El negocio sucio detrás de una casa común
Lo que parecía una vivienda en el barrio Otaño de Plaza Huincul escondía mucho más que paredes viejas. Era la base de operaciones de una banda de siete narcos que no sólo envenenaban a los vecinos, sino que además llegaron a mover más de 160 millones de pesos en billeteras virtuales.
Ninguno de ellos tenía un trabajo registrado, pero acumulaban cifras millonarias gracias a la droga que se vendía a metros de una plaza y de una escuela.
Derribo con mensaje claro
La mañana arrancó con un operativo contundente: topadoras redujeron a escombros la casa narco. El fiscal general, el ministro de Seguridad, el jefe de la Policía y el intendente estuvieron presentes para enviar un mensaje: no hay más lugar para estos bunkers en Neuquén.
Fue el cuarto derribo en apenas dos meses, después de los que ya se realizaron en Neuquén capital, Centenario y San Martín de los Andes.
Una banda sin escrúpulos
Según la investigación, la organización estaba liderada por una mujer y seis varones. Todos fueron imputados por tráfico de estupefacientes agravado, por operar cerca de una escuela y por moverse en grupo organizado.
Los informes revelaron la obscena ganancia narco: una sola integrante registró casi 100 millones de pesos en apenas cuatro meses. Otro, más de 40 millones. Todo sin trabajar un solo día de forma legal.
El golpe más fuerte: sin regreso
Con la demolición, la casa dejó de ser un punto de venta y se convirtió en un símbolo. Ya no habrá chicos ni familias expuestos a la miseria narco que se cocinaba en esas paredes.
La bronca social es enorme: los narcos facturaban millones mientras destruían barrios enteros. El derribo de este bunker muestra que todavía hay herramientas para enfrentar un negocio que sólo deja muerte y desolación.