Montados por el suizo Aimé Tschiffely, los dos caballos criollos, Gato y Mancha, unieron las ciudades de Buenos Aires y Nueva York en algo más de tres años, sorteando todo tipo de contratiempos y recorriendo 21.000 kilómetros en 500 etapas.
Con esta proeza, el suizo se había propuesto demostrar la nobleza del caballo criollo y su superioridad sobre cualquier otro.
Partieron el 24 de abril de 1925 desde las puertas de la Sociedad Rural Argentina en el barrio de Palermo, hacia lo que sería una larga travesía hasta los Estados Unidos.
El equipaje de Tschiffely constaba de mapas, brújula, un barómetro, dinero, una manta, una carabina y un revólver.
Había nacido en Suiza en 1895, se recibió de docente y se radicó en Gran Bretaña donde ejerció su profesión. Tiempo después llegó a Bs.As. trabajo durante 10 años como profesor de Educación Física en el Colegio San Jorge de Quilmes. Fue aquí, en suelo argentino, que lo atraparon los relatos de la pampa y de los gauchos de Cunningham Graham.
Un buen día le escribió a Emilio Solanet, dueño de la estancia El Cardal de Ayacucho, médico veterinario, profesor universitario y experimentado criador de caballos criollos y le propuso comprarle dos animales.
Al principio el hombre se negó, luego le propuso ponerlo a prueba para ver si estaba preparado para realizar semejante viaje. Durante semanas lo hizo cabalgar largos recorridos bajo un sol ardiente o bajo lluvias torrenciales. En su fuero íntimo, Solanet pensaba que el hombre no pasaría de Rosario. Sin embargo, superadas las pruebas, le regaló dos caballos de la tribu del cacique tehuelche Liempichún, en Colonia Sarmiento, Chubut.
Ellos eran Gato y Mancha. El primero era un bayo gateado de 16 años y el segundo un overo rosado de 15. Gato había sido domado más rápidamente, mientras que Mancha era más arisco.
Gato era manso y siempre le pasaban cosas, caídas, rodadas y tropiezos. Mancha era más precavido, antes de dar un paso sobre un terreno al que no veía seguro, estiraba la pata izquierda y paraba las orejas. Desconfiaba de los extraños, no se dejaba ensillar ni montar por nadie, salvo por el suizo.
“Si mis dos criollos pudieran hablar y pudieran comprender como los humanos, iría con Gato a contarle mis problemas y mis sentimientos, pero si quisiera salir y hacer ronda con estilo, sin duda iría con Mancha “ decía Aimé. Este sentimiento era recíproco, los caballos estaban tan apegados al hombre, que nunca tuvo la necesidad de atarlos.
El 24 de abril de 1925 jinete y caballos enfilaron para Rosario, después pasaron por Santiago del Estero, Tucumán y Jujuy. Después de 39 días llegaron a Perico del Carmen en Bolivia. Luego llegaron a La Paz y pasaron por el sur del lago Titicaca, Cuzco y Ayacucho. Cabalgaron a 4.000 metros de altura. Hasta Perú el trayecto fue un infierno, mosquitos y otros insectos se ensañaban con los tres, hombre y animales. El guía que los acompañaba desapareció durante una tormenta de nieve y los caballos estuvieron perdidos cuatro días en la montaña.
Bordeando la costa del Pacífico llegaron a Quito, Ecuador. De allí luego de veinticinco días siguieron a Medellín, Colombia. A bordo de un vapor llegaron a Panamá donde descansaron en una base militar y los caballos fueron atendidos por veterinarios por una enfermedad que ambos tenían en la piel. La siguiente etapa no fue mejor que las anteriores. Les toco atravesar senderos muy estrechos cortados por riachos, arroyos y pantanos.
Para llegar a Costa Rica fueron auxiliados por dos guías que los orientaron en la espesa selva de Talamanca, abriéndose paso a machete. Había días en que no alcanzaban a recorrer ni un kilómetro.
Luego de sufrir varías caídas mientras atravesaban el cerro de la Muerte en Costa Rica, el 15 de abril de 1927 llegaron a San José. De allí al Salvador la travesía fue en barco, en Nicaragua había una guerra civil, ambos bandos estaban escasos de caballos y era extremadamente peligroso continuar por tierra.
En México, un clavo mal puesto por un herrero lastimó la pata de Gato, fue asistido y luego llevado a la Capital. A la altura de Jalisco fueron escoltados por militares debido a la cantidad de bandidos que asolaban la región. Cuando llegaron a la ciudad de México fueron recibidos por una multitud.
Llegaron a Estados Unidos y en la ciudad de Saint Louis, Aimé debió dejar a Gato y siguió con Mancha hasta Washington.
Aunque Tschiffely determinó que allí había terminado el recorrido, fue con su caballo en un ferry hasta Nueva York, donde ambos hicieron un recorrido triunfal por la Quinta Avenida.
Recuperado Gato, ambos animales fueron exhibidos en el Madison Square Garden, donde Aimé recibió una oferta más que tentadora por los dos animales, que por supuesto rechazó y agregó “prefiero volver pobre pero con ellos, que volver millonario sin mis dos bravos y fieles caballos criollos”.
Jinete y caballos regresaron a Buenos Aires en el vapor “Pan América”, llegaron el 20 de diciembre de 1928 luego de recorrer 21.000 kilómetros en 3 años y 149 días.
Los caballos fueron llevados al campo de Ayacucho donde se habían criado y desde donde habían partido.
El suizo se casó y se radicó en Gran Bretaña. Cuentan que varios años después visitó el campo de Solanet y apoyado en la tranquera, solo le bastó silbar para que los dos caballos aparecieran de la nada al galope. No lo habían olvidado.
Gato murió el 17 de febrero de 1944 a los 36 años y Mancha el 24 de diciembre de 1947 a los 40.
Tschiffely falleció en Londres el de enero de 1954. Ese mismo año sus restos llegaron al país y fueron inhumados en medio de un impresionante homenaje gauchesco en el cementerio de la Recoleta.
Pero desde el 22 de febrero de 1998 las cenizas del suizo descansan en El Cardal junto a sus fieles amigos.
El 20 de septiembre fue declarado Día Nacional del Caballo en homenaje a la fecha en que terminó tamaña hazaña.