NIDO DE ANTIPRINCESAS

La antiprincesa bailarina del barrio Cumelén

Tiene 18 años. Hace 2, dejó la escuela, dejó su casa, dejó su barrio y  se fue a vivir a Buenos Aires, a una pensión estudiantil, para hacer lo que pocas pueden: volar.
miércoles, 26 de septiembre de 2018 · 16:07

Por María Marta Martínez 

Nació en Neuquén, en la clínica San Agustín, donde nacen la mitad de los neuquinos. Desde entonces, vivió (y vive, según ella) en el Barrio Cumelén junto a sus padres, que laburan todo el día, a su hermano menor Ignacio que va a la escuela, y a su perra Pipi, que “es lo más”.

Su vida, hasta los 16 años, transcurría como la de cualquier chica de su edad. Se levantaba a las 8 de la mañana, llegaba tarde a la escuela “casi todos los días”. Iba al Colegio Don Bosco y siempre tenía todas las calificaciones bajas hasta el último cuatrimestre cuando se ponía las pilas y las sacaba todas. Salía del colegio, a veces a las 17 hs porque tenía educación física, y se iba a casa a merendar, se sacaba las zapatillas y se ponía las punteras para ir a bailar.

“A los 10 años empecé clásico. Tenía danza todos los días. Iba de domingo a viernes y a veces también tenía ensayo sola porque pasábamos mil variaciones. Mari, mi profe, tenía un estudio chiquitito atrás de su casa, en su quincho. Entonces ella casi siempre podía”.

El último mate

Cuando Maximiliano Guerra la seleccionó para darle una beca de estudio en su escuela de Buenos Aires, todos supieron que sus vidas cambiarían. Para ella implicaba irse, para los demás, verla partir.  Dejar la escuela, vivir sola en Capital, perder amigos, hacer nuevos. “Siempre fui muy consciente del último mate con mis amigos, la última juntada. El año pasado, ellos cursaban quinto año y yo no estaba. Como yo seguía en los grupos de whatsapp, ellos estaban a full compartiendo miles de anécdotas, tenían terrible joda y yo estaba acá. Era como que ya no me sentía parte”.

No arrugó. Y siguió bailando. Como muchos chicos del interior, se mudó a Buenos Aires a una pensión estudiantil y asegura que vivir en una residencia junto a otras estudiantes que llevan una vida “normal”, le da un poco de realidad entre tantos cancanes, punteras y variaciones (composiciones coreográficas de ballet clásico creadas específicamente para ser representadas por un solo bailarín).

Bingo!

Delfina entraba en un mundo caro, de delicado vestuario y peinados perfectos, de prestigiosos pero impagables maestros particulares y donde sin beca no se llega ni a la puerta de calle. La mayoría de los chicos que estudian ahí tiene entre 16 y 24 años, muchos son del interior o de provincia de Buenos Aires y también hay chilenos, paraguayos, bolivianos. Algunos viajan hasta 2 horas para ir a Capital todos los días y otros además trabajan. Delfina, no viene de cuna de oro, por eso ella también ahorra, cuida sus cosas y valora estar ahí. “En un momento tenía muy rotas las punteras, pero me re gustaba usarlas rotas porque las veía y pensaba: si están rotas, están gastadas, bien, estoy trabajando”, cuenta con picardía.

Los padres de Delfina son los sponsors oficiales de su sueño de ballet. La acompañan en todo y hasta organizaron un bingo para costear su viaje a EEUU. “Cuando me dieron la mitad de beca para el curso de verano en Nueva York mi mamá estaba re mil contenta. (Igual es mi mamá ella siempre se alegra de todo – aclara). Entonces las amigas le dijeron que organice un bingo y se coparon todos, mi maestra de danza, mis compañeros, amigos de mi familia. Toda mi familia estuvo involucrada. Juntaron bastante plata y pude ir a EEUU. Los amo”.

Hoy Delfina, tras haber pasado por la escuela de Maximiliano Guerra, estudia danza clásica en la Fundación Julio Bocca. Hace unos meses hizo un Seminario Intensivo de Verano en New York, en la prestigiosa academia del maestro y bailarín Andrei  Vassiliev, que año tras año busca jóvenes talentos de la danza clásica por el mundo. Ahí, ganó una beca por un año para estudiar en EEUU durante 2019. “Va a ser un desafío. Es un mundo aparte. Él tiene una forma de ser muy fuerte y era todo muy exigente. Acá es más light”, cuenta sobre su experiencia en Nueva York.

Bailar riendo

“Me gustan mucho las danzas donde pueda sonreír. Hoy el clásico es lo mío pero sueño aprender todas las danzas. Me gustaría irme (a EEUU) para volver a Neuquén y enseñar, poder darle a otros lo que yo sé, más que para brillar o mostrarme”, resume Delfina en pocas palabras su horizonte que, sin perder el encanto y la humildad, se mueve en el mundo del ballet con la gracia que tienen las antiprincesas. Esas que cumplen sus sueños sin príncipes encantados ni varitas mágicas.

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