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Sábado 20 de Diciembre, Neuquén, Argentina
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Condenados, pero no saldados: cuando la Justicia no alcanza

La Justicia neuquina vuelve a dejar una pregunta flotando en el aire:
¿Esto alcanza?

Sabado, 20 de diciembre de 2025 a las 11:17
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Se conocieron las condenas a los asesinos de Juan Caliani: Mateo Herrera 9 años y Miño, 6 años. Formalmente, la Justicia habló. Hay penas. Hay sentencia. Hay papeles firmados. Pero hay algo que no está: tranquilidad social. Y hay algo que no cierra: la sensación de justicia. Porque cuando una vida es arrancada de manera brutal dentro de una vivienda, durante un robo, con un arma blanca, ninguna condena puede ser leída en frío.

Mucho menos cuando los responsables eran menores de edad, y el sistema parece más preocupado por explicar tecnicismos que por responderle a la sociedad. Juan Caliani está muerto. Eso es irreversible. Eso es definitivo. Frente a esa verdad brutal, la Justicia neuquina vuelve a dejar una pregunta flotando en el aire: ¿Esto alcanza?

Los padres de Juan Caliani, Ana y Jorge, indicaron en un comunicado que el fallo respeta la ley de protección a la infancia y adolescencia, la 2.302. Afirmaron que seguirán pidiendo justicia reparadora. Parte de esto es poder revisar la ley, para que realmente contemple la protección e intervención oportuna en los casos de niños y niñas, adolescentes, que estén en situación de vulnerabilidad, para que no se terminen convirtiendo en delincuentes, en asesinos, o acaben su vida con los consumos.

También, para que los tratamientos se ajusten a la gravedad de los delitos, que sean realmente una oportunidad de modificación. Esto no depende solamente de los técnicos o profesionales que con escasos recursos abordan éstas problemáticas, requiere un trabajo serio, salir de la dicotomía que divide aguas entre mano dura y garantismo, requiere desprenderse de esos lugares de confrontación donde los que pierden son los menores, donde la comunidad queda fragmentada y se instala la inseguridad, la sensación de impunidad y en muchas otras la justicia por mano propia.

Parte de lo requerido por Ana y Jorge. Les puedo decir que cuando Ana habló con nosotros, y nos dijo las penas aplicadas, que la respuesta social fue clara: No alcanza cuando las penas parecen desconectadas del daño causado. No alcanza cuando el discurso judicial se llena de atenuantes, contextos y formalismos, pero se vacía de empatía con la víctima. No alcanza cuando el sistema parece más eficiente para explicar por qué no puede hacer más, que para dar señales firmes de límites.

Nadie discute la ley. Nadie pide venganza. Pero sí se exige proporcionalidad, firmeza y mensaje social. Porque la Justicia no solo castiga: educa, disuade y ordena. Cuando ese mensaje es tibio, el efecto es devastador.

Hoy, hay una familia destruida para siempre. Hay vecinos que perdieron la sensación de seguridad en su propio barrio, y hay una sociedad que empieza a naturalizar algo peligrosísimo: que matar no siempre tiene consecuencias contundentes. La edad de los asesinos no puede ser una excusa automática para licuar responsabilidades. La juventud no borra el acto. La edad del victimario no revive a la víctima.

Cuando el sistema prioriza su propia lógica interna por sobre el impacto social de sus fallos, se rompe el contrato básico entre la Justicia y la ciudadanía. No es un problema solo de este caso. Es un patrón que se repite. Fallos que cumplen la norma, pero no reparan el daño moral. Sentencias legales, pero socialmente incomprensibles.

La Justicia neuquina puede decir que hizo lo que la ley le permite. La sociedad tiene derecho a decir que eso no le alcanza. Porque cuando una sentencia no calma, no repara y no ordena, deja de ser solo un fallo judicial, y se convierte en una deuda institucional. Juan Caliani no va a volver. Eso ya lo sabemos. Pero Neuquén necesita algo urgente: una Justicia que no solo sea correcta en los expedientes, sino valiente en sus decisiones y clara en sus mensajes.

Porque si la Justicia no marca límites firmes, el mensaje que queda es peligroso: que la vida vale poco, y que matar, a veces, sale demasiado barato. Esa es una carga que ningún tribunal debería estar dispuesto a soportar. Hoy, la Justicia neuquina cree que cumplió. Pero afuera de los tribunales, nadie siente que se haya hecho justicia. Porque cuando un fallo deja más bronca que alivio, más preguntas que respuestas y más miedo que confianza, entonces el problema no es la sociedad: es el sistema judicial.

La Justicia no puede seguir escondiéndose detrás de códigos, tecnicismos y excusas legales mientras la calle arde de indignación. No puede seguir hablándole solo a los expedientes y dándole la espalda a la gente común. No puede seguir dictando sentencias que cierran causas, pero abren heridas. Juan Caliani está muerto. Frente a eso, la Justicia respondió con frialdad, con distancia y con una tibieza que insulta el dolor.

Hoy, los jueces pueden dormir tranquilos diciendo que aplicaron la ley. La sociedad, no. La familia, mucho menos. Porque cuando el mensaje judicial es débil, el delito se envalentona, y cuando el delito se envalentona, la próxima víctima está más cerca.

La Justicia neuquina tiene que entender algo urgente: no está para proteger su prestigio corporativo, está para proteger a la gente. Si no es capaz de marcar límites claros, firmes y ejemplares, entonces el banquillo ya no es para los asesinos, es para la propia Justicia. Porque una Justicia que no indigna al delincuente pero sí indigna al ciudadano honesto, es una Justicia que está fallando.

Neuquén ya no puede permitirse que la Justicia siga fallando con la vida de su gente.

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