Conmovida por la noticia, la comunidad católica de Neuquén despidió a una de sus figuras más queridas: la hermana Mariuccia Deambrogio, fallecida este sábado a los 87 años. Su nombre quedó ligado para siempre a la historia de la diócesis, a la obra del Hogar “Rayito de Sol” y al compromiso inquebrantable con los más necesitados.
Nacida el 12 de abril de 1938 en Ozzano Monferrato, provincia de Alessandría, Italia, Mariuccia fue hija de José y Enriqueta Montiglio, y hermana de Juan. En 1959 se consagró en el Gruppo Missionario Nostra Signora Regina di Crea, adoptando el lema que marcaría su vida: “Ir a donde nadie va”.
Su camino misionero la llevó primero a Génova y Rossano Calabro, donde acompañó a mujeres en situación de prostitución, brindándoles contención, afecto y una oportunidad de reencuentro con la dignidad. Pero su destino final estaría mucho más lejos, en la Patagonia argentina.
En 1967, junto al padre Ítalo Varvello, llegó a Neuquén convocada por el obispo Jaime de Nevares, quien por entonces impulsaba el crecimiento pastoral de la diócesis. Ambos iniciaron una de las obras más emblemáticas de la Iglesia local: el hogar “Rayito de Sol”, pensado para niños y madres solteras sin recursos.
“Comenzamos en una carpa… faltaba el agua corriente”, recordaba Mariuccia años atrás, con la sencillez de quien sabe que la fe mueve montañas.
Desde ese humilde comienzo, levantaron casas, una capilla, huertas, talleres de costura y programas de ayuda. No era solo un refugio: era una escuela de vida y esperanza.
El Programa Belén, el taller “Amanecer” y el Hogar de Tránsito fueron algunas de las iniciativas que Mariuccia impulsó, convencida de que “la misericordia de Dios se hace concreta” en cada gesto. “Toda esta obra se realizó sin proyecto, porque somos instrumentos de Dios”, solía decir con humildad.
Su labor junto al padre Ítalo fue incansable. Recorrieron los barrios de Neuquén con un viejo Jeep, llevando educación, asistencia y fe a quienes más lo necesitaban. Juntos también dieron vida a la radio Divina Providencia, que durante años fue la voz espiritual de la diócesis y un espacio de encuentro comunitario.
El padre Ítalo falleció en 2012, dejando una huella profunda. Mariuccia continuó su legado con la misma serenidad y fuerza interior que la caracterizaron siempre. Su figura se convirtió en símbolo de entrega silenciosa, de servicio sin fronteras, de amor sin condiciones.
La diócesis de Neuquén —en especial quienes fueron parte del “Rayito de Sol”— la despiden con gratitud. La comunidad rogó por su eterno descanso y celebró la vida de una mujer que encarnó el Evangelio en cada acto.
“Descanse en paz, hermana Mariuccia. Que el Señor la reciba en la luz de su rostro, y que su ejemplo siga iluminando los caminos de la solidaridad y la fe en Neuquén”, señalaron desde la diócesis.