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Lunes 06 de Octubre, Neuquén, Argentina
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Encuéntrame en tus sueños (42ra parte. I: El principio del fin)

La detención de Carmel Flanagan augura el final de la historia que empezara con el crimen del pianista.

Lunes, 06 de octubre de 2025 a las 16:19
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En medio de la noche, camino a Greenbrae.

El Land Rover de Joe destilaba confianza mientras acometía esos accidentados senderos de turba y piedra que harían añicos la suspensión de cualquier Cadillac. Adentro del rodado, los cinco ocupantes del excepcional todoterreno nos manteníamos en silencio mientras volvíamos a nuestro hogar interino en la aldea de Greenbrae. 

Veníamos de la Corte en Shannon. La audiencia con el juez había terminado y con ella llegaba también a su fin un conflicto que nunca debió ser un conflicto, tan solo una diferencia en la interpretación de la ley, o lo que es más grave: en la interpretación de la propia realidad.

Una puja de intereses que se abrió cuando la teniente Virginia Stevenson apareció en escena reclamando el derecho de Scotland Yard a detener a Carmel Flanagan y hacerlo declarar por la desaparición de toda una familia de Greenbrae, hecho que en realidad ocurrió muchos años después de que Carmel abandonara la aldea, abandonara Irlanda, abandonara el Reino Unido, abandonara Europa y se estableciera finalmente en los Estados Unidos, concretamente en la ciudad de Nueva York.

En su pronunciamiento, el juez había interpretado fehacientemente esa realidad y, en un breve dictamen, la había plasmado en una forma tan clara y contundente como esclarecedora.

Los cinco ocupantes del Rover volvíamos a casa en silencio, pero no era un silencio de tristeza, tampoco de frustración, no era un silencio de rabia o alegría por un fallo adverso o favorable, sino más bien un silencio de reflexión por un fallo justo, ese mismo silencio que viene después de que un representante de la ley da una clase magistral de síntesis, de ecuanimidad, de equilibrio, de justicia y de sana critica.

La propuesta del juez, que traía consigo el peso moral y doctrinario de una resolución judicial, ratificaba que Carmel Flanagan había sido declarado “inocente de culpa y cargo” en el caso de la familia desaparecida de Greenbrae, resolución que –dijo- debía ser acatada “por completo” en cualquier caso o circunstancia en que se invoque. 

El juez sostenía además en su dictamen que “estaba suficientemente probado” que Flanagan no tenía cuentas pendientes con la justicia del Reino Unido, sino con la de los Estados Unidos de América, país a donde debía ser trasladado detenido “tan pronto como sea posible” por los representantes federales, y mencionaba allí al teniente John Valdez y al sargento Stephen Collins.

Y, finalmente, sobre el reclamo de Scotland Yard de detener a Carmel para su interrogatorio sobre la familia desaparecida, el magistrado consideró que, dados los puntos anteriormente mencionados que probaban que Carmel era inocente y que no debía responder por delito alguno, “dicha pretensión había devenido en una cuestión abstracta e innecesaria” por lo que debía ser desestimada.

Tras leer su dictamen, el magistrado se dirigió a Valdez y dijo en un tono personal:

-Ahora bien, si los agentes federales estadounidenses tuvieran la gentileza de permitirle a la teniente Stevenson participar del interrogatorio preliminar a Carmel Flanagan antes de que abandone Irlanda, la justicia no se opondría.

Dicho esto, esperó unos segundos, tomó su martillo de roble y con un golpe seco sobre la base exclamó a viva voz:

-¡Caso cerrado!, dando por finalizada la audiencia.

Salimos de la Corte en silencio, caminamos hasta el estacionamiento donde estaba el Land Rover de Joe y nos acomodamos en los asientos sin formular palabra alguna.

En el viaje, bajo una lluvia que se abatía sobre nuestro mundo, no pude evitar reparar en la teniente Stevenson que no cesaba de mirar con tristeza la noche lluviosa por la ventanilla cerrada del Rover. 

Pensé: Todo había pasado demasiado rápido para ella, demasiados golpes en poco tiempo, como en un match de box, demasiados para el ego de esta universitaria a la que el rango de teniente de Scotland Yard parecía “quedarle grande”, según apuntó, con certera impiedad, el coronel Neville. Demasiados “jabs”, “uppercuts” y “crosses” a la mandíbula para una niña rica que todos los días debía lidiar con su condición de mujer inteligente que intenta abrirse paso en una profesión de hombres. 

Y entonces me pregunté: ¿Cuántas veces habrá perdido un combate? 

