universidad y apuntó como el mejor alumno:
-Nos queda saber quién es el Amo...
-Exactamente mi querido Kovalski, persevera y triunfarás, le dijo al detective y se despidió con un apretón de manos.
En ese momento el “walkie-talkie” de Valdez sonó, trayendo un llamado desde la central de los Marshalls:
-Aquí Valdez, dijo el dominicano y del otro lado le respondieron:
-Atención teniente, llamaron por teléfono para Usted, fue la gente en Irlanda, y dejaron lo que parece ser un mensaje en clave.
-¿Cuál es ese mensaje?, preguntó el detective.
-No sabemos qué quiere decir quizás Usted tiene alguna idea. El mensaje dice solamente “Papá cansado”, repito “Papá cansado”, va a ser mejor que venga para aquí, teniente, porque seguro que vuelven a llamar.
-Comprendido, voy para allá, dijo Valdez subiéndose a su auto mientras empezaba a reírse y a repetir y repetir como un mantra: Papá cansado...Papá cansado....Papá cansado...este Collins es increíble...Papá cansado.
Mientras decía esto el automóvil se perdía en la noche oscura, y Valdez no dejaba de pensar en aquella famosa quebrada de la selva en Bolivia donde alguien dijo una vez esa misma extraña frase.
(Continuará)