San Pío de Pietrelcina, más conocido como el Padre Pío, fue un fraile capuchino cuya vida estuvo marcada por fenómenos extraordinarios y una profunda entrega espiritual. Su historia, que incluye estigmas visibles, milagros y ataques demoníacos, continúa inspirando a millones en todo el mundo.
El 23 de septiembre de 1968, en un pequeño pueblo del sur de Italia, falleció este religioso que congregó a más de 100.000 personas en su despedida. Nacido como Francisco Forgione el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, Campania, creció en una familia de agricultores y desde niño mostró una sensibilidad espiritual notable, incluida una visión mística del Sagrado Corazón de Jesús a los cinco años.
Motivado por un encuentro con un fraile capuchino, ingresó en 1903 al noviciado de Morcone y adoptó el nombre de fray Pío. A lo largo de su vida, fue protagonista de fenómenos sobrenaturales únicos, como estigmas que sangraron durante medio siglo, estados de éxtasis, bilocación y clarividencia.
Además, soportó violentos ataques demoníacos que describió en cartas y testimonios, relatando episodios de golpes, ser arrastrado por la habitación y noches enteras de tortura. En uno de los episodios más duros, mencionó que fue atacado desde las diez de la noche hasta las cinco de la mañana, creyendo que sería su última noche de vida.
Sus dones espirituales lo llevaron a estar en dos lugares simultáneamente, asistir a personas moribundas, sanar enfermos, leer conciencias y prever acontecimientos, como el futuro pontificado de Karol Wojtyła, quien llegó a ser el Papa Juan Pablo II.
A pesar de su creciente fama, la Iglesia intentó restringir su actividad, trasladándolo temporalmente a Ancona. Sin embargo, los habitantes de San Giovanni Rotondo, donde residía desde 1916, se manifestaron masivamente en su apoyo. Pese a las sanciones, el Padre Pío continuó su labor pastoral incansable, dedicando hasta 16 horas diarias al confesionario, escuchando confesiones en múltiples lenguas y respondiendo con precisión.
Su última misa fue el 22 de septiembre de 1968 y murió en la madrugada siguiente, pronunciando los nombres de Jesús y María. Al fallecer, sus estigmas desaparecieron, cerrando un capítulo de entrega y misterio. En 2002, Juan Pablo II lo canonizó, cumpliéndose así la profecía que el propio Padre Pío había recibido sobre su trascendencia en la Iglesia.
El legado del Padre Pío sigue siendo un símbolo de fe inquebrantable y sacrificio, mostrando cómo la devoción y la misión espiritual pueden transformar vidas y dejar una huella imborrable en la historia religiosa.