Un pibe se mandó a la Comisaría 2° de Bariloche con un sánguche de milanesa para un detenido, pero no era un almuerzo común: entre el pan, la lechuga y la carne empanada escondía un raviol de cocaína. En la guardia requisaron el paquete y lo secuestraron, luego le dieron intervención a la Justicia Federal.
El adolescente llegó como si nada a la sede policial del Centro Cívico. Dijo que venía a dejarle comida a un gran amigo que estaba tras las rejas. Pero los efectivos no se comieron el cuento: como marca el protocolo, revisaron el sánguche y ahí apareció el detalle que delató la jugada. Un envoltorio negro, prolijamente escondido entre los ingredientes, llamó la atención.
Llamaron a la división Toxicomanía, que hizo el test orientativo y confirmó la sospecha. El pibe terminó derivado a la Justicia de Menores y la droga fue secuestrada de inmediato. Ahora el caso quedó en manos del Juzgado Federal, que quiere saber si el adolescente actuó por cuenta propia o si fue solo el cadete de una movida más grande.
Los intentos por pasar droga en productos "inocentes" son frecuentes en cada uno de los penales o en las comisarías donde están alojados los presos. Hace apenas unas semanas, en la Comisaría 4° de Cipolletti, otro intento narco fue frustrado: escondieron marihuana y pastillas dentro de un frasco de crema de enjuague. Le pusieron hasta nombre a la jugada: “operación Pelo Duro”. Pero la Policía también la desbarató.
Ahora, con el raviol de cocaína en el sánguche, queda claro que la creatividad narco no tiene techo ni vergüenza.
Cada vez que alguien se presenta con comida o productos de higiene para un detenido, la revisión es estricta. La idea es evitar estas maniobras berretas pero peligrosas. Porque por más disfraz que le pongan, la droga no pasa. Ni aunque venga entre dos panes y con mayonesa.
En este caso, la milanesa terminó siendo más polémica que sabrosa, y el sánguche más comentado del día fue directo al expediente judicial.