Llegó a Neuquén casi por casualidad, con un contrato enviado por encomienda y una familia que se sumó después. Cuatro décadas más tarde, Francisco “Pancho” Casado sigue haciendo radio con la misma convicción: escuchar, estar en la calle y servir. En una charla íntima en el programa Entretiempo por AM550, el periodista repasa su infancia, el amor de su vida, los errores, las coberturas históricas y el profundo vínculo con la gente.
"Pancho” Casado no se define como un personaje, pero lo es. No por el micrófono, ni por las coberturas históricas, ni siquiera por sus más de 40 años en la radio. Lo es porque detrás de la voz hay una vida atravesada por el trabajo, los errores, la calle, la familia y una convicción que nunca negoció: la radio es servicio.
“Estoy en Neuquén por culpa de Dante Lombardo”, dice entre risas, pero la historia tiene algo de destino. En 1985 hizo un primer “sobrevuelo de reconocimiento” por la provincia. No se quedó. Al poco tiempo, una llamada telefónica y una encomienda inesperada cambiaron todo: un sobre tamaño oficio con un contrato para trabajar en LU5 Radio Neuquén. Pancho se vino solo. Un mes después, llegó la familia. Y ya no se fue más.
De la chacra al micrófono
Pancho nació en La Llave, un pequeño pueblo mendocino, cerca de la estación Rodolfo Iselín. Es el menor de cinco hermanos, hijo de un chacarero que supo empezar de cero cuando a su familia, llegada de España, le dieron “cinco chapas y un pedazo de tierra”. Viñedos, frutales, alfalfa y trabajo duro marcaron su infancia.
“La piedra se llevó todo cinco años seguidos”, recuerda. Sin cosecha, sin futuro en el campo, la familia se mudó al pueblo. A los 17 años, Pancho se fue a San Rafael: a trabajar, a estudiar, a equivocarse. Hizo abogacía, periodismo, dejó, volvió, insistió. “Era bastante vago”, admite con honestidad brutal.
La radio apareció temprano. Y ya no se fue nunca más.
El oficio y las burradas
“Las altanerías de joven me llevaron a cometer burradas”, reconoce. Pero también fueron esas equivocaciones las que lo formaron. En Mendoza trabajó con nombres que marcaron época y aprendió el oficio desde adentro, haciendo calle, deporte, móviles, horas y horas de aire.
Cuando llegó a Neuquén, venía de un periodismo formal: traje, corbata, saco. El choque cultural fue inmediato. “Vi a Ricardo Villar con el pelo por los hombros, bombacha y alpargatas, y pensé: ‘¿qué hago acá?’”. Se quedó. Aprendió. Se adaptó. Y entendió la lógica neuquina.
Cubrió de todo: aeropuertos, campañas políticas, tragedias, historias mínimas. Transmitía con equipos precarios, VHF, bicicletas, caminatas eternas cargando tecnología que hoy parece prehistórica. Pero la noticia siempre llegaba.
La calle y la gente
Pancho habla de Neuquén con gratitud. Pero cuando agradece, no apunta al poder, sino a la gente. “Sobre todo a la gente que menos tiene”, dice. Cree en la radio como puente, como herramienta para ayudar, para gestionar, para visibilizar.
“A mí la gente me para en el supermercado y se acuerda de cuando le diste una mano. Eso no tiene precio”. Esa devolución, ese reconocimiento silencioso, es su verdadero capital.
El amor, la familia y la vida
La historia con Estela parece escrita para la radio. Nacieron en la misma clínica, compartieron habitación, el mismo moisés. Los bautizó, casó y acompañó el mismo cura. Se reencontraron de jóvenes casi por casualidad y nunca más se soltaron la mano. En enero de 2026 cumplirán 50 años de casados.
“Estela me cuida”, dice sin vueltas. Le plancha la ropa, lo sostiene, lo acompaña. Tuvieron hijos, nietos, una familia que creció al ritmo de la radio y de Neuquén.
El dolor y lo que queda por hacer
El momento más doloroso de su vida fue la muerte de su madre. No duda. Tampoco olvida. Como no olvida los errores, ni las pérdidas, ni las decisiones que dolieron.
Estuvo a punto de cerrar todo. De bajar la persiana. Pero la radio volvió a llamarlo. AM550 fue ese regreso inesperado. “Yo pensé que ya no me quería nadie”, confiesa. Y acá está. Otra vez. Como siempre.
La política lo tentó varias veces. Concejal, diputado. Siempre dijo que no. Prefiere el micrófono, la calle, la gente.
Pancho Casado no se considera un personaje. Pero lo es. Porque es memoria viva de la radio neuquina. Porque entiende el oficio como servicio. Y porque, después de todo, sigue creyendo que contar historias —y escuchar— todavía vale la pena.