A veces, detrás del brillo del escenario hay una historia que cuesta contar. La Joaqui se animó a hacerlo y habló sin filtros sobre los años más difíciles de su adolescencia, cuando las drogas y la soledad marcaron su vida antes de la fama. En una serie de entrevistas que circularon en redes, la artista repasó su pasado con una honestidad brutal: “Mi mamá se iba a trabajar y veces no supe qué hacer con tanta libertad. A los 12 fue la primera vez que consumí cocaína”.
El relato impactó a sus seguidores, que la escucharon hablar como nunca antes. “Mi mamá laburaba hasta las dos de la mañana, entonces yo podía hacer con mi vida lo que quería. Tenía que lavarme el uniforme sola, todo sola. Y mis compañeros me decían: ‘Ahí viene la sucia’. Imaginate a los ocho años cómo te lavás la remera del colegio”.
Con el tiempo, La Joaqui entendió que esa infancia marcada por la ausencia y el esfuerzo moldeó su carácter. “Me vinculaba y me movía en lugares que eran peligrosos para mí. Creo que ser mamá fue lo que me cambió. Traté de hacer todo lo que siento que me hubiera gustado que hicieran conmigo y no se pudo”.
Pero la historia no se detuvo ahí. En otro tramo de su testimonio, la cantante habló de una etapa todavía más oscura, en la que tocó fondo: “Estaba en una situación de violencia y me preocupaba más mi abuelita, que fue como mi mamá. En ese momento estaba con cáncer. Pensé que si le contaba lo que me pasaba se moría”.
Sin celular, sin redes, sin dinero y con problemas de salud, la cantante llegó a temer por su vida. “No tenía casa, no tenía trabajo, no tenía ingresos. Flaca, triste, mal de salud. Me sacaron un ovario ese año”.
Y fue entonces cuando apareció Cazzu. “El único teléfono que me sabía era el de Cazzu, así que fui a un almacén, la llamé y le dije: ‘Tengo miedo de que me pase algo o que me muera y que mis hijas, no sé…’. Agarré una bebé acá, la otra acá y me fui”.
La historia conmovió a todo el mundo del trap, no solo por su crudeza, sino también por el lazo que une a ambas artistas: una amistad forjada en la empatía y en la experiencia compartida de haber sobrevivido. Hoy, La Joaqui elige contar su pasado no desde la culpa, sino desde el aprendizaje, como una manera de ponerle nombre a un dolor que muchas veces se silencia.
Detrás del éxito, las giras y las luces, su mensaje suena más fuerte que nunca: se puede salir, incluso del lugar más oscuro, si hay alguien del otro lado dispuesto a tender la mano. Y esa, en su historia, fue Cazzu.