HISTORIAS AMERICANAS
Encuéntrame en tus sueños (8va parte: Cuando la ciencia intenta ocultar la muerte)
La policía explica los asesinatos de Norman y su hermana. Hay un sospechoso médico, y reaparece RosalynDespués de varias semanas de licencia, regresé a mi trabajo en la agencia de noticias donde revisto como redactor desde hace seis años.
Una agencia de noticias es lo más parecido a un manicomio sin psiquiatras, sin enfermeras pero con una importante población de locos que hablan solos, platican con el de al lado o simplemente gritan de un extremo al otro de la redacción en un ininteligible dialecto que solo ellos entienden.
Imagina un lugar repleto de escritorios con maquinas de escribir. Con 10, 20 ó 30 hombres y mujeres tipeando alocadamente sus crónicas en viejas y ruidosas Underwoods, Remingtons, Royals u Olivettis, mientras, de fondo, se escucha el monótono tableteo de 10 ó 15 teletipos de las otras agencias de noticias escupiendo metros y metros de información en rollos parecidos a los del papel higiénico (juro que aquí no intento expresar ninguna metáfora).
Tras los saludos de rigor divisé al “turco” sentado en su escritorio. El “turco” era el cariñoso apodo del jefe de la sección Policiales de la agencia, un verdadero sabueso del crimen con quien quería yo compartir la historia de Norman.
Me sorprendió que, al verme, me hiciera señas para que fuera a su despacho, y hacia allí fui con mi interés y mi curiosidad en ristre.
-Hola, ¿volviste de tu licencia? Tengo algo para comentarte, me dijo.
Mi expresión facial debe haberse correspondido plenamente con mis sentimientos.
-Hoy faltó mi compañero y tengo que cubrir la conferencia de prensa de la jefa de policía, así que pensé en vos. ¿Querés venir?, añadió.
-¿Que van a informar? Pregunté.
-Es sobre la muerte del pianista de jazz, alguien me dijo que estás muy interesado en ese caso, aunque sabemos que no entra en tu especialidad.
-¿Alguien de la agencia te dijo eso?
-No…fue alguien de la policía.
-¿El teniente Valdez?
-Si, el mismo, me dijo que te avisara. Es muy raro que él intervenga de esta forma en una cobertura periodística pero tendrías que sentirte orgulloso, el tipo es una leyenda viviente de la investigación criminal y que sugiera que estés ahí habla muy bien de vos.
-Me halaga lo que decís. Es cierto que estoy investigando por mi cuenta el caso y sobre eso quería hablar con vos ahora que me reincorporé al trabajo.
-¿Estás pensando en escribir algo para la agencia?, preguntó el “turco”.
-No, solo quiero llegar a la verdad, después veré si tengo ganas de escribir algo.
El “turco” se levantó de su silla, tomó su abrigo y su block de notas, me hizo una seña con su cabeza y salimos hacia el precinto 22vo, el lugar elegido por los jefes policiales para informar sobre la muerte de Norman.
La sala de conferencias resultó pequeña para la cantidad de periodistas y fotógrafos. Con el “turco” nos ubicamos cerca del proscenio donde se sentaron la jefa de la policía de Nueva York, el jefe del precinto 22vo. A un lado, nuestros “amigos”, el teniente Valdez y su compañero, el sargento Collins, y un poco más allá un visitante: el jefe de Homicidios de la policía de Ashville, Alabama, un detective con aspecto de coronel confederado de apellido Williams.
Sobre la mesa estaban dispuestas unas carpetas con los informes forenses de las muertes de Norman y su hermana Susan, para mí, la mejor parte de la película.
Tras las palabras de las máximas autoridades policiales, con el “turco” nos centramos en el siguiente expositor, John Valdez, probablemente quien más sabía del caso de entre todos los presentes.
