En una calle nevada, en medio de la guerra por la recuperación de nuestras Islas Malvinas, la niña Magalí Triviño se asustó por las manos heladas del soldado José Luis Dorney y le regaló sus guantes de lana. Ese gesto de desprendimiento quedó en la memoria de ella como un recuerdo de entre tantos de oscurecimiento y miedo por las noches en su ciudad natal de Puerto San Julián, Santa Cruz. Sin embargo, en él fue ganando en impacto, en disparo emocional a tal punto que 38 años después necesitó buscarla para saber qué había sido de su vida.
En el espacio “Ruta Nacional Malvinas”, por AM 550 y 24/7 Noticias, recordaron el primer encuentro telefónico de hace unas semanas donde “hablamos como si nos conociéramos de toda la vida”, confesaron entre risas, desde Comodoro Rivadavia –adonde vive ella- y la bonaerense Las Flores, adonde nació y vive él.
La charla de Magalí y José Luis fue y vino por lo que fueron aquellos días de pequeña en medio de una ciudad que está frente a Malvinas, mar de por medio, y que por ello fue uno de los centros de actividad del Ejército y la Fuerza Aérea argentinos y por la llegada desde Tandil al aeropuerto para cumplir su tarea de Policía Militar, con los apurados 18 años y el roce de la guerra entre los dedos, de él.
La vida ha pasado entre ellos y entre nosotros. Treinta y ocho años que acumulan nuevas vidas, conformación de familias, héroes que quedaron allá y aquí, pero hay un hilo conductor –quizá invisible- que no desata las emociones de aquellos días. Rubén Russo, quien produce y comparte la conducción del espacio de radio y televisión, agregó las imágenes y las intimidades de un momento que resuena en ellos, como aquel de 1982.
Como en la historia de nuestro país hay un antes y un después de la guerra por nuestras Islas Malvinas, entre Magalí y José Luis quedaron esos guantes de lana, de dedos pequeños y gesto inmenso, que también albergan tantos encuentros, solidaridad y emociones que perduran como nuestro derecho a ese territorio patagónico en medio del mar.
Han quedado en conocerse cuando esta pandemia por coronavirus abra las rutas y los encuentros seguros. Pondrán los guantes sobre la mesa y con ellos podrán envolver un segundo de entrega y mil horas de emociones. Y volverán a Las Flores y a Chubut o Santa Cruz, con su historia en la sonrisa.