Poco después de las 22,30 de la noche del jueves, mientras una luna extraordinaria iluminaba el cielo de Río Negro y Neuquén, murió Walter Pérez, un periodista, un hombre que contó la historia en tiempo real, que estuvo desde la guerra de Malvinas hasta estos días de confusión y búsqueda, siempre buscando, siempre intentando reflejar la verdad de los hechos, algo tan difícil, y a la vez tan simple, algo que parece mentira sea tan difícil de defender, de instalar en la certeza cotidiana de la gente.
Walter Pérez fue corresponsal de Télam en Neuquén desde que tenemos memoria los periodistas más viejos. También aportó desde aquella LU5 Radio Neuquén, con un informativo que fue uno de los mejores de la década del '80; y desde los principios de la radio de la Universidad y CALF. Siempre de buen talante, flaco y delgado y alto como los principios que se tornan tan difíciles y tan necesarios defender.
Yo lo conocí antes de venir a Neuquén, en 1984, cuando se hizo, en La Pampa, el congreso de reorganización de la Federación de Trabajadores de Prensa, la FATPREN. El estuvo representando a Neuquén junto al "pelado" Ricardo Villar. Yo estuve representando a Azul, provincia de Buenos Aires. Después, nos veíamos aquí muy de vez en cuando, en ese territorio comandado por el MPN hasta hace muy poco, nos veíamos solo cuando se cubría alguna cosa, y nos saludábamos, de lejos. El siempre estaba, con alguna pregunta incómoda, pero también con la calma que da la serenidad de quien sabe hacer su trabajo.
En Neuquén fue clave en la APDH, fue clave en aquellos primeros años de democracia, y en los que lo siguieron, siempre tiempos difíciles, siempre complicados para el periodismo, pues el periodismo persigue el propósito de mostrar lo que el poder no quiere que se muestre, de mostrar lo que le sirve a la gente, lo que a la gente le duele, y lo que a la gente le complace, y administrar tantos contrastes, créanme, no es fácil, y el flaco Pérez seguramente lo supo, lo supo muy bien, mientras caminaba desgarbado en las calles de subida y bajada de Neuquén y de la vida.
Duele mucho despedir a un compañero, mucho más cuando uno lo ha respetado.