Walter Prestia no se considera deportista, aunque su historia diga otra cosa. A los 68 años, con una prótesis de cadera derecha y una condición de hipoacusia de nacimiento, alcanzó la cumbre del volcán Lanín el 8 de diciembre y convirtió ese logro en una verdadera lección de vida.
“Fue durísimo, pero llegué bien. Es una experiencia inolvidable, un sueño cumplido”, resume emocionado en un video difundido en sus redes sociales. La emoción, en realidad, no terminó en la cima: “En la cumbre no podía contener la emoción, me duró varios días”, confiesa.
Walter vive en Buenos Aires, lejos de la montaña. Durante un año entero se preparó con lo que tenía a mano, como subir y bajar escaleras en la cancha de Temperley.
“No hay especialistas en entrenamiento de montaña donde voy al gimnasio, así que el entrenamiento lo manejé yo, con datos de acá y de allá”, cuenta. Apenas dos meses antes del Lanín había tenido su única experiencia con mochila en la cordillera, subiendo los cerros Curruhuinca, Colorado y Falkner, como parte de la preparación.
“No tomé nada antes de subir. Así, deseándolo y entrenando, se puede”, asegura.
El miedo, la mente y los que empujan desde atrás
Durante el ascenso, el desafío fue físico, pero sobre todo mental. “Había que pensar, no mirar las piernas”, relata. En los momentos más duros, Walter se sostuvo con imágenes muy claras: su familia, su esposa, sus hijos, sus nietas, sus compañeros del gimnasio, amigos de la escuela y personas que lo alentaron durante todo el proceso.
“Venía pensando en todos ellos, rezando, agradeciendo a Dios, agradeciendo estar ahí, la montaña”, recuerda. También había un temor latente: “Mi miedo era que los guías me bajen y digan ‘no, basta’. Pero nunca lo intuyeron, al contrario, me alentaron todo el tiempo”.
Guías que acompañan, cuidan y creen
La experiencia la realizó con Tierra Libre Expediciones, cuyos guías jugaron un rol clave. Por su condición de hipoacusia, el acompañamiento fue personalizado y constante. “Con el tema de la hipoacusia me ayudaron muchísimo: las señales, la atención permanente, nunca me dejaron solo. Fue inmejorable”, destaca Walter.
Uno de los guías, Santi Suárez, ya seguía de cerca su proceso: “Veía los entrenamientos que Walter publicaba y le decía que iba bien. Su compromiso y constancia eran admirables”, señaló.
Desde Tierra Libre destacaron no solo el logro físico, sino la enseñanza humana: “Tu emoción llega al corazón y nos enseña una gran lección de vida: cuando uno tiene un sueño y lucha por él, lo logra sí o sí. Es muy gratificante haber sido parte de tu camino”.
“La montaña me eligió a mí”
Walter ya había realizado cuatro cumbres en Patagonia y dos maratones, pero el Lanín fue distinto. “Creo que el Lanín me eligió a mí”, dice, convencido de que algo especial ocurrió en ese encuentro.
Los abrazos en la cumbre quedaron grabados de una manera distinta: “No son como las medallas de las carreras. Son medallas que quedan en el corazón, que no se borran más”. La experiencia fue intensa en todos los planos: “La parte física y emocional te consume, pero después se triplica, cuatriplica en felicidad”.
Walter no se guarda nada para sí. Su historia también es un mensaje para otros: “A cualquiera que lo quiera hacer, lo recomiendo. Primero hay que mentalizarse de que uno puede llegar. Segundo, entrenar: fuerza, piernas, espalda. Tolerar el sufrimiento y mantener la mente positiva”.
Y cierra con gratitud: “Estoy agradecido por cada abrazo, por cada compañero. Fue una experiencia insuperable”.
A los 68 años, con una prótesis de cadera y una vida entrenada a pulmón en el llano, Walter Prestia demostró que los límites muchas veces están en la cabeza. Y que, cuando el sueño es fuerte, incluso una montaña como el Lanín puede convertirse en un lugar posible.