En Las Ovejas, donde el viento baja de los cerros con olor a campo y a leña húmeda, diciembre trae una fiesta que es esencia y memoria: la 35° Fiesta de la Lana y la Cueca, que se celebrará este 12, 13 y 14 de diciembre. Allí, entre artesanos, música y tradición, hay una historia que late más fuerte que otras: la de Olivia Valenzuela, la mujer que convirtió los hilos en destino.
Olivia tiene 78 años y nació en Las Tapaderas. Su relación con la lana comenzó cuando apenas sabía atarse los zapatos. A los cinco años, el telar la llamaba como un secreto. Aprendió mirando en silencio, sin maestras y sin permiso. Cuando quedaba sola, tomaba el huso y tejía rápido, como quien hace algo prohibido. Y cuando el miedo la sorprendía, hacía lo impensado: arrojaba sus primeros tejidos al río, para que nadie descubriera su juego, para que su pequeño mundo siguiera intacto. Lo que no imaginaba era que esos hilos escondidos serían su destino.
De lo oculto al orgullo de un pueblo
Con los años dejó de esconder sus tejidos. Sus manos, entrenadas en silencios de infancia, empezaron a producir piezas que recorrían ferias, puestos y hogares.
Olivia se transformó en la tejedora de Las Ovejas: la que conoce los secretos del hilado sin lavar, la que prepara tintes naturales como quien prepara remedios ancestrales, la que convierte la lana cruda en abrigo, en historia, en identidad.
Sus mantas y ponchos fueron entregados como obsequios a autoridades que visitaron la región. Pero para ella, ninguno tuvo el valor del poncho que tejió para su marido, que ya no está. Ese tejido, dice, guarda un ritmo distinto, un pulso que aún hoy la acompaña.
El huso vuelve a girar
“Hace cinco años que no hilo… espero acordarme”, dice a Mejor Informado con una sonrisa tímida, mientras va a buscar su viejo huso. Pero apenas lo toma, los dedos encuentran su memoria. El gesto vuelve. El giro renace. Y la lana, recién esquilada, se convierte en hilo entre sus manos como si nunca hubiera dejado de hacerlo.
A su alrededor, los colores naturales —la corteza, las hojas, la tierra— completan la paleta que da identidad a sus tejidos.
Una fiesta que celebra mucho más que la lana
La Fiesta de la Lana y la Cueca no es solo un calendario de actividades: es el homenaje vivo a un oficio que tejió generaciones en el norte neuquino.
Es la memoria de las familias que hicieron de la lana su sustento, su abrigo y su orgullo.
Este año, la historia de Olivia ilumina el espíritu profundo de la celebración. Porque cada hilo que trenza lleva un pedazo de Neuquén; cada poncho que creó es un puente entre pasado y presente; y cada gesto que repite desde niña recuerda que la identidad también se teje, hebra por hebra.
Olivia Valenzuela es parte de ese legado: la tejedora que un día lanzó sus primeros hilos al río, sin saber que la corriente se los devolvería convertidos en destino.