CRÓNICAS NEUQUINAS

Sayhueque llegó con sus caciques a la Rosada para ver a Julio A. Roca

Los diarios porteños reflejaron la llegada y el encuentro en Buenos Aires. De “Potencia a potencia”, tituló uno de ellos.
domingo, 16 de octubre de 2022 · 00:00

(De Más Neuquén, Extraído del libro: Las Matanzas del Neuquén – de Curruinca-Roux – Editorial Plus Ultra).-

Dice el diario El Nacional del 4 de Marzo de 1885: “Saihueque en el Palacio de Gobierno. Ayer se presentó en la casa del Gobierno Nacional el famoso cacique Saihueque, a fin de hacer una visita al Señor Presidente. Como éste estuviese ocupado en el acuerdo, no pudo recibirlo, pero le envió con su edecán una tarjeta en la que le pedía que volviese hoy a las 3 de la tarde. “La conferencia que celebrarán se refiere a su sometimiento y a sus peticiones. Saihueque se presentará de parada y con todo su séquito”

Como se ve, el intento de Sayhueque se frustró. Roca “no pudo recibirlo”. ¿Necesidad de Roca de disponerse y preparar la entrevista? ¿Maniobra de aminoramiento? ¿O no apareció Sayhueque adecuadamente vestido para el encuentro?

Por fin, de acuerdo con la cita preestablecida, Sayhueque es recibido por el Presidente de la República. Presidente y ex contrincante.

De potencia a potencia se tituló la nota aparecida en un cotidiano porteño con motivo de la reunión:

“Acompañado del intérprete y ocho capitanejos» incluso uno de sus hijos se presentó ayer en el Palacio de Gobierno el destronado Emperador indígena del territorio de «Las Manzanas», el cacique Sayhueque, puntual a la hora que había señalado el Presidente para darle audiencia.”

“Sayhueque y los jefes de sus 700 indios de pelea, vestían más o menos como paisanos bien acomodados bombacha o chiripa, saco y bota alta» todo de buena clase.”  

“Introducidos a la presencia del general, que los esperaba en el salón de acuerdo, lo saludaron respetuosamente, permaneciendo de pie y con el sombrero en la mano hasta que les indicó tomaran asiento, lo cual efectuaron sin mostrar desagrado por la blandura de los sofás y sillones, y guardando siempre una actitud respetuosa.”

“Después de esto y contestando a preguntas hechas por el Presidente, el intérprete manifestó que el cacique le suplicaba la concesión de una área de tierra para establecerse con su tribu, fundando una colonia agrícola y pastoril bajo el amparo y ayuda del Gobierno de la Nación, del mismo modo que le suplicaba también la educación del hijo presente, en alguno de los colegios de Buenos Aires.”

“El Presidente se mostró propicio a ambos pedidos, manifestándoles que el Ministro de la Guerra se encargaría de establecerlos convenientemente, dándoles todos los elementos necesarios para que pudiesen convertirse a la vida civilizada.”

“En esos momentos el general Victorica y el doctor Wilde se encontraban al lado del Presidente.” “Los indios se retiraron con demostraciones de contento, para ir a recibir una cantidad de dinero con que los obsequió el Presidente”.

Como uno de los resultados concretos de la entrevista, el Presidente otorgó a Sayhueque la concesión de tierras solicitada. Objetivo principal a que apuntaba el Cacique. Las particularidades de la reserva quedarán en manos del ministro secretario, que localizará los terrenos. Pero por muchos años tendrán carácter provisorio. Sin embargo, de inicio bastará. Permitirá ubicar a la tribu, errática, deambulante, desde meses, por los azares de la campaña militar. Y sin propiedad, a partir de la rendición.

La conferencia “de los jefes de Estado” tuvo lugar el 5 de marzo de 1885.

Sayhueque ha de permanecer pocos días más en Buenos Aires. Apenas tres semanas más. En ese lapso se asegurará del otorgamiento de la reserva prometida para él y su tribu.

Ha realizado las visitas protocolares necesarias que lo condujeron desde la Cordillera, en Junín (su rendición), a la Capital de la República, de acuerdo con las sugerencias castrenses de los vencedores. Ha sido tratado con poca alharaca, pero con respeto. Ha hecho lo que le pidieron. Se ha presentado a las altas autoridades nacionales, como un modo de reconocer públicamente la derrota e inclinar la cerviz. Ha conversado, ha peticionado, ha sonreído. Ha cumplido, pues. Lo más importante: ha obtenido tierras. Está todo dicho. Por ambas partes. Nada queda por hacer en la orgullosa ciudad. ¡Cuánto lujo! ¡Cuánto boato! ¡Cuántas luces! ¡Cuántos paseos! ¡Qué edificios!

Debe regresar al sur, a unirse con su gente, que lo espera ansiosa… A un resto pequeño de su tribu, porque la mayoría ha de permanecer en las barracas, prisionera en Buenos Aires; y será distribuida quién sabe cómo y quién sabe dónde. Pero nada puede hacer por ellos. Ya lo intentó y lo escucharon fríamente; sin contestarle. Sólo Nguenechén podrá ayudarlos. Debe regresar a controlar la dación de los predios.

Visitó varias veces al ministro Victorica para evitar toda confusión sobre el lugar de los terrenos. Y, finalmente, llegó el instante de partir.

“A despedirse del Presidente. Saihueque y toda su comitiva estuvieron ayer en la Casa Rosada a despedirse del Presidente de la República pues que hoy deben embarcarse en el «Pomona» de regreso a sus lares, a vivir allí sometidos a la jurisdicción nacional”.