Dentro de la oscuridad de ese Land Rover ella lloraba sin llorar porque el destino, otra vez, parecía haberle ganado por KO.
 
Intenté iniciar una conversación con ella para romper el muro de silencio que nos atenazaba a todos pero no tuve mucho éxito. La chica no tenia ganas de hablar y respeté su deseo dejándola tranquila.

En el asiento delantero derecho se encontraba Valdez quien ciertamente no se caracterizaba por pensar y actuar como yo. En un momento se dio vuelta hacia Virginia y en tono admonitorio le aclaró:

-Mire teniente, yo no tengo inconvenientes en que presencie mi interrogatorio a Carmel Flanagan y hasta incluso le haga algunas preguntas, pero le aclaro que primero quiero tener una charla con él a solas antes de volver a nuestro país, después usted puede preguntarle lo que quiera.

Virginia lo miró como si estuviera a punto de romper en llanto. Sus ojos se venían tan húmedos como las ventanillas del jeep bañadas por la lluvia. Pero eligió contenerse, como en tantas otras veces lo debió haber hecho . 

Tragó saliva sin dejar de mirar a Valdez a los ojos y con voz segura le respondió como deshilachando una letanía:

-Mire teniente, a menudo, cuando raramente intervengo en una misión, la mayoría de los hombres que tienen que trabajar conmigo se preguntan en secreto muchas cosas acerca de mí. La más habitual es qué titulo universitario tengo. Comparten esta duda en secreto y hasta hacen apuestas sobre mi formación académica. 
Muchos opinan también que soy muy joven para ser una teniente
-dijo mirando a Neville- y probablemente tangan razón. Creen que ostento este grado porque mi familia pertenece a la Familia Real o porque soy una linda mujer y me debo haber ganado las tiras de teniente en la cama de algún ministro o juez. 
Sinceramente no me preocupa lo que piensen ellos o ustedes acerca de mí. Pero si quiere saberlo teniente soy abogada y tengo un doctorado en justicia criminal y otro en aplicación de la ley. Por esa razón entendí claramente la decisión del juez en la Corte la cual acataré.

-Vea, teniente, no soy un agente de campo de Scotland Yard, no cazo criminales ni me tiroteo con malvivientes. Soy una académica que investiga sobre cuestiones más abstractas que un ignoto cadáver en la morgue o un boquete en una pared de un banco. Lo digo con todo el respeto que tengo por los investigadores y policías pero no es mi rubro. 
Esta es una excepción, un asunto de estado: Estoy aquí por una orden directa del Primer Ministro a quien conozco y me conoce y ya he tomado mi decisión sobre este caso.

Y mirando a Valdez con la templanza impresa en su rostro, le dijo:

-No se preocupe, teniente, para Scotland Yard este caso termina aquí. Yo me iré de vuelta a Londres. Puede dormir tranquilo: Carmel Flanagan es todo suyo.
Y volvió al silencio y con ella todos los demás.

Una visita inesperada

Llegamos a la casa dejando la lluvia atrás. Adentro, Collins y el capitán de la Interpol nos dieron una calurosa bienvenida festejando la resolución del juez de Shannon.

Con ellos se encontraba un visitante que parecía conocer a todo el mundo y en particular a Neville a quien saludó con gran respeto y a quien invitó a salir de la casa para conversar sobre algún asunto que requería suma discreción.

Entretanto, Joe se ofreció para preparar algo de cenar, pero la mayoría no mostraba tener apetito, así que la cena fue desplazada por una ronda de té y café.
Virginia se desprendió de su abrigo, al que dejó doblado sobre el respaldo de uno de los sillones del living mientras empezaba a ordenar sus papeles para emprender su regreso a casa.

Valdez había tomado asiento frente a la mesa del comedor, junto a Collins con quien empezaba a planear los pasos a seguir antes de emprender el regreso a Nueva York, ahora con Carmel como obligado invitado.

Mientras discutían los detalles de la “Operación Regreso”, Neville entró en la casa con una expresión sombría en su rostro y se dirigió directamente a Valdez a quien invitó a salir al patio a escuchar al visitante.

Una vez fuera de la vivienda, Valdez se enteró de que el visitante era en realidad el jefe médico del equipo de Interpol que custodiaba la casa de Mily MacFanon, refugio de Carmel Flanagan.

Bajo la noche estrellada y mientras la luna llena comenzaba a ganar altura en el horizonte, Valdez, Neville y el galeno dialogaban en voz baja.

Repentinamente, el rostro de Valdez se tornó tan sombrío y su mirada se volvió tan oscura y profunda como la del director de la Interpol. 

