La muerte del papa Francisco el pasado lunes de Pascua marcó el fin de una era para la Iglesia Católica y dio inicio a uno de los procesos más enigmáticos e importantes del catolicismo: el cónclave. A partir del 7 de mayo, los ojos del mundo se posarán sobre la Capilla Sixtina, donde 135 cardenales menores de 80 años se reunirán en absoluto secreto para elegir al nuevo pontífice que guiará espiritualmente a más de 1.400 millones de fieles.
Si bien este cónclave estaba previsto para el 5 de mayo, la necesidad de conocerse de los cardenales puso una pausa de dos días para que puedan introducirse a si mismos y saber a qué ala responde cada uno de los posibles candidatos. Aunque en esta ocasión hay algunos leves favoritos, se presume una elección larga.
El término “cónclave” proviene del latín cum clave, que significa “con llave”, y hace referencia al antiguo ritual de encerrar a los cardenales para evitar presiones externas durante la elección del nuevo papa. Esta tradición se remonta al siglo XIII y continúa vigente, conservando una carga simbólica y espiritual que trasciende lo meramente político o institucional.
De hecho, desde el siglo XV, todas las votaciones papales se realizan en la majestuosa Capilla Sixtina, bajo los frescos de Miguel Ángel, lo que añade un componente solemne y casi místico al proceso.
Hay algunos datos curiosos a considerar en este conclave, como por ejemplo que fue el propio Francisco quien habilitó y eligió a la gran mayoría de los cardenales. Y pese a que se trata de que se elija un nuevo sumo pontífice bajo el ala de Francisco, hay quienes creen que podrá terminarse el progresismo dentro de la iglesia y avanzar hacia una mirada más clásica y conservadora.
Una votación intensa
El mecanismo del cónclave está estrictamente reglamentado. Los cardenales votan hasta cuatro veces por día —dos por la mañana y dos por la tarde—, y se requiere una mayoría calificada de dos tercios para consagrar al nuevo papa. Entre cada ronda, los votos se queman en una estufa especial. Si no hay elección, el humo que sale por la chimenea es negro. Cuando finalmente se alcanza un consenso, el humo se vuelve blanco, señal de que el mundo católico ya tiene un nuevo guía.
El último cónclave, en 2013, eligió al papa Francisco tras solo cinco rondas de votación, un proceso considerado rápido para los estándares vaticanos. Sin embargo, en la historia no han faltado episodios de tensiones que extendieron el proceso durante semanas o incluso meses.
Todo depende del grado de unidad y entendimiento entre los cardenales, que deben sopesar no solo cuestiones de fe, sino también el perfil humano, pastoral y político de quien llevará la tiara papal.
Este tipo de eventos, más allá de su carga religiosa, tienen una enorme repercusión política, diplomática y simbólica. El papa no es solo el jefe de la Iglesia Católica, sino también un actor clave en la escena internacional, interlocutor de líderes mundiales y voz de referencia en temas de justicia social, paz y medioambiente. Por eso, la elección de un nuevo pontífice no solo afecta a los católicos, sino al mundo entero.
Mientras tanto, la Sede Apostólica permanece vacante y la expectativa crece. El 7 de mayo comenzará un nuevo capítulo para el Vaticano, y quizás para toda la humanidad. ¿Quién será el nuevo sucesor de Pedro? La respuesta, como manda la tradición, surgirá del humo blanco.