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Miércoles 03 de Diciembre, Neuquén, Argentina
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Mirar a la cara a los asesinos de Juan Caliani

La experiencia de declarar como testigo frente a los dos adolescentes que asesinaron el 1 de abril de 2024 al periodista Juan Caliani. El día que la justicia dejó de ser un trámite y se volvió un golpe seco a la conciencia.

Miércoles, 03 de diciembre de 2025 a las 13:40
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Me tocó enfrentar algo que ningún ciudadano debería tener que vivir: mirar a los asesinos de Juan Caliani a la cara, dentro de una sala de audiencias, como testigo.

No es una experiencia que uno pueda relativizar, suavizar o meter en una cajita de “trámite judicial. Es un golpe seco. Un cachetazo a la conciencia. Un recordatorio brutal de que la violencia nos está respirando en la nuca hace rato.

Ahí estaban: dos jóvenes que no llegaron ni a adultos pero que sí llegaron a asesinos. Dos adolescentes que entraron a una casa a robar y terminaron matando a un hombre sin darle oportunidad de nada. Y ahí estaba yo. Frente a ellos, declarando lo que sabía y cumpliendo con la justicia. Pero con una mezcla de bronca, asco y tristeza que te recorre el cuerpo como un latigazo.

Porque no es normal estar a un metro de quienes, con un arma blanca, le arrancaron la vida a un vecino. No es normal mirarles la cara y que parezcan dos chicos más como cualquier pibe que se cruza en la calle. No es normal entender que el sistema —ese que se supone debe cuidar, prevenir, intervenir— los dejó caer al punto de convertirse en homicidas antes de cumplir la mayoría de edad.

Que nadie venga a pedirme calma. Que nadie pretenda que uno se siente ahí, declara y vuelve a su casa como si nada hubiera pasado. La muerte de Juan Caliani no admite tibiezas. Este juicio tampoco y acá hay algo que debe quedar claro: estos dos jóvenes no son “víctimas del sistema”.  Son asesinos.

 

Ahí estaban: dos jóvenes que no llegaron ni a adultos pero que sí llegaron a asesinos. Dos adolescentes que entraron a una casa a robar y terminaron matando a un hombre sin darle oportunidad de nada. Y ahí estaba yo. Frente a ellos, declarando lo que sabía y cumpliendo con la justicia. Pero con una mezcla de bronca, asco y tristeza que te recorre el cuerpo como un latigazo.

 

Y deben recibir una pena seria, firme, ejemplar. Pero tampoco podemos seguir mirando para otro lado ante el desastre institucional que fabrica pibes perdidos, pibes sin contención, pibes sin futuro, pibes que un día toman un cuchillo y matan. Eso también es parte del horror.

Lo que viví ayer —y lo que vive cualquiera que declara en un juicio así— es un espejo de la sociedad que estamos permitiendo: una sociedad donde la vida vale poco, donde los límites se desdibujan, donde los delincuentes se forman más rápido que los ciudadanos. Y mientras tanto, los discursos políticos siguen llenos de promesas vacías. Prometen seguridad pero la gente muere dentro de su casa. Prometen inclusión pero los jóvenes terminan en la criminalidad. Prometen justicia pero la justicia llega tarde y a los tumbos.

En Neuquén, la realidad te grita en la cara dentro de una sala de audiencias. Te dice que estamos fallando como comunidad, como Estado, como sistema… Y lo peor es que Juan Caliani no vuelve. Su muerte no se corrige. Pero lo que sí podemos exigir —y lo que debemos exigir— es que este juicio no sea uno más. Que la pena sea contundente, que marque un antes y un después, que quede claro que en esta provincia, matar tiene consecuencias. Y que no vamos a naturalizar nunca más que dos menores terminen convirtiéndose en asesinos mientras las autoridades miran para otro lado.

Ayer miré a los asesinos de Juan Caliani a los ojos. No quiero volver a mirar a otros. No quiero otro Caliani. Neuquén tampoco.

Al mirar a esos dos delincuentes a la cara, entendí algo simple y terrible: o el Estado recupera el rumbo, o vamos a seguir asistiendo a juicios como este, una y otra vez, llorando nuevas víctimas y repitiendo la misma indignación frente al cadáver de la misma inacción. Y por eso lo digo sin vueltas:
si ver a dos asesinos adolescentes sentados frente a mí me dejó algo en claro, es que Neuquén está al borde del colapso moral, y no podemos seguir tolerando que la muerte de un ciudadano sea apenas una nota policial más. Porque si el Estado no es capaz de frenar esta caída, si la Justicia no marca un límite real, si la política sigue durmiendo la siesta mientras los delincuentes crecen más rápido que las soluciones, entonces la próxima víctima ya está caminando entre nosotros.

Se terminó el tiempo de los discursos vacíos. Se terminó el tiempo de mirar para otro lado. O ponemos las cosas en su lugar de una vez, o aceptemos que vivimos en una provincia donde matar sale barato y donde la vida del ciudadano común vale menos que un trámite judicial.

Ayer miré a los asesinos de Juan Caliani a los ojos. No quiero volver a mirar a otros. No quiero otro Caliani. Neuquén tampoco. Ahora es el Estado el que está en el banquillo. Y esta vez, no tiene derecho a fallar.

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