Era evidente que no se trataba de una charla casual ni de una ronda de chistes malos de taberna. El grave tópico que debatían debía ser lo suficientemente importante para que los rostros de estos expertos en malas noticias adoptaran el mismo crudo talante.

Finalmente, el medico terminó su exposición, saludó y volvió a su posición en el campamento. 

Tras la plática, Valdez entendió que debía tomar contacto y hablar con Carmel inmediatamente. Neville estuvo totalmente de acuerdo y usando su walkie-talkie llamó al capitán a cargo del “mini ejercito” de la Interpol, quien rápidamente acudió al encuentro con su superior. 

La orden que impartió Neville fue clara y precisa:

-Capitán, prepare a sus hombres, el teniente Valdez va a hablar con el “huésped”  ya mismo.

El oficial giró sobre sus talones y corrió hacia sus efectivos. Rápidamente se inició el protocolo de seguridad para que el Marshall ingrese a la casa de Milly. El capitán fue el encargado de solicitarle a dueña de casa que le transmitiera a Carmel la intención de Valdez de hablar con él.
Valdez, por su parte regresó a la casa para hablar con la teniente Stevenson y hacer una llamada telefónica urgente a los Estados Unidos que no podía postergarse.

Al entrar llevó su colega a la habitación donde ella dormía, cerró la puerta y le comunicó su decisión de hablar a solas con Carmel sobre un asunto de suma importancia que cambiaría significativamente todos los planes, aclarándole que no se trataría de un interrogatorio, sino de una conversación,

La teniente meditó unos segundos y mirando fijamente a los ojos de  Valdez aceptó su requerimiento:

-Teniente, le agradezco su gentileza y su caballerosidad de venir a contarme esto, siendo que yo ya le había comunicado mi decisión de no interrogar a Carmel. Evidentemente me había formado una imagen equivocada de usted. Ahora sé que es realmente un caballero así que muévase con absoluta libertad.

Valdez le agradeció y la despidió con un paternal beso en la mejilla. La inesperada muestra de afecto del teniente, propia de su idiosincrasia latina, sorprendió a la flemática británica haciéndola sonreír como una quinceañera en el picnic de primavera.

Seguidamente, Valdez le pidió a Virginia que lo dejara solo y cerrara la puerta del dormitorio avisándole a Collins que monte guardia en ese lugar.

Valdez había llevado consigo su libreta de números telefónicos y se aprestaba a llamar a una de las eminencias médicas mas renombradas de los Estados Unidos y del mundo científico

Lo movía una urgencia feroz que lo acicateaba obligándolo a ser muy rápido en los siguientes movimientos sin derecho a detenerse ni siquiera a descansar.

Luego de varios minutos de conversación, Valdez salió del dormitorio y buscó su “parka” verde olivo. Al verlo, todos presumimos que daría un paseo con su amigo Neville, pero en realidad, el dominicano se aprestaba a encontrarse con Carmel Flanagan para una entrevista cruda y decisiva que sellaría el destino de todos los que ahí estábamos.

Rodeados de un dispositivo de seguridad acorde al presidente de alguna superpotencia, Neville y Valdez llegaron a la casa de Milly MacFanon. Golpearon la puerta trasera y esperaron.

Pronto escucharon el ruido de la llave girando en la cerradura y la puerta abriéndose lentamente con un chirrido de sus goznes.

Frente a ellos, como una estatua griega del siglo V se erguía un hombre conocido por ellos aunque nunca personalmente, un hombre algo entrado en años, de aspecto lejanamente atlético pero solido como la roca. El extraordinario parecido con el cardenal Mulligan demostraba una realidad incontrastable: Estaban frente a Carmel Flanagan, su hermano gemelo. Una montaña de humanidad de mirada limpia, la que no condecía con las miles de descripciones de asesinos profesionales que ambos visitantes habían conocido a lo largo de sus carreras.

Valdez fue el primero en extender la mano proponiendo un franco saludo.

Carmel lo miró fijamente a los ojos como buscando explorar el alma del teniente de quien tantas veces escuchó hablar de boca de los mas crueles hampones del bajo mundo neoyorquino, quienes se referían a él como un policía tan implacable como justo y valiente.

Así, Carmel extendió su mano respondiendo al saludo que le proponía Valdez.

Las dos manos se estrecharon fuertemente, casi fraternalmente, lo que hizo que el anfitrión le expresara al visitante:

-Me honra conocerlo teniente, he oído hablar mucho de usted.

Valdez esbozó una sonrisa, en tanto Carmel, reprimiendo una incipiente emoción que humedecía sus ojos, preguntó:
 
-¿Vamos a hablar de mi muerte, no es así?
  
(Continuará)

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