“Pá, ¿me llevás a caballito? Hace mucho que no me hacés”. Esa frase, dicha con inocencia y ternura, fue el último pedido de Thiago Correa, un niño de apenas 7 años que murió a causa de un balazo en la cabeza durante un tiroteo en Ciudad Evita, partido de La Matanza. Un juego entre padre e hijo, convertido en tragedia por el fuego cruzado de un asalto que terminó con su vida.
La noche del miércoles 5 de junio, el oficial de la Policía Federal, Facundo Daniel Aguilar Fajardo (21 años), fue abordado por cuatro delincuentes mientras caminaba por la zona. Según las primeras investigaciones, el agente sacó su arma reglamentaria y respondió con al menos diez disparos. En el enfrentamiento, mató a uno de los atacantes e hirió a otros dos. Uno de los proyectiles impactó a más de 200 metros de distancia en la cabeza de Thiago, que esperaba el colectivo con su papá.
“Estábamos como padre e hijo. Me pidió que lo lleve a caballito, hablamos de la vida. Me dijo que a los 15 años quería jugar conmigo a la pelota en el barrio”, relató entre lágrimas Víctor Correa, el padre del niño, en declaraciones al diario Clarín.
El caso conmueve a todo el país y reabre el debate sobre el uso de armas en espacios públicos, el accionar policial en situaciones de peligro y el costo invisible de la violencia urbana. Thiago fue trasladado primero al Hospital Ballestrini y luego al Hospital de Niños de San Justo, donde peleó por su vida hasta el viernes 6 de junio. No lo logró.
El fiscal de Homicidios de La Matanza, Diego Rulli, ordenó la detención del oficial Aguilar Fajardo por “exceso en la legítima defensa”, en una causa que fue caratulada como “homicidio y lesiones graves”. En la escena del crimen se halló un revólver calibre .38 sin aptitud para el disparo, perteneciente a los delincuentes.
La muerte de Thiago no fue producto de un error puntual, sino de una cadena de circunstancias que evidencian una falla estructural: un sistema donde los niños quedan atrapados en medio de una guerra que no eligieron.
Hoy, su historia duele. Y también interpela. ¿Qué justicia es posible cuando la infancia se convierte en blanco? ¿Cuántos Thiagos más deben morir para que el Estado y la sociedad entera reaccionen?
Thiago solo quería un caballito con su papá. El resto se lo robó una bala.