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Domingo 28 de Septiembre, Neuquén, Argentina
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Encuéntrame en tus sueños (41ra parte ¿De qué lado está Dios?)

No se sabe si el principal sospechoso quedará detenido en Gran Bretaña o se lo llevarán a Estados Unidos.

Domingo, 28 de septiembre de 2025 a las 16:33
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Aeropuerto internacional de Shannon

El teniente Valdez apareció a la hora señalada en el estacionamiento del aeropuerto Shannon, justo frente a nosotros que lo esperábamos acovachados dentro del Land Rover de mi amigo Joe O’Brian. Lo único que traía como equipaje era su habitual portafolios y estaba abrigado con una “parka” con capucha de piel de zorro, digna de una expedición al Ártico.

Tras los abrazos protocolares, Valdez tomó posición en el asiento delantero del acompañante mientras Collins y yo ocupábamos las poltronas traseras.
Ni bien arrancamos el visitante preguntó:

-¿Dónde lo tienen?

Los tres estallamos en una risa que parecía coordinada, a lo que Valdez nos interpeló, ahora sin mucha paciencia:

-Me pueden aclarar el porqué de tanta risa ¿Dije algo gracioso?

Collins tomó la palabra:

-Disculpe, jefe, pero ya nos hicieron esa misma pregunta antes.

-¿Quién se las hizo?

Yo me adelanté en la respuesta:

-Una simpática teniente de Scotland Yard que se vino a vivir con nosotros.

-Bien, después me contarán, solo quiero saber donde está Carmel.

Joe intervino:

-Está auto refugiado en la casa de la que era su novia en la adolescencia, rodeado por casi un centenar de efectivos de Interpol con tanques y hasta un helicóptero.

-¿Y, hasta donde yo sé, solo se entregará ante mí?

-Así parece, respondimos.

-¿Y qué hace una teniente de Scotland Yard allí? No sé por qué pero sospecho lo peor, dijo casi para sí.

-Llegó afirmando que se llevaría detenido a Carmel pero Neville se encargó de hacerle entender que eso sería imposible y parece que finalmente la convenció, afirmé.

-¿Por qué Scotland Yard querría llevarse detenido a Carmel si él no violó ninguna ley en este país?

-Quieren interrogarlo acerca de la desaparición de una familia en Greenbrae, pero cuando eso pasó, Carmel hacía muchos años que se había marchado de la aldea, señaló Collins...Y además fue declarado “libre de culpa y cargo” por un juez de Shannon...agregó y yo apunté:

-Es más, el fiscal se rehusó a acusarlo por la inexistencia de pruebas que lo incriminaran.

-¿Se podrá hablar con ese juez y ese fiscal? Deben estar jubilados, preguntó Valdez.

-Ambos murieron, teniente.

-Bueno, dejemos que nuestra huésped participe de nuestra charla con Carmel, llamémosle cortesía del Servicio de Alguaciles de los Estados Unidos...y tras cartón agregó contundente:

-¡Pero el hermano gemelo de nuestro sospechoso cardenal se viene con nosotros a América...!

Collins, Joe y yo asentimos. 

Mientras este dialogo ocurría, el Land Rover atravesaba kilómetros de turba y rocas. Sobre nosotros, el cielo empezaba a adoptar ese consabido color gris oscuro, propio de las tormentas estacionales que se dan en estas tierras.

Como para distender la atmósfera con alguna charla de ocasión pregunté al nuevo visitante:

-¿Cómo está Rosalyn? ¿Cómo andan las cosas entre ustedes?

-¿Por qué me lo pregunta? ¿Acaso tengo a Rosalyn en mi cara? ¿Quién soy, su oficial de parole?, respondió fingiendo estar muy enojado.
Collins y yo nos quedamos en silencio, mirándolo con incredulidad manifiesta, a lo que el teniente, acusando esa estocada, respondió:

-Bien, estamos muy bien.

-¡Yo sabía que debajo de esa coraza de superpolicía de homicidios anidaba un ser humano!, exclamé y Collins sonrió. 

Por su parte, Valdez solo me respondió con una palabra que, en boca de un policía, vale más que mil imágenes:

-Cállese.
 

Me callé y seguimos el viaje en silencio.

