Historia de vida

La hermosa historia de un espíritu viajero, montañista y aventurero

Esta vez, la historia viva no es en la Patagonia. Nació aquí, pero el escenario es el mundo. De cómo un empresario y bombero de Bariloche “cambió su oficina” y partió con su familia a recorrer medio mundo en velero. “El momento es ahora”, afirma Benjamín Reynal.
viernes, 24 de junio de 2022 · 16:12

Por Ceci Russo
Desde Bariloche

“La gente tiene una mirada parcial de lo que es un viaje en barco, es el famoso mito versus realidad, porque uno publica sólo los momentos buenos… Ayer me la pasé arreglando el inodoro”, bromea Benjamín sobre cómo es –presten atención – la aventura de recorrer medio mundo en un velero.

“Siempre quise hacer un viaje  así; decía algún día lo voy a hacer. No soy náutico, sé manejar botes a motor pero el mar y el barco a vela son otra cosa. Todo lo tuve que aprender ahora, y todavía sigo aprendiendo”, cuenta.

 

 

Benjamín vive –o por lo menos hace un mes atrás era así – en Bariloche. Allí, además de llevar adelante una empresa de energía, es bombero voluntario, lo cual lo llevó a escribir el libro Contra el Fuego. Con espíritu viajero, montañista y aventurero, la pandemia lo puso de frente a una oportunidad que venía soñando desde hace tiempo.

“Siempre supe que algún día lo iba a hacer y creo que el detonante fue una mezcla, entre el post Covid, más la situación argentina con crisis recurrentes, y quería que mis hijos vean otras cosas. Sé que voy a volver  a Bariloche, pero el mundo es ancho y ajeno”, relata. Y amplía: “Con cuarenta y pico de años, son esos planteos que te hacés en la curva de la vida y dije el momento es ahora, sino uno se va postergado”.

 

 

Así, el 19 de mayo comenzó a navegar a través del océano abierto, “lleno de viento y de sol, para sentir, ola tras ola, el lento avance de las velas cruzando el mar”, a bordo del barco Oblivion (“como mi tema favorito de Piazzola”).

Aprender haciendo

Si bien la hazaña no fue a la ligera, Benjamín reconoce que mucho del conocimiento sobre navegación lo fue aprendiendo en el transcurso del viaje, leyendo y escuchando a los más conocedores del tema.

“Empecé a hablar con gente; también me dio su aporte un muy amigo mío que dio casi la vuelta al mundo. Yo  lo que quería es ser rápidamente autónomo, no depender de nadie. Empecé a aprender rápido, a leer”.

 

 

Lo segundo en la lista de pendientes: el barco. “En Argentina no hay y son carísimos, así que busqué algunos usados en Estados Unidos y pude comprar uno que tiene más de 20 años. Saqué un préstamo, me tiré a la pileta y la idea ahora es navegar casi un año y medio”, explica el bombero.

Se trata de un catamarán a vela, de 46 pies (14 metros), que “no estaba en buen estado, lo tuve que arreglar bastante y todavía sigo en su reparación; no se termina nunca. Lo preparé los últimos cinco meses, y me conseguí una tripulación de amigos para cruzar el Atlántico. Mi plan es vivir un año a bordo navegando el mar Mediterráneo, básicamente”, relata. 

 

 

Primera parada

El paso previo fue atravesar el Atlántico, lo cual terminó hace pocos días cuando llegó a Cádiz (España), en compañía de tres amigos, dos de los cuales tienen mucha experiencia navegando: “Fue toda una experiencia, 31 días yendo por el Atlántico Norte”, expresa Benjamín.

En medio, sorpresas buenas y no tanto. “Aunque pensábamos seguir derecho, tuvimos que hacer dos paradas. Durante el viaje tuvimos un viento fuerte de frente, a la altura de las Bermudas, así que nos refugiamos ahí dos días. Y también hubo unos problemas con los motores  que nos hizo parar en Azores, unas islas portuguesas que están a 1500 kms. de Europa”, recuerda.

 

 

Pero también destaca: “ese lugar es como Jurassic Park,  algo lindísimo; no te querés ir. Son islas volcánicas, con muchas montañas, mucho verde. Algo espectacular”.

Además, cuenta, “casi todas las mañanas, con las primeras luces, venían delfines a jugar a la proa del barco. Venían en patota. Me hacían acordar a mi perro que te ve y sale corriendo para jugar. Empezaban a saltar alrededor del barco. Eso me fascinó”.

 

 

Bombero una vez y para siempre

Hay tres principales riesgos que corren los barcos chicos. Primero, una mega tormenta que pueda dar vuelta la embarcación. Segundo, la colisión –sobre todo de noche – contra barcos de gran envergadura, contenedores que cayeron al mar y quedan flotando, o mamíferos grandes, principalmente ballenas. Y por último, incendios, porque tienen muchos compartimentos eléctricos. “Como bombero, creo, que esto último lo tengo un poquito más controlado; sé qué hacer. No me a agarrar desprevenido”, indica, un poco entre risas.

Desde 2015, Benjamín integra el cuartel de bomberos voluntarios de Melipal, la jurisdicción que habita en Bariloche. “Mucho me sirve de lo que aprendí en mi formación; y me va a servir”, señala.

 

 

Y agrega: “Todo lo que aprendí en primeros auxilios, también es muy útil en estas situaciones. Me armé el botiquín junto con otros bomberos que son paramédicos. Y todo lo que es prevención de incendio suma, porque en un barco con el viento y el agua los cables se corroen y podes tener un incendio. Yo le puse extintores automáticos, hablé con gente que sabía mucho. El barco está  bien protegido”.

 

Continúa la bitácora

“Cuando llegamos, la tripulación tenía que volver a Argentina y después de 30 días yo quería llegar y ver a mi familia”, comparte Benjamín.

Ahora el viaje continúa, costeando el Mediterráneo, junto a su esposa y sus tres hijas menores, quienes desde un primer momento acompañaron el proyecto con mucha felicidad: “Yo se los transmití con entusiasmo y eso es contagioso. Lo conté con mucha emoción, re divertido y se prendieron enseguida.  Cuando uno vende una aventura  así, hay que ser muy convincente desde lo emocional. Siempre me han seguido para todos lados y en esta se engancharon enseguida”, describe.

 

 

Y también aclara: “Sacamos a las chicas del colegio y las anotamos en un programa de educación a distancia que tiene el Ejército argentino, que es muy bueno; es el que usan los atletas y gente que viaja. Yo pedí licencia en bomberos porque después quiero volver a lo que hago, aunque sigo trabajando a la distancia. No se interrumpe lo que hacíamos sino que cambia la oficina”.

“Va a ser toda una educación integral de navegar, vivir en un espacio chico y a veces incomodo, con momento lindísimos. El viaje no es sólo de navegación, sino también cultural. La idea es llegar hasta Turquía  y ver todo lo que es la civilización europea, y lo que ha sido. Hay mucha vida en los puertos, mucha historia. A largo plazo, todo eso vale la pena”, expresa.

 

 

“Me deslumbra, voy con mucho entusiasmo, como un niño explorador”, concluye.

Un plan sin plan

“Ahora entramos al Mediterráneo y a partir de ahí, seguimos sin plan. Siempre creí que lo mejor de los viajes es no tener plan, ir viendo, decidiendo sobre la marcha, especialmente en algo que depende tanto de la meteorología. La idea es ir costeando el Mediterráneo, llegar a Turquía y después volveremos a Bariloche”, se despide. Dejó por un tiempo el paraíso, para ir a otro paraíso. 

 

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