HISTORIAS DE FAMILIA

La sobrinita que le cebaba mate a Perón, en el túnel

Contaba el tío que se había venido una bien fea y tuvieron que ocultarse en el túnel de la Rosada.
domingo, 27 de junio de 2021 · 19:08

El peronismo es un plato fuerte que está en la mesa de los argentinos se acepte comerlo o no y hasta condenado a tirarlo a la basura, por quienes le sienten un sabor “raro”, o vaya a saber qué.

En mi casa estaba humeante y sabroso todos los días, y a la hora del puchero, se saboreaba junto al caracú tironeado entre mi hermano y yo. A mi padre le encantaba contar anécdotas de la fábrica donde trabajaba, porque su tarea era, singularmente muy especial y tan especial que merece un capítulo aparte.

Lo que si era común eran aquellas historias de compañeros que, llegando de las provincias, vivían verdaderas aventuras urbanas con todos los ingredientes propios de la ciudad poblada de ruidos de sirenas, colectivos, tranvías que la atravesaban hasta cada destino.

El de ellos era esa fábrica, la Shell Mex, que con ese nombre alcanzaba para alimentar cualquier fantasía más allá de la pieza del inquilinato o conventillo que habitaban.

Mi padre nació por accidente en Brasil, cuando el barco que traía a sus padres desde España, ancló en esas tierras por unos días y mi abuela parió a José Manuel en tierras cariocas, en un campo donde fueron aparar para laburar hasta poder llegar a Argentina. Luego, Córdoba y después aterrizaron con sus bártulos e hijos en Buenos Aires, en la mítica Barracas de mis amores.

Esa historia formaba parte de las muchas que se intercambiaban en las reuniones de mate cocido y pan con los compañeros de la fábrica. El gallego (nunca pudo despegarse de ese sello) tenía así otra categoría: era “extranjero”, lo que sonaba muy misterioso. El resto de sus hermanos habían quedado en Córdoba, entre tíos y primos convirtieron a la dinastía López en un refugio de chacras, ordeñes y piquillines.

Entre los hermanos, estaba Andrés, que casualmente llevaba el mismo nombre que un hermano de mi madre, Franquista hasta la médula interpelado por mí en cada ocasión que se presentaba. Sin embargo, el Andrés hermano de mi padre era otra cosa: un mentiroso serial que inventaba historias alucinantes como si fueran reales, con tanta precisión de detalles que nadie dudaba de ella y, por el contrario se las hacían repetir para gozarlas intensamente.

El tío Andrés era un encanto de tipo: simpático, conversador, alegre, afectuoso y ¡agrandado! .Así surgió esta anécdota contada por mi padre en rueda de compañeros y en la mesa del puchero como una perla recogida de la lámpara de Aladino.

“Cuando Perón estaba en la casa de gobierno, todos querían ir a verlo pero él no lo permitía porque se cuidaba de los sinvergüenzas que querían matarlo. Estaba rodeado de guardaespaldas y había espías por todos lados alrededor de la casa rosada, lo cuidaban mucho”, mientras, parado gesticulaba señalando los imaginarios lugares de la posta protectora, cambiaba el tono de voz para imitar a Perón, diciendo: “muchachos a estos los vamos asacar cagando de acá porque nosotros somos el pueblo”.

Siguió diciendo Andrés: “un día hubo como un levantamiento, no sé, pero avisaron que se venía una gorda. Mi hermano (es decir el gallego mi padre) estaba muy cerca de él y mi sobrina (es decir yo) siempre iba a visitarlo y ese día estaba allí . Se dio la orden y se metieron con los guardaespaldas en un túnel que hay debajo de la casa de gobierno y mi sobrina(es decir yo) le cebaba mate a Perón quien le decía: chinita cebate otro”. Sí, la quería mucho a mi sobrinita”.

Remataba el Andrés. Esta anécdota corrió por muchos lugares, mesas, reuniones provocando sorpresa, admiración y risas. El asunto es que, si soy peronista no es porque le cebé mate a Perón, pero mi tío Andrés ayudó mucho porque después de todo, no es menor ser la piba que se aguantó un avance de “aquellos” (los mismos de hoy) en el túnel de la casa rosada con el General.

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