En la rada boquense sube al barco, entre gritos y pitos de mercachifles.

Recuerda que el primer día del año se rindió. Ahora, el 1 de abril, embarca de nuevo, para la Patagonia, para su país. Que ya no es más suyo ni de su tribu. En tres meses se dio todo: rendición en Junín, viaje de Junín a Carmen de Patagones, Pomona de ida a Buenos Aires, Riachuelo, Retiro, entrevistas, Casa Rosada, trámites, Pomona de vuelta.

Se aleja. Es su obligación. Tiene un deber que cumplir con su familia grande, con la tribu. Como un moscardón, le vuelve el tema. Ahí quedan, en Buenos Aires, Tigre, La Plata y Martín García, sus capitanes, los jefes huiliches que le respondían y otros jefes mapuches aliados, como el picunche Purrán. Presos. Y los caciquillos y la chusma. Son miles. Los están dispersando. Muchísimos están caminando hacia Tucumán. Un rictus por fuera. Debe mantener la calma, pero una honda angustia lo embarga. Mira y se desespera. Quizás hubiese sido mejor morir bajo los fusiles o chuceado. Las condiciones de hacinamiento e insalubridad en el Retiro, las enfermedades y los tratos rudos, son lamentables y dolorosos. Ve a algunos de sus muchos hermanos de sangre y de afecto, a sus compañeros, como Foyel e Inacayal. Han respetado su máxima jerarquía, pero no la de sus caciques. Y los contempla enjaulados como huiñas, tirados, inconsolables.

Su Gobierno de las Manzanas está desclavado. La nación mapuche y sus federaciones se han desperdigado. A pesar de las calamidades que soportan, él, Sayhueque, es un lonco y debe saber cómo actuar. Y sabe que debe ocuparse de aquéllos que sobreviven en el Mapu, arriba y abajo del Limay.

El “Pomona” come las aguas, y la Boca, la vieja rada de los navíos, y Buenos aires, la ciudad imperial, van achicándose y convirtiéndose en manchas, contra un horizonte plateado. La ciudad de empedradas calles y farolas, de alumbrado a gas, de teatros y salones de baile, de palacios coloridos, de plazas y estatuas, de carruajes, tranways y mateos. Con fábrica de papeles. Con hielo para enfriar las bebidas. Por cierto, resulta otro mundo.

Acodado sobre la borda, Sayhueque tiene su rostro vuelto hacia el gran puerto, pero no ve. Procura descifrar las sinrazones de un destino cruel, las contribuciones nefastas de los pillanes y su propio aporte al Huecuvú. El país del Plata es rico y fuerte. Y un conflicto de poderes había de sobrevenir con los vecinos poderosos. Parecía inexorable e ineluctable. También que ellos figurasen perdidosos. Ellos, los mapuches. Más tarde o más temprano había de suceder. El Futa Chao lo ha querido así. Y no podemos rebelarnos contra los supremos designios de los dioses.

De cualquier manera, los argentinos no han sido blandos. El Roca lleva bien puesto su nombre. Más allá del regalo de las tierras, los Roca han zamarreado duramente a su pueblo y no puede agradecerlo. Y junto al linde donde Antú se levanta, miles de mapuches comienzan una existencia de trabajos forzados y penurias que únicamente terminarán con el lay. ¡Invoco tu nombre, Cuyen, para que les tapes pronto los ojos de la vida!

El muelle largo de la Aduana grande, frente a la Rosada, se convierte en una línea y luego en un punto sobre el agua marrón.

¿Qué otra cosa podría haber hecho? Porque Sayhueque se pregunta una y otra vez, obsesivamente, si maniobró de modo adecuado ante las circunstancias. ¿Debería haber conferenciado enseguida, cuando Uriburu cruzó el Neuquén? ¿Debería haber conseguido armas de los chilenos? ¿O haber buscado la intervención del Gobierno vecino? ¿No habrían ido a parar las cosas a idéntica situación, con unos o con otros? Guarda la certeza de haber sido benévolo con los cristianos, de haber mantenido las mejores relaciones posibles, de no haberse jamás apresurado en las decisiones, de haber sido cauto, prudente… ¿Y entonces? Con la prudencia de una sola de las partes no se obtiene la calma. Se requieren dos voluntades. Seguramente, fue como tenía que ser. Por lo menos, estaba convencido, las piedras no las puso él en el camino. Y una cierta serenidad lo retomaba.

Se ha despedido de su hijo… Roca se ha comprometido y Victorica lo ha repetido: “ingresará a un colegio”. Las autoridades se encargarán de su manutención y de que estudie.

El “Pomona” es un barco a vapor muy marinero, pero parecería que rolase. Las aguas siguen marrones y espumosas. Si esto se llama río semeja un mar. Se está moviendo mucho. Ni los mapuches ni los tehuelches se hallan acostumbrados a estos zarandeos ultramarinos. Como pingo le sobran corcovos… ¿Dónde andan los baños? Las cubiertas van vaciándose.

En un rincón del salón principal de la nave, Sayhueque y varios del séquito se trenzan en una partida de naipes. Una daguita cambia de mano y una espuela de plata cambia de pie.

Pronto Carmen de Patagones y Viedma. Después, el Chubut. Ahí los destinan, desde los áureos escritorios de la Rosada. Y no pueden menos que conjeturar. ¿Qué tierras les aguardan?

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