En San Lorenzo ya se acostumbraron a convivir con el sobresalto. Pero en las últimas horas apareció un ruido nuevo, uno que no surgió de la política ni de las finanzas, sino del corazón del equipo: Jhohan Romaña, uno de los pocos jugadores que sostuvo el nivel durante el semestre más convulsionado del ciclo reciente, dejó un mensaje que cayó como una bomba en Boedo. Un posteo corto, emotivo, pero sobre todo inquietante. Un “gracias Ciclón” que sonó demasiado a despedida.
La incertidumbre se multiplicó en un club que hoy no tiene conducción plena, que arrastra deudas que complican la vida diaria y que viene de quedar afuera del Clausura por un penal que todavía se discute. En ese escenario frágil, la posible partida de Romaña no aparece como una noticia más: es otro movimiento que puede desbalancear una estructura que hace meses tiembla.
Sin nombre confirmado, pero con un destino casi cantado, desde los pasillos del Nuevo Gasómetro aseguran que una propuesta desde Arabia Saudita estaría por llegar. No hablan públicamente, no hay comunicados ni voceros, pero la cifra ya circula desde hace días: cuatro millones de dólares o nada. Es la línea que San Lorenzo trazó para dejarlo ir y, al mismo tiempo, una cifra que el club necesita con urgencia para empezar a sanear lo que quedó desbordado.
Romaña, que llegó en enero de 2024, jugó 83 partidos y sobrevivió a un año donde incluso su continuidad peligró por atrasos salariales que rozaron el límite contractual, eligió despedirse con elegancia. “Siempre llevaré este escudo en mi corazón”, escribió después del cruce con Central Córdoba, donde fue expulsado y donde —sin saberlo o quizá sabiéndolo muy bien— pudo haber jugado su último partido.
Mientras San Lorenzo clasifica a la Sudamericana y espera que la política resuelva su propio laberinto, el futuro del colombiano se convirtió en la gran trama del mercado. ¿Se va? ¿Cuándo? ¿Por cuánto? ¿Y qué significa eso en un club que necesita vender, pero también necesita sostener lo poco que aún funciona?