Llegamos a la casa en tiempo récord. Como suele ocurrir, este segundo viaje desde Shannon, me pareció más corto que el primero. Lo mismo le ocurrió  a Collins. Joe lo atribuyó a que el camino estaba más regular y pudo aumentar un poco la velocidad del Rover, lo que acortó el periplo.
Quizás fue debido al sonido del motor apagándose, pero no habíamos terminado de descender cuando el distinguido Neville salió de la casa para recibir a su viejo amigo:

-¡¡Juancito...!! gritó eufórico, y ambos se confundieron en un estrecho abrazo.

Joe me miró confundido y preguntó:

-¿Cómo lo llamó?
 

-“Juancito”... el diminutivo de “Juan”... Así lo llamaban los policías federales de Argentina cuando él y Neville hicieron su entrenamiento como detectives en los sesentas.

-¿En Argentina?, preguntó Joe algo incrédulo.

-En esa época Argentina tenia los mejores detectives del mundo, y Valdez como Neville eran simples policías de calle. Entiendo que esto pueda resultarte inverosímil, pero fue realmente así. Incluso, Valdez siempre menciona a un comisario federal argentino que hoy es una suerte de leyenda pero que solo recuerda el nombre.

-¿Cómo se llamaba? preguntó Joe en voz alta y Neville, que estaba cerca nuestro y había escuchado la ultima parte de nuestra charla intervino a viva voz:

-Meneses...Evaristo Meneses... una leyenda para hablar durante horas y no aburrirse.

Entramos a la casa y Valdez se presentó ante la teniente Stevenson, quien parecía haber relegado sus ampulosos gestos de autoridad a una actitud más recatada y humilde.

Valdez entendía que la oficial de Scotland Yard se encontraba apresada entre dos realidades: Por un lado, la orden de sus superiores de llevar detenido a Carmel a Dublín a toda costa, y por otro, el acuerdo que el mismo Carmel había planteado para entregarse pacíficamente al teniente Valdez.

El marshall se aproximó a la teniente y tomando asiento junto a ella planteó la apertura de este entramado juego de ajedrez:

-Teniente, supongo que el coronel Neville ya le habrá explicado la situación en la que nos encontramos. 

-Si, teniente, y fue muy claro, señaló Stevenson con una sonrisa cómplice a Neville. 

Valdez continuó:

-Quiero decirle que, a esta hora, las autoridades judiciales del Reino Unido han recibido la petición de los departamentos de Estados y de Justicia de los Estados Unidos, solicitando la autorización para llevarnos, en calidad de detenido, al ciudadanos irlandés Carmel Flanagan, quien no ostenta orden de detención alguna en Inglaterra, pero sí en mi país. Y supongo que, dada la urgencia del trámite y para garantizar la seguridad del detenido, dichas autoridades deben haber respondido favorablemente a nuestra requisitoria.

Neville, quien había estado hablando por teléfono se acercó y precisó:

-Acabo de hablar con el juez que tiene competencia en esta jurisdicción y me confirmó que tenemos una audiencia con él en los tribunales de Shannon en un par de horas. Según mis fuentes, entregarían a Carmel a los Marshalls en calidad de detenido para que comparezca ante la justicia americana.

Subimos al Rover de Joe y partimos prestamente a recorrer el mismo camino que nos trajo desde el aeropuerto. Éramos esta vez Valdez, Neville, la teniente Stevenson y yo. 

Collins, por su parte, se quedó de guardia en la casa, delegado por Neville.

Al llegar a la ciudad nos dirigimos al palacio de Justicia de Carrick-on-Shannon, un antiguo edificio de piedra edificado en 1822.

Una vez adentro, localizamos el despacho del juez, donde una madura secretaria con aspecto de garantizada eficiencia nos invitó a sentarnos, mientras anotaba nuestros datos personales.

En ese momento, un empleado ingresó a la sala y le entregó a la secretaria un sobre que parecía tener un escrito en su interior.

La mujer leyó para sí la nota y dejó escapar una expresión situada entre la sorpresa y el estupor:

-¡Por Cristo...!, exclamó levantándose de su silla y entrando en el despacho del juez.

Neville clavó sus ojos en los de la teniente Stevenson y luego, dirigiéndose a Valdez, le dijo en perfecto español:

-Juancito...creo suponer de qué se trata todo esto.

En ese momento, la puerta del despacho del juez se abrió y la secretaria nos invitó a pasar. En la semi penumbra de la sala, estábamos rodeados por una esplendida “boiserie” de nogal que recubría las paredes donde centenares de libros de Derecho descansaban dentro de las bibliotecas, resguardados tras puertas con oscuros vidrios biselados.

El magistrado leía la nota como si fuese la primera vez, pero se notaba que la había leído varias veces antes de convocarnos. 