Con su proverbial aplomo, (salvo cuando estalla de indignación por mi culpa) Valdez comenzó agradeciéndole al detective Williams su presencia y su aporte del informe forense que esa fuerza policial realizara tanto al cuerpo como a la escena del crimen de Susan Blake.
Seguidamente, Valdez pasó a detallar los puntos sobresalientes de ambos casos, la espina dorsal de la historia. Con tono académico, con voz serena y firme, el veterano detective comenzó así su enumeración:
-Tras el análisis y el estudio de ambas escenas del crimen, y basados en las pericias forenses que, en el caso de Norman Blake, realizaron los expertos de la Universidad de Nueva York, como así las concretadas por la policía de Ashville, Alabama, en el cuerpo y escena del crimen de Susan Blake podemos decir que:
-Norman Blake y su hermana Susan fueron asesinados por una misma y única persona. Los indicios nos muestran un individuo de sexo masculino, alta estatura y complexión robusta y atlética.
-El criminal pertenece al círculo de conocidos de ambas víctimas quienes, en los dos casos, le franquearon la entrada al asesino a sus respectivas viviendas.
-Ambas muertes fueron ocasionadas de distinta forma:
-Norman Blake fue ultimado mediante el suministro de una sustancia química altamente tóxica que le fue introducida en el cuello por un objeto punzante y que le habría producido un paro cardiorrespiratorio fulminante. Los peritos están trabajando ahora en la identificación de esa sustancia.
Y prosiguió:
-La inspección de la escena del crimen, en especial el análisis de los rastros de pisadas en la alfombra del living de Norman Blake, apuntan a que se desató una lucha entre ambas personas después de que Norman fuera herido de muerte por su victimario. Esa lucha duró unos pocos minutos hasta que el veneno hizo efecto en la victima y esta se desplomó sobre la alfombra, donde murió.
-Susan Blake murió por asfixia mecánica por estrangulamiento. Su atacante presionó su cuello valiéndose de una sola de sus manos, presumiblemente la izquierda, lo que habla de su extrema fortaleza. Esta maniobra se realizó desde arriba hacia abajo, lo que confirmaría una gran estatura en el atacante.
-No se encontraron huellas dactilares o de ADN en ambas victimas ni en los muebles, manijas o picaportes de las viviendas, posiblemente por el uso de guantes por parte del asesino.
-En ambos casos, tras ultimar a sus victimas, el agresor revisó y registró el lugar profusa y descuidadamente, como si buscara un objeto, algún documento en especial, que no podemos determinar.
-No parece haber testigos que hayan visto u oído algo, ya sea en el edificio y el piso donde vivía Norman, como en la casa y el vecindario de Susan.
-Lo único que puedo decirles es que seguiremos con nuestra investigación hasta dar con el asesino. Pasemos ahora a las preguntas, señaló.
La primera vino de mi parte:
-¿Por qué existieron dos autopsias? La segunda cambió la carátula del hecho de sobredosis a asesinato. ¿Qué pasó con la primera?
Valdez me miró a los ojos presintiendo mi pregunta.
-Es verdad, el primer dictamen forense estableció como causa de la muerte una sobredosis de heroina, pero después de conocer las conclusiones de los criminalistas, en especial el estudio de la escena del crimen en el departamento de Norman con el relevamiento de los rastros, decidimos solicitar una nueva y más exhaustiva pericia a cargo de los forenses de la Universidad de Nueva York. Véala como la búsqueda de una segunda opinión profesional.
Y ahí repregunté:
-¿Quién fue el primer forense que intervino, el que determinó una sobredosis?
Valdez esperaba esa pregunta también:
-Disculpe, no estamos autorizados a revelar la identidad de ese profesional.
Rapido, el “turco” me susurró al oído excitado:
-Parker, Parker…Felix Parker…después te explico quién es… ¡esto se pone bueno!, exclamó frotándose las manos.
En medio del maremágnum de preguntas superpuestas logré el imposible de encajar una tercera requisitoria. Gritando como un orate pregunté:
-¿Encontraron rastros de heroína en Norman?
