La historia de la Fiesta Nacional del Chivito, la Danza y la Canción, que se desarrolla este año en Chos Malal este año del 21 al 23 de noviembre, tiene una raíz simple, casi casual, pero cargada de identidad. Rosa Benítez, una de las integrantes de la comisión fundadora -junto a su compañero de vida, Yamil Villar-, recuerda con claridad el momento en que la chispa se encendió. “Fui a Malargüe y vimos la fiesta del chivo que tenían allá. Cuando fuimos, nos vinimos con los chicos y dijimos: ‘Vamos a juntarnos y vamos a hacer la fiesta del chivito acá’”, relata a Mejor Informado.
Para ella, la idea surgió de una lógica elemental: si en la zona norte hay tantos crianceros y el chivito es parte del trabajo cotidiano, ¿cómo no tener una fiesta propia? “Tenemos tantos chivos… ¿cómo puede ser que no hagamos la fiesta del chivito acá?”, recuerda haber planteado. Con el acompañamiento del municipio y de los hermanos Alarcón, empezaron a organizar aquella primera edición que hoy se volvió tradición.
En ese inicio, hubo un nombre clave: Atilio. “Atilio es una de las personas que más acompañó a esta fiesta porque él ha sido un criancero”, destaca Benítez, que subraya la importancia de que la celebración represente verdaderamente al campo y a la vida rural. Cuando surgieron dudas sobre qué identidad darle al encuentro, la respuesta estaba más cerca de lo que imaginaban. “¿Qué es lo que traen los crianceros de la montaña? El chivo”, recuerda que discutieron, diferenciándose de otras fiestas similares. Así nació oficialmente la idea de llamarla “Fiesta del Chivito”.
A partir de allí comenzó el trabajo duro: caminar los campos, hablar con la gente, sumar voluntades. “Empezamos a caminar, ir para los campos, ver a la gente. Y de ahí también salió el chivito al asador”, repasa. Pero la propuesta no se limitaba a la gastronomía. Benítez insiste en que la fiesta debía mostrar la identidad cultural de la región. “Nosotros acá tenemos la cueca campesina, que es nuestra, del norte de la provincia”, señala.
Y hubo un componente que Rosa defendió con fuerza: la presencia de las cantoras. “Las cantoras tienen que estar. Son parte del folclore provincial”, afirma. Con esa convicción, fueron a visitar a referentes como doña Esther Castillo, pieza fundamental del canto campesino. “Fuimos a verla para ver si podían venir. Nosotros estábamos armando la fiesta del chivito”, recuerda.
El esfuerzo dio frutos. La fiesta tomó forma, se realizó por primera vez y desde entonces no dejó de crecer. Para Benítez, el mérito fue colectivo y también familiar: “Vos siempre con tu agrupación, siempre los chicos… dijimos: vamos a ver si nos dejan hacer la fiesta. Y lo lograron. Y aún hoy continúa”.
Una celebración que nació en una charla de vuelta de viaje, impulsada por la identidad y el trabajo rural, y que hoy forma parte del patrimonio cultural de toda la región.