José “Pepe” Mujica nunca quiso ser como los demás presidentes. Y no lo fue. Desde que asumió la presidencia de Uruguay en 2010, se convirtió en un símbolo de la coherencia ética, viviendo en una pequeña chacra a las afueras de Montevideo, donando más del 90% de su salario y rechazando mudarse al Palacio presidencial. “No necesito mucho para vivir. Con lo que tengo, me alcanza y me sobra”, solía decir.
Su hogar fue, durante años, una casa rural con paredes de revoque simple, perros en el patio y cultivos en la tierra. Allí vivió con su compañera de vida y militancia, Lucía Topolansky, también figura clave de la política uruguaya. “No soy pobre, pobre es el que necesita mucho”, lanzó una vez, dejando una de esas frases que recorrieron el mundo como un llamado de atención frente al consumo desmedido.
El viejo escarabajo azul
Su emblema sobre ruedas fue un modesto Volkswagen Fusca azul modelo 1987, con el que se movía incluso siendo presidente. En 2014, un jeque árabe le ofreció un millón de dólares por el auto. Mujica lo rechazó. Dijo que no le interesaba “ni el dinero ni la pompa”. Para él, el auto era “como un compañero”.
Ese escarabajo se volvió una metáfora perfecta de su forma de ver el mundo: simple, sin adornos, sin pretensiones.
Su sueldo, para los demás
En sus años como mandatario, cobraba cerca de 12 mil dólares mensuales. Se quedaba solo con una fracción mínima y donaba el resto a organizaciones sociales. “Me alcanza con lo mismo que tenía cuando era legislador. Lo demás, no lo necesito”, dijo en una entrevista. Su gesto no fue solo simbólico: con ese dinero ayudó a cooperativas de vivienda, centros comunitarios y otras iniciativas de base.
En un mundo donde los líderes suelen rodearse de lujos y privilegios, Mujica fue el reverso total. Vivió como pensaba. Y pensaba en los demás.
Un presidente distinto
Para muchos uruguayos y latinoamericanos, Pepe no fue solo un jefe de Estado: fue un ejemplo. En tiempos donde el cinismo abunda en la política, su vida ofrecía una certeza: sí se puede vivir con valores. Sí se puede liderar sin traicionarse.
Hoy, mientras su salud genera preocupación, su legado se siente más fuerte que nunca. Porque más allá de los cargos y las leyes, lo que dejó Mujica fue una forma de estar en el mundo.