En un momento, la dejó sobre su escritorio, miró a los presentes y dijo con acento pausado, como buscando cada palabra en su vasto diccionario mental:

-Acabo de recibir la petición de las autoridades judiciales estadounidenses para detener a Carmel Flanagan y conducirlo en calidad de detenido a los Estados Unidos bajo la responsabilidad del teniente de los USMarshalls JohnValdez, quien es usted, supongo.

-Es correcto, Su Señoría, acotó Valdez y el juez continuó:

-Pero hace solo unos minutos recibí un escrito de la delegación de Scotland Yard en Dublin donde me solicitan autorización para que la teniente Virginia Stevenson, que obviamente es usted –dijo dirigiéndose a la oficial- pueda llevarse detenido a Flanagan a la capital para interrogarlo por una causa ocurrida hace muchos años y en la cual ese hombre fue declarado “libre de culpa y cargo”...

-Por esta razón, la mejor decisión que encuentro como solución es constituirme en mediador de este conflicto, reconociendo como partes al teniente de los USMarshalls, John Valdez y a la teniente de Scotland Yard, Virginia Stevenson, ambos aquí presentes y, en calidad de testigos, nombro al coronel de Interpol, James Neville, al señor Joseph O’Brian y a este señor que no sé cómo se llama, esto último dirigido a mi persona.

La teniente Stevenson fue la primera en exponer, remitiéndose a las órdenes que había recibido de sus superiores, las cuales requerían la inmediata detención de Carmel para interrogarlo sobre la desaparición de la familia ocurrida en Greenbrae cuando él era un jovencito, y muchos años después de que éste desapareciera del pueblo que lo vio nacer.

Valdez fue conciso: solicitó la entrega inmediata de Carmel, basado en la inexistencia de causas penales en su contra en el Reino Unido, no así en los Estados Unidos donde debía responder por una serie de homicidios acontecidos en los últimos veinte años.

Tras los argumentos expuestos, el magistrado llamó a un cuarto intermedio a fin de definir una propuesta que satisfaga a ambas partes. Nos pusimos de pie y abandonamos la sala.

Al salir, la teniente Stevenson detuvo a Neville y, visiblemente conmocionada y casi le imploró:

-Por favor James, no piense que yo tuve algo que ver con estas peticiones, no he hablado con mis superiores en los últimos dos días, créame por favor...

-Me gustaría creerte, pequeña, pero los años, y demasiados divorcios, me han vuelto desconfiado...respondió Neville.

Valdez y Neville se alejaron y se sentaron en uno de los largos bancos de roble de la corte, allí el teniente consultó con su amigo:

-¿Qué piensas? ¿Pudo haber alertado a Scotland Yard?
 

-No creo, no tuvo tiempo de comunicarse con ellos. Creo más bien en alguna filtración del poder judicial, no tenemos que ser duros con ella.

-No me lo digas ¿Te recuerda a tu hija?
 

-En algunas cosas, como los berrinches que hizo cuando llegó a la casa tratando de entrar pisando fuerte y espetándonos: “Dónde lo tienen?” en alusión a Carmel.
 

Valdez soltó una sonora carcajada para sorpresa de Neville que lo miró como preguntándole “¿Qué demonios te pasa?”.

-Disculpa, es que yo hice lo mismo con mis hombres ni bien bajé del avión.

Neville meneó la cabeza como resignado y sentenció:

-¡Bueno...de ahora en más te llamarás “Juancito el berrinchero”!

Terminó de decir eso cuando las puertas del despacho del juez se abrieron de par en par y el magistrado nos hizo señas para que pasemos al interior de la sala.

En algunos minutos conoceríamos una propuesta del juez acerca de quién se llevará detenido a Carmel.

Entramos en fila, la teniente Stevenson adelante, Neville y Joe detrás de la dama y Valdez y yo en el último lugar. Por un momento me pareció que se retrasaba. Cuando lo volví a mirar, lo vi persignarse casi furtivamente.

Recordé el mismo exacto gesto que tuvo Valdez antes de entrar a la oficina del cardenal en la catedral de San Patricio. Después de esa entrevista una bomba voló su automóvil por los aires. Él y el sargento Collins se salvaron de milagro.

Pensé inmediatamente: ¿De qué lado de esta guerra estará Dios?

Sin esperar una respuesta, y tan solo por las dudas, repliqué la antigua señal de la Cruz como mi abuela irlandesa me había enseñado.

(Continuará)

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