El feminismo como movimiento social ha logrado conquistas fundamentales en las últimas décadas. La visibilización de la violencia de género, la ampliación de derechos y la inclusión de la perspectiva de género en la Justicia han sido avances celebrados en todo el mundo. Pero existe una versión de ese feminismo –cada vez más presente y peligrosa– que se aleja de sus fundamentos éticos y se convierte en una herramienta de venganza, manipulación y destrucción. Un falso feminismo, sostenido por sectores ideologizados, que sacrifica la verdad, instrumentaliza a menores y utiliza la justicia como campo de batalla personal.
Dos casos recientes en Argentina ilustran con crudeza este fenómeno: el del médico Pablo Ghisoni, y el de la joven Jazmín Carro. Ambos exponen cómo una acusación sin pruebas puede arruinar la vida de un padre, romper vínculos familiares y, paradójicamente, utilizar el discurso de protección como forma de castigo.
El caso Ghisoni: del prestigio médico al calvario judicial
Pablo Ghisoni, ginecólogo y obstetra reconocido, fue denunciado por su exesposa, la médica Andrea Vázquez, por abuso sexual contra sus propios hijos. La denuncia fue contundente, emotiva y devastadora. Pero también fue falsa. Tras años de proceso judicial, Ghisoni fue absuelto por unanimidad. La justicia no encontró prueba alguna de los hechos narrados por la madre, y dos de los tres hijos se volcaron a favor de su padre. Uno de ellos, Tomás, lo hizo grabando un video público en el que confesó haber sido manipulado emocionalmente por su madre para declarar contra su padre.
Ese video sacudió a la opinión pública. En él, Tomás cuenta cómo se le enseñaron frases, se le sugirió qué recordar, y cómo fue presionado para participar en la denuncia. A partir de ese momento, Andrea Vázquez lo bloqueó en todas las redes sociales y cortó comunicación con él y con los abuelos maternos. La narrativa debía mantenerse intacta. El que se apartaba del relato, desaparecía.
Ghisoni no sólo pasó por un proceso judicial. Pasó por prisión preventiva, el escarnio social, la suspensión de su matrícula y la separación forzada de sus hijos durante años. Hoy está libre, pero no completamente: el daño reputacional, familiar y emocional es irreparable. Lo acusaron de lo peor que puede acusarse a un padre. Y lo hicieron sin pruebas.
Pablo Ghisoni, ginecólogo y obstetra reconocido, fue denunciado por su exesposa, la médica Andrea Vázquez, por abuso sexual contra sus propios hijos. La denuncia fue contundente, emotiva y devastadora. Pero también fue falsa. Tras años de proceso judicial, Ghisoni fue absuelto por unanimidad
El caso Carro: la adolescente que denunció un abuso que nunca ocurrió
Jazmín Carro tenía 14 años cuando denunció a su padre por abuso. Pero, con el paso del tiempo, y ya mayor de edad, confesó públicamente que todo fue una mentira. En entrevistas y declaraciones judiciales, afirmó que imitó el relato de una compañera de colegio que había sufrido un caso real. El motivo de su mentira: problemas familiares, falta de atención emocional y una forma equivocada de canalizar su dolor.
El padre de Jazmín pasó seis años preso, separado de su hija, señalado como abusador por la sociedad. Aun con la retractación de Jazmín, el proceso judicial siguió su curso. La reversión de una acusación tan grave es lenta, casi imposible. Porque una vez instalada la idea del “padre abusador”, todo lo demás es sospecha o encubrimiento.
Este caso también tuvo consecuencias políticas. La senadora Carolina Losada lo utilizó como ejemplo en su propuesta para penalizar con mayor dureza las falsas denuncias, especialmente aquellas que involucran a menores. En respuesta, fue escrachada por sectores del feminismo radical, acusada de “poner en duda la palabra de las víctimas” y “revictimizar a niñas”.
El padre de Jazmín pasó seis años preso, separado de su hija, señalado como abusador por la sociedad. Aun con la retractación de Jazmín, el proceso judicial siguió su curso. La reversión de una acusación tan grave es lenta, casi imposible. Porque una vez instalada la idea del “padre abusador”, todo lo demás es sospecha o encubrimiento.
La manipulación infantil como forma de abuso
En ambos casos, el daño no solo fue para los padres. También lo fue para los hijos. Cuando se manipula a un menor para mentir, se lo expone a una realidad artificial, se lo obliga a actuar, a elegir entre uno de sus padres y a convivir con una historia falsa. Es, en palabras de la psicóloga Patricia Faur, una forma de maltrato infantil.
