Llega la época de las fiestas de fin de año y lo que debería ser alegría, celebración y festejos, se convierte en días de terror para los más vulnerables.
Y es que cada vez que un petardo explota en el aire, alguien sufre las consecuencias: un niño que pierde un dedo, un adulto mayor alterado y sin poder dormir, un animal que muere de un infarto o atropellado en su loca carrera por huir o una familia que llora por un incendio provocado por esa fiesta.
Cada año las guardias de los hospitales se llenan de urgencias con niños y adultos mutilados, quemados y traumatizados por la pirotecnia. Niños que ya nunca volverán a tener una vida normal porque los adultos decidieron que el espectáculo valía más que su seguridad.
La pirotecnia envenena el aire con partículas tóxicas que agravan enfermedades respiratorias. Además provoca ataques de pánico en personas con autismo, trastornos de ansiedad o estrés postraumático. No es solo ruido y luces, es un ataque directo a la salud de los que no tienen voz para defenderse.
Para los animales, la pirotecnia es un infierno. Su oído, miles de veces más sensible que el humano, transforma cada explosión en una tortura.
Perros y gatos huyen despavoridos, rompen puertas, saltan ventanas, se pierden y mueren atropellados. En la naturaleza, los pájaros abandonan sus nidos, las crías quedan desamparadas y la muerte se extiende en cada rincón. Todo por la “diversión” de unos pocos.
Cada explosión libera metales pesados que contaminan el agua, el suelo y el aire. Cada celebración con pirotecnia es una herida más para un planeta ya moribundo.
En Neuquén la pirotecnia ha comenzado. En Centenario, el sábado a la noche, un grupo de “niños” que jugaban con pirotecnia desde hacía varias horas, provocó un incendio de pastizales que puso en riesgo a varias viviendas de la ciudad, ya que las llamas avanzaron rápidamente hacia un sector de casas.
Vecinos y proteccionistas de la ciudad de Neuquén, trataban infructuosamente de tener respuestas a sus denuncias por el uso de pirotecnia que estallaba a la vista de todo el mundo.
¿Hasta cuándo? ¿Es necesaria tanta barbarie por unos minutos de luces y explosiones?
¿La legislación vigente a quien infracciona? ¿Al que comercializa? ¿Al que la transporta? ¿Y a quien la utiliza, alguien lo multa?
Muchas preguntas que se pierden en la nebulosa del humo de las explosiones “festivas” y que cada año dejan un sabor amargo por el daño que dejan a su paso y la certeza de que en Neuquén, la pirotecnia cero, no existe.