Todo parecía seguir la rutina habitual en el sector de correspondencia del Complejo Penal Nº 1 de Viedma. Una mujer ingresaba con paso sereno, acompañada por un nene. Venía a visitar a un interno, como tantas otras. Lo que nadie esperaba era lo que tenía escondido entre el cierre de su bolso y lo que ocultaba más profundamente.
La agente del Servicio Penitenciario que hacía la requisa hizo lo que marca el reglamento: inspeccionar bolsos, revisar paquetes, detectar lo que no debería estar. Y ahí apareció: una bolsa con sustancia vegetal, verde y densa, con el inconfundible aroma de lo prohibido. Posible marihuana. El gesto de la agente fue automático: retener la sustancia.
Pero la reacción fue explosiva.
En un movimiento brusco, cargado de violencia, la mujer metió la mano entre las ropas del nene que la acompañaba. No fue para protegerlo. Sacó una tijera de color rojo, filosa y lista, y la hundió en el cuerpo de la penitenciaria. El puntazo dio cerca de la clavícula, lo suficiente para encender todas las alarmas.
La agresión desató un instante de caos. Pero el personal de la Comisaría 30°, que ya estaba desplegado, reaccionó de inmediato. Con maniobras certeras lograron reducirla, desarmarla y sacarla de las instalaciones antes de que la situación se desbordara.
Una vez fuera del penal, la escena siguió. Familiares de la agresora intentaron armar disturbios, increpando a los uniformados. Pero ya era tarde para cualquier plan: la mujer estaba detenida y la sustancia incautada.
Según confirmaron fuentes policiales, fue puesta a disposición de la Justicia y deberá responder por lesiones, amenazas y tenencia de estupefacientes. El chico quedó bajo resguardo.Y la penitenciaria, herida pero fuera de peligro, fue atendida rápidamente.