La conocida como alienación parental –aunque el término esté en debate dentro del ámbito académico– describe justamente ese proceso: la construcción de una narrativa donde uno de los progenitores es el enemigo, el monstruo, y el otro, la víctima. Esta narrativa se repite, se alimenta y se impone hasta que el niño la asume como propia. Aunque no tenga ningún sustento real.
Es importante subrayar que estas manipulaciones no son propias del feminismo. Lo que ocurre, sin embargo, es que en nombre del feminismo, muchas veces se les da validación automática. Porque la frase “yo te creo” se transformó en dogma. Porque si un niño habla, no se lo puede cuestionar. Y porque poner en duda un testimonio se asocia –injustamente– a ser cómplice del abuso.
El uso ideológico de la justicia
En Argentina, el sistema judicial ha incorporado perspectiva de género en sus procedimientos. Y eso es un avance. Pero cuando esa perspectiva se convierte en presunción automática de culpabilidad, se rompe el principio de inocencia y se abre la puerta a graves injusticias.
En los últimos cinco años, organizaciones como Abofem, el CELS o la Campaña por el Aborto Legal han apoyado públicamente casos que luego terminaron en absoluciones rotundas. Sin embargo, nunca se retractaron, ni ofrecieron disculpas. Los denunciados quedaron marcados de por vida, aun siendo inocentes.
En este contexto, abogados penalistas advierten que cada vez son más los hombres que enfrentan denuncias falsas durante divorcios conflictivos o peleas por la tenencia. En muchos de estos casos, las denuncias surgen repentinamente después de años de convivencia sin incidentes, y se presentan como una forma de asegurarse la custodia, la vivienda o una pensión alimentaria más favorable.
¿Y las verdaderas víctimas?
El fenómeno del falso feminismo no sólo destruye vidas inocentes. También perjudica a las víctimas reales de abuso y violencia. Porque cada caso falso genera escepticismo. Cada mentira mina la credibilidad del sistema. Y cuando una víctima legítima se anima a hablar, encuentra más barreras que antes.
Según estimaciones del Ministerio Público Fiscal, cerca del 5% de las denuncias por abuso sexual infantil en Argentina resultan ser falsas. Puede parecer poco, pero ese 5% tiene un efecto devastador en la percepción social y en el trabajo judicial. Y, sobre todo, genera injusticia múltiple: para los inocentes encarcelados, para los niños manipulados, y para las víctimas reales desoídas.
El fenómeno del falso feminismo no sólo destruye vidas inocentes. También perjudica a las víctimas reales de abuso y violencia. Porque cada caso falso genera escepticismo. Cada mentira mina la credibilidad del sistema. Y cuando una víctima legítima se anima a hablar, encuentra más barreras que antes.
¿Qué hacer ante este problema?
Lo primero es romper con el tabú. Hablar del tema no significa negar la existencia de violencia de género. Significa defender el derecho a la verdad, la justicia y el debido proceso. Significa cuidar también a los hombres, a los padres y a los niños que son víctimas de una manipulación ideológica.
Algunas propuestas que hoy se debaten en el Congreso y en sectores académicos:
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Sancionar penalmente las denuncias falsas con penas efectivas, especialmente cuando hay manipulación infantil.
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Evaluaciones psicológicas obligatorias tanto del denunciante como del denunciado, en casos de acusaciones graves.
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Restitución del vínculo familiar cuando se comprueba que un padre fue alejado injustamente.
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Capacitación judicial independiente del activismo, basada en ciencia, no en ideología.
Conclusión: ¿puede el feminismo sobrevivir a sus excesos?
El feminismo nació para liberar, no para destruir. Cuando se convierte en un arma para ganar juicios, quedarse con hijos o vengarse de exparejas, pierde toda legitimidad. Lo que se necesita hoy es un feminismo adulto, responsable, capaz de revisarse a sí mismo y de aceptar que también dentro de sus filas hay errores, excesos y abusos.
Casos como el de Ghisoni o el de Carro no son excepciones. Son alertas. Son llamadas de atención sobre lo que pasa cuando la ideología se impone a la justicia. Y sobre lo que perdemos como sociedad cuando dejamos de buscar la verdad y empezamos a premiar el relato.