Staten Island, frente a la Estatua de la Libertad y la costa de Manhattan, 11 pm.
La noche cayó cerrada y sin luna, sobre el suntuoso vecindario de mansiones decimonónicas de Staten Island. En las inmediaciones de la casa elegida por el teniente Valdez para la redada contra el cardenal Mulligan-Flanagan, una docena de efectivos del SWAT de la policía local aguardaban dentro de una furgoneta el momento para salir a escena.
El vehículo, enteramente pintado de negro, no tenía marcas distintivas que revelaran su procedencia y mucho menos su letal contenido. Armados hasta los dientes, los SWATs esperaban la orden de entrar a la vivienda, a matar o morir.
En los alrededores, dos automóviles se encontraban estacionados con las luces interiores apagadas.
En uno de ellos, enrollados sobre cada una de sus humanidades para no llamar la atención, se encontraban el teniente Valdez, el sargento Collins, el coronel israelí Shimon Cohen y sus hombres del Mossad. En otro estábamos el fiscal de la ciudad de Nueva York, Clarence Benjamin, mi amigo Joe O’Brian y quien esto escribe.
Nosotros no participaríamos en la intrusión en la mansión. Tampoco lo harían los hombres del Mossad. Tan solo los marshalls intervendrían en esa operación y en ultima instancia la policía de Staten Island resguardada en otros vehículos.
En uno de los autos, Valdez y Cohen departían sigilosamente acerca del plan de batalla.
-Me parece adivinar cuál es su estrategia, teniente, le dijo en un momento el veterano Cohen al dominicano.
-¿Qué es lo que ha adivinado coronel?, le preguntó Valdez.
-Usted aprovecha que el jefe enemigo no está presente en la batalla para golpearlo en su retaguardia y sembrar en él el miedo y la incertidumbre que lo lleven finalmente a la derrota.
-Coronel, veo que sabe perfectamente lo que dice, dijo Valdez.
-Es obvio que lo que está buscando es darle al cardenal un mensaje que desnude su fragilidad. Es como si le estuviera diciendo “andamos tras tus pasos, no puedes prever donde será el próximo golpe pero en cualquier momento te atraparemos”, dijo el coronel.
-Algo así, coronel, coincidió Valdez.
En eso estaban, cuando dos hombres llegaron a la antigua casona. Ayudado por unos binoculares, Valdez confirmó que ninguno de los dos era el cardenal. Llamaron a la puerta usando el viejo llamador de bronce y el viejo mayordomo les franqueó la entrada previa presentación de la contraseña.
-Dos más y suman siete, dijo el coronel, quien preguntó curioso:
-¿Cómo harán para entrar? Supongo que tienen una contraseña.
-La tenemos. Es una copia que me dio Carmel Flanagan en su lecho de enfermo en la aldea de Greenbrae. Con que el mayordomo abra unos centímetros la puerta nosotros entraremos “a sangre y fuego”.
Valdez infirió que esos dos eran los últimos ya que, una vez que entraron a la casa, el mayordomo cerró las cortinas de la puerta de entrada, dando así por finalizado el ingreso de participantes al encuentro.
El teniente tomó su “walkie-talkie” que lo comunicaba con la unidad SWAT y, pronunciando tan solo una palabra, dio por iniciada la operación:
-¡Entramos!
La puerta trasera de la furgoneta se abrió, y los efectivos de SWAT se ubicaron alrededor del vehículo. Valdez y Collins salieron del automóvil donde se encontraban, y se unieron a los agentes especiales, que se dividieron en dos grupos, los que a su vez se dividieron en parejas. Un grupo denominado grupo B corrió hacia la parte trasera de la casa, donde se apostaron ante una eventual fuga por la retaguardia. El grupo principal, el grupo A donde estaban los marshalls, se aproximó al frente de la casa, ocultándose en las sombras que brindaban los árboles que rodeaban la vivienda.
