Hay descubrimientos científicos que uno recibe con la seriedad que merecen: nuevas partículas atómicas, avances en nanotecnología, telescopios que pueden ver hasta el último rincón del universo. Y después están los descubrimientos que activan el instinto más primario del argentino promedio: “¿Vieron que tomar vino hace bien?”
Por años, al vino se lo señaló como el responsable de dientes manchados, sobremesas y alguna que otra decisión cuestionable. Pero un reciente estudio de la Universidad de Pavía, en Italia, vino (valga el juego de palabras) a cambiar el relato: bajo ciertas condiciones, esta bebida podría tener un efecto antimicrobiano capaz de eliminar hasta el 99% de las bacterias que provocan caries y faringitis. Sí, es científico.
El hallazgo, publicado en la prestigiosa Journal of Agricultural and Food Chemistry, sorprendió incluso a los investigadores. La química farmacéutica María Daglia, quien lideró el estudio, explicó que el vino contiene un combo de compuestos como etanol, ácidos orgánicos y polifenoles, que actúan como una especie de batallón contra los estreptococos orales, las bacterias responsables de arruinar sonrisas y provocar gargantas irritadas.
Para averiguar cuánto de mito y cuánto de ciencia había en la relación entre el vino y la salud bucal, el equipo italiano tomó dos vinos, un tinto y un blanco. El primer paso fue quitarles el alcohol y luego exponer distintas ocho cepas de estreptococos a los vinos tratados. El resultado fue inequívoco: mientras los grupos sin vino siguieron con su crecimiento habitual, las bacterias que si fueron expuestas comenzaron a morir, reduciendo su tamaño hasta en un 50%. Y ahí apareció la gran diferencia: el vino tinto fue más efectivo que el blanco, probablemente por su mayor concentración de polifenoles.
Daglia sintetizó el resultado sin exageraciones: “Nuestros hallazgos parecen indicar que el vino puede actuar como un agente antimicrobiano eficaz”.
¿Vía libre?
Entonces, ¿podemos tomar vino como si fuera enjuague bucal? No. Bajo ningún punto de vista. Los propios investigadores remarcan que el vino no reemplaza ninguna de las prácticas de higiene bucal. Seguir cepillándose dos veces al día, usar hilo dental y visitar al dentista sigue siendo tan necesario como siempre.
Más aún: el consumo excesivo de vino puede tener el efecto contrario. Los odontólogos advierten que la acidez y el azúcar del vino pueden erosionar el esmalte dental y mancharlo con el tiempo. Como casi todo en la vida, la diferencia está en la medida.
Viejo conocido con nuevos beneficios
No es la primera vez que el vino tinto aparece vinculado a la salud. Investigaciones previas, de Harvard y los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU., ya habían señalado su potencial para: aumentar el colesterol HDL (el bueno), mejorar la salud cardiovascular, actuar como anticoagulante leve y demás beneficios.
Pero, esta vez, el foco está en la boca. Y el hallazgo no pasó desapercibido: los compuestos del vino, especialmente los ácidos orgánicos presentes en la uva, parecen ser los verdaderos responsables del efecto antibacteriano.
La coautora del trabajo, Gabriella Gazzani, advirtió que estos resultados no son un pase libre para declarar el malbec como tratamiento médico. Lo que sí dicen es que, en pequeñas dosis, el vino tiene un potencial interesante como complemento preventivo contra algunas enfermedades bucales.
En Argentina, uno de los países con mayor consumo per cápita de vino en el mundo y donde la bebida tiene un fuerte arraigo sociocultural, el estudio es bienvenido. Porque claro, el vino ya era “bueno para el corazón”, “bueno para el invierno” y “bueno para la charla”. Ahora, la ciencia viene a agregar un hallazgo inesperado: “También es bueno para la boca”.
Bridamos por eso!