Parecía que el detective esperaba que yo le preguntara eso:
-No había rastros de heroína en Blake, ni señales de pinchazos en sus brazos u otras partes de su cuerpo salvo en el cuello donde el asesino introdujo la droga…
Y clavándome los ojos culminó su narración con un cierre sublime:
-Norman Blake llevaba más de un año limpio de drogas. Muchas gracias.
Se levantó y terminó la rueda de prensa.
Con el “turco” llegamos volando a la agencia. El viejo periodista de policiales estaba feliz como un niño que fue de compras a una dulcería.
-¡Estuviste genial! ¡Entre lo que dijo Valdez y tus preguntas tengo como diez títulos! ¡No sé por dónde empezar!
Yo no dejaba de pensar en el forense:
-Hablame de Parker, “turco”.
-Oh…es un viejo conocido de los periodistas de policiales. Un tipo siniestro al que nunca le pudieron probar nada. Te aseguro que su informe sobre sobredosis no fue un error.
-¿Vos pensás que estaba protegiendo al asesino?
-¡Absolutamente! Siempre hizo lo mismo. Lo que pasa es que nunca hubo evidencias de ello. Siempre era “el viejito”, el decano de los peritos forenses, que emitía un juicio preliminar, estimado, sobre una muerte y a veces se equivocaba y lo perdonaban.
Pero la verdad es que “el viejito” tenía y sigue teniendo una red inmensa de poderosos que le deben muchos favores y esa red llega hasta la Corte Suprema de Justicia… y otras veces, en sus años mozos, supo llegar hasta la mansión de la avenida Pennsylvania al 1600.
-¿¡…el Presidente…!?, exclamé en un grito.
-Por ejemplo. No el actual, pero en otros gobiernos, antaño, “el viejito” le sacó las papas del fuego a varios “primeros inquilinos”. Pero no hay pruebas de ello.
-¿Y ahora a quien protegió?
-No podemos saberlo porque no hubo testigos, al menos hasta ahora. Vos sabés que siempre aparece alguno en el momento menos pensado. Hay que tener fe. Bueno nene, tengo trabajo que hacer, la seguimos después.
Asentí agradecido y me senté en mi escritorio a ordenar mis pensamientos: ¿A quién protegió Parker esta vez? ¿Qué miembro del circulo de conocidos de los hermanos Blake es el asesino? ¿Por qué todo el mundo pensaba que Norman Blake era un drogón perdido cuando hacía más de un año que estaba limpio? Recordé que esto ultimo nos lo confirmó Susan Blake cuando habló con nosotros.
En ese trance estaba yo cuando el vozarrón de uno de mis compañeros, con el teléfono en mano, me sacó de mis cavilaciones:
-¡Ey…te llaman de la recepción…!
Atendí rápidamente, aunque no esperaba visitas.
-Lo buscan aquí abajo. Dijo el recepcionista con voz monocorde.
-¿Quién me busca?
-Una señora con mucha clase, y no parece ser de las que esperan demasiado.
-¿Le preguntó al nombre?
-Si, aquí lo anoté: Rosalyn.
Bajé las escaleras como perseguido por una horda de zombis. Al llegar a la planta baja me encandilaron dos faros azules, sus ojos de cielo y mar.
El contraluz que el sol hacía a esa hora de la tarde recortaba, como lo hace con el arco iris, su espigado cuerpo de ninfa. Parecía como si Modigliani hubiera pintado su propia versión de la Venus de Botticelli.
-Disculpame que te venga a molestar en tu trabajo –susurró como en un aleteo de mariposa- pero llegó el momento de hablar algo importante. ¿Tomamos un café?
Mientras salíamos alcancé a verle la cara al recepcionista. Parecía decirme: “y tampoco es de aquellas a las que se les pueda decir no”.
(Continuará)