Una vez que los del grupo B quedaron apostados y listos para entrar en combate en la parte de atrás, Valdez y Collins se acercaron a la puerta de entrada de la mansión, y valiéndose de un espejo especialmente montado al final de un soporte telescópico, espiaron el interior de la vivienda a través de una pequeña ventana que estaba sobre la puerta. Así confirmaron que dentro de la casa se encontraban unos siete individuos dispuestos en el fondo del salón.
Los marshalls comunicaron por señas la novedad y llamaron a la puerta usando el antiguo llamador de bronce.
El mayordomo tardó en abrir. Al parecer no esperaba invitados rezagados. Pero finalmente, la curiosidad pudo más y el sirviente decidió ocuparse de los visitantes impuntuales.
Al correr la cortina, el viejo criado se encontró frente a frente con un teniente Valdez vestido con un impecable traje gris y una corbata oscura, muy lejos de la indumentaria de combate con chalecos antibalas y granadas de los SWATs. Y esa apariencia que, por un lado, le inspiró confianza, por otro lado fue en realidad su perdición.
El criado preguntó:
-¿Contraseña?, y Valdez respondió seguro:
-Arcángel San Gabriel, la contraseña que había obtenido Carmel Flanagan de su propio hermano.
Sin dudarlo, el viejo abrió unos centímetros la puerta, y entonces Valdez la empujó con todo el peso de su cuerpo, derribando al sirviente. Cayó al suelo aturdido, al tiempo que Collins arrojaba dos granadas aturdidoras y de humo en la sala principal de la mansión y el resto de los SWATs del grupo A entraban en la casa disparando sus armas sobre los sitiados, generando una profusa balacera en todas las direcciones.
El líder del grupo, un sargento de apellido Lee, ordenó repartirse en parejas por todo el lugar, buscar cobertura y disparar a discreción a los sitiados.
Los locales tardaron en reaccionar debido a la granadas aturdidoras, pero pronto se recompusieron y afinaron su puntería sobre los sitiadores.
Cualquier refugio servía para parapetarse, ya sea un piano, una cocina, un armario o una pequeña biblioteca con libros antiguos.
Lee y sus hombres, con Valdez y Collins entre ellos, se movían por todo el interior de la casa disparando y derribando a sus atacantes. La voz del sargento se escuchaba nítida mientras corría y cambiaba todo el tiempo su ubicación en el terreno:
-¡Sospechoso uno abatido!, ¡Sospechoso dos abatido! ¡Sospechoso tres abatido!
Pronto, tres atacantes, escudados en sus disparos, subieron por la escalera de madera que daba al piso superior de la mansión y desde allí comenzaron a disparar fuego graneado sobre los policías, que habían perdido dos hombres, heridos por las balas de los sitiados.
En un instante, Collins miró hacia el piso de arriba y poniendo en peligro su vida, corrió en medio de las balas para tomar una granada explosiva de uno de los SWATs caídos y, arrancándole el seguro, la arrojó sobre los atacantes del piso superior. La tremenda explosión hizo volar por los aires a los parapetados en la planta alta. Cayeron sin vida sobre la alfombra persa de la sala principal de la mansión.
El sargento Lee se detuvo un momento para escuchar el silencio que anunciaba el fin del tiroteo y entonces ordenó el alto el fuego.
Lee se acercó a los atacantes derribados y constató que los tres y los restantes atacantes estaban muertos. El oficial tocó su micrófono y reportó.
-¡Enemigo abatido, dos heridos propios, operación finalizada, código 4!
Ese era el código interno de SWAT que anunciaba el final exitoso de una operación.
Luego, miró a un par de sus hombres y le ordenó registrar el resto de la casa en busca de posibles atacantes.
-¡Casa despejada!, se escuchó por el auricular de Lee. Los SWATs salieron del lugar hacia su vehículo al tiempo que los restantes invitados al paseo ingresaban en la mansión.
