EXPLOSIÓN EN LA CLOACA

Habló la mujer que se salvó de milagro: "Pensé que me moría"

Verónica estuvo a un centímetro de la muerte. La tapa de cloaca que voló por una explosión le rozó la pierna. Fue a pocos metros de su casa.
lunes, 11 de marzo de 2024 · 19:56

El sábado 9, una explosión en las profundidades de las cloacas detonó hacia la superficie. Fue en el barrio Santa Genoveva de la capital neuquina, en la calle Miguel Ángel Camino. Por esa calle, como todos los días, transitaba, ya llegando a su casa, Verónica, en su automóvil. Estaba contenta y un poco apurada, porque en su casa estaba su bebé, de dos meses, al cuidado de su madre. Conducía su auto, ya en el último tramo del recorrido, cuando un estruendo, y un golpe muy fuerte, la sacudió, a ella y a su auto. En milésimas de segundo, un misil redondo le cayó al lado, rozándole una pierna. "Pensé que me moría", dice, ahora, Verónica, la víctima, la mujer que vive gracias a un milagro.

Fueron segundos, tal vez un minuto, el tiempo que transcurrió, mientras Verónica intentaba entender lo que había pasado. Se sentía aturdida. Las manos y los brazos, agarrotados. "No me dio tiempo a hacer nada...la tapa cayó a mi lado, me rozó la pierna, quedó contra el asiento del acompañante. Si alguien iba conmigo, lo hubiera matado", dice, ahora, hablando por teléfono, con una serenidad que tal vez ganó con las horas, con la tranquilidad de haber regresado con su hijo, con su madre, con su pareja.

Verónica dice que al principio no podía moverse, que quería salir del auto y no podía, porque se seguía moviendo por el declive de la calle, y ella no podía poner el freno de mano, que había quedado debajo de la pesada tapa de metal (entre 60 y 70 kilos). La tapa había atravesado el parabrisas, y ella estaba cubierta de pedazos de vidrio. "Estaba paralizada, no caía en discernir lo que había pasado, quería bajar y no podía. Enseguida, o pronto, me ayudaron los vecinos", dice.

Los vecinos, al final, fueron los únicos que la ayudaron a Verónica. La ambulancia que se dijo en algún momento había llegado, en realidad no llegó nunca. Uno de los vecinos la acompañó a su casa. Verónica no podía hablar, estaba conmocionada. Ya en su casa, después de abrazar a su bebé, de tranquilizar a su madre, llamó a su pareja, con quien no convive, y el hombre vino, rápidamente, a ayudar en la dura situación.

Después, fue tiempo de ir a recibir ayuda médica: la llevaron a la Clínica Pasteur. Tenía algunos cortes por los vidrios, unos magullones, pero, sobre todo, sentía "un fuerte dolor de cabeza". En la clínica le explicaron que era el estrés por la situación vivida. Le aplicaron un diclofenax inyectable, y rápidamente comenzó a sentirse mejor. Hizo la denuncia, ante la policía. "Voy a iniciar un juicio civil contra el EPAS", dice ahora Verónica. "Mis vecinos también fueron afectados, y sumarán sus denuncias a la mía", dice.

¿Cómo está ahora? le pregunté. "Pensé que me moría -dice- pero supongo que se me va a pasar".

Escribo la nota, y siento que hablé con una mujer, una víctima, pero que también hablé con un milagro.

 

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