La sala principal de la casa parecía haber sido el centro de un bombardeo. Casi nada quedaba en pie. La fina “boiserie” de nogal que recubría las paredes aparecía acribillada por los cientos de balazos recibidos de las pistolas de los sitiados como de las armas automáticas de los sitiadores. Todo el ambiente aparecía cubierto de los restos de la madera que otrora decoró esa sala suntuosa en sus buenos tiempos.
Collins empezó a revisar cajón por cajón de los muebles que aun quedaban en pie.
En un momento, Valdez observó al viejo criado que seguía yacente en el piso de roble de Eslavonia y, movido por la curiosidad, se acercó a él para constatar si todavía respiraba.
Al darlo vuelta para tomarle el pulso carotideo, Valdez descubrió que el viejo mayordomo había sido alcanzado en su pecho por varios proyectiles disparados por los invitados hacia los SWATs.
Valdez le cerró los ojos y lo cubrió con una cortina que había caído en la refriega. El veterano detective pensó para sí:
-¡Pobre viejo! ¡Qué forma absurda de morir! ¡Acribillado por sus propios huéspedes!.
Collins regresó lleno de papeles después de inspeccionar la casa por dentro y mirándolo a Valdez le dijo entusiasmado:
-Encontré estos documentos en lo que parece ser un estudio, pero la casa tiene muchas más habitaciones que están cerradas con llave y, además, encontré un acceso a un sótano que deberíamos examinar con la luz del día.
-¡Perfecto Steve! -exclamó el teniente mirándolo de reojo al coronel Cohen, quien se acercaba- algo me dice que nuestros nuevos amigos del Mossad estarán muy contentos de hacer esa pesquisa.
-¿No lo sabía teniente? Somos los expertos en arqueología documental. Mañana comenzamos, eso sí, si nos pone una custodia en la casa y la declara escena del crimen. Le prometo que tendremos éxito.
El cardenal no regresaría en varios días, aunque, cuando se enterara de la incursión, aceleraría su vuelta a casa.
-John –interrumpió el fiscal Benjamin- le pediré a SWAT que permanezca en la casa custodiando. Mañana a primera hora le pediré al juez Thomas que decrete el secreto en la investigación que surja de esta redada. Así que nadie, empezando por el dueño de casa, podrá ingresar a la vivienda.
El fiscal miró al coronel Cohen, a quien había conocido esa misma noche, y le aclaró:
-Lamentablemente coronel, como seguramente sabe, ustedes no tienen jurisdicción en este país. No pueden actuar. Pero podrían ingresar a la casa si están acompañados por el teniente Valdez o algún otro Marshall, y seguidamente, reflexionó:
-De todas formas, ustedes saben muy bien cómo investigar y actuar sin permiso.
Cohen asintió con una sonrisa y Benjamin le estrechó fuertemente la mano.
-¿Qué tal es el juez Thomas?, le preguntó Valdez a Benjamin.
-Lo conozco hace veinte años. Buscaste un fiscal decente y confiable y yo te llevaré a un juez federal honesto y eficiente absolutamente incorruptible.
-¿Un juez federal dijiste, no entiendo...? preguntó Valdez y agregó:
-¿Me perdí de algo mientras estuve en Irlanda y no me contaste?
-Hoy el Senado, por mayoría, acaba de aprobar mi pliego para fiscal federal especial y tu investigación será mi primer caso, dijo, orgulloso, Benjamin.
Valdez abrazó a su amigo, Cohen levantó sus dos pulgares con un gesto que trasuntó optimismo y con Joe y Collins aplaudimos fervorosamente.
Antes de salir, Valdez consideró que la investigación ameritaba nuevamente su pregunta sin respuesta:
-Discúlpeme coronel, no quiero parecer impertinente con usted, pero es importante para mí conocer la situación personal, en relación a ustedes, de la victima del homicidio que ha provocado toda esta vasta e intrincada investigación. Dígame por favor: ¿Norman Blake trabajaba para el Mossad?
Cohen hizo una pausa como si se refugiara por un momento en sus propios pensamientos. Miró hacia el cielo un segundo como buscando el consejo de Dios y ordenando sus recuerdos casi susurró:
-Beni...
-¿Cómo dijo...? interrogó Valdez.
-Beni...volvió a decir el viejo coronel ahora con nostalgia.
-¿Qué quiere decir con “Beni”, quién es Beni...? preguntó el policía.
-El mejor entre los mejores. Alguien irremplazable. Y agregó:
-Beni era el nombre de guerra de Norman. Hacia años que investigaba por su cuenta el trafico y venta de niños judíos a jeques árabes y dictadores pedófilos. Llevaba un archivo de documentos, causas y denuncias que era invalorable. Su muerte nos devastó. Nos enteramos de ello cuando la CIA secuestró la pistola que usted encontró en su apartamento, una Beretta M71 calibre .22 con silenciador, el arma de todo un agente del Mossad que se precie de serlo.
Valdez había recibido una respuesta absolutamente afirmativa del veterano militar y jefe de los espías israelíes mas selectos: Norman Blake fue un espía del Mossad que investigaba los crímenes del cardenal irlandés. Y fue de los mejores.
Cohen miró a Valdez y preguntó:
-¿Ha escuchado hablar usted de “Los papeles de Norman”?. ¿Sabe acaso dónde están?
Valdez pensó un instante y respondió:
-Creo tener el paradero de esos documentos. Le adelanto que no están en la maleta que me dio Carmel Flanagan en Irlanda. Cuando le pregunté si tenia pruebas del tráfico y venta de niños judíos me dijo que no tenia nada pero que dicha prueba se encontraba en un paquete de papeles de Norman Blake, un paquete aparte que Norman le había dado en custodia a...
-¡...A una niña...! Interrumpió Cohen excitado.
-¡Exacto! ¡Una niña!. Y nosotros tenemos la localización exacta de la pequeña.
-Esos papeles son extremadamente importantes para nosotros teniente, y para ustedes también. Es el trabajo de años de uno de nuestros mejores agentes, asesinado por el principal sospechoso de este crimen a quien tanto usted como yo perseguimos para que se haga justicia, y agregó:
-Ahí está toda la prueba de ese aberrante crimen, y lo sindica al cardenal como el principal criminal que destruyó familias enteras.
Valdez volvió a pensar y le preguntó al veterano soldado del Golan con una suerte de guiño:
-Dígame, coronel ¿Tiene ganas de visitar el Lejano Oeste?
-¿Cuándo salimos?, preguntó Shimon entusiasmado, y ambos se abrazaron como un par de adolescentes mochileros.
Al dejar la casa satánica atrás, todos partimos hacia cada uno de nuestros rumbos dejando atrás una mansión cuyo interior se asemejaba a un espeluznante queso gruyere con agujeros y sangre por todas partes.
A mi me esperaba Lucinda plena de amor tropical, Joe prefirió alojarse en lo del sargento Collins, quien no tenia concubina pero sí un cómodo departamento de soltero sin apuro; y el teniente Valdez, al modo de triunfante Odiseo, volvía a su isla de Itaca tras vencer al Cíclope. En su palacio lo aguardaba tejiendo y destejiendo su amada Penélope, que aquí se llamaba Rosalyn.
Cuando Valdez entró en su casa, Rosalyn lo abrazo y ambos se conectaron en un beso prolongado de “saudade”. La casa olía a esplendida comida, pero Rose tenia algo importantísimo para comunicarle a su compañero y así lo hizo. Llevando al teniente hasta el teléfono, Rosalyn le mostró un último llamado telefónico recibido ese mismo día. Era de Esperanza, el primero en meses, y su mensaje decía:
-Hay hombres extraños en el pueblo y con mi madre tenemos miedo. Están hablando con los pobladores y, al parecer, buscan a una niña y unos papeles. Por favor vengan a ayudarnos.
Valdez miró a Rosalyn, y solo dijo:
-Mañana salimos con el Mossad y toda la tropa.
(Continuará)