Ángel Di María vuelve al club de sus orígenes, pero esta no es sólo la historia de un regreso futbolístico. Es la historia de una promesa cumplida, de un sueño que empezó a forjarse a pedalazos por las calles de Rosario, con una bicicleta oxidada, una madre incansable y un hijo que soñaba con ser jugador profesional.
Rosario Central anunció oficialmente el regreso de Fideo. A los 37 años, y tras vestir camisetas pesadas como las del Real Madrid, Manchester United, PSG, Juventus y Benfica, el campeón del mundo con la Selección Argentina eligió volver al lugar donde todo empezó.
Pero detrás de ese regreso hay una historia que emociona. Cuando Di María era un pibe, su familia no tenía auto. Vivían a 9 kilómetros del predio donde entrenaba el Canalla, y la única forma de llegar era gracias a Graciela, una vieja bicicleta amarilla. Su madre, también llamada Graciela, fue quien pedaleó cada día con frío, con lluvia, de noche y llevando a Ángel detrás, a su hermana sentada en el canasto (que su padre tuvo que adaptar con una sierra), y un bolso con los botines pegados con cinta y algo de comida.
“Mi mamá solo seguía pedaleando. Graciela nos llevaba donde tuviéramos que ir”, recordó Fideo en una carta publicada años atrás. Esa imagen, la de una madre empujando los sueños de su hijo sobre una bicicleta maltrecha, es mucho más que un recuerdo: es el símbolo de una lucha silenciosa y de una familia que apostó todo por una ilusión.
Pero no todo fue alegría. A los 15 años, Ángel pensó en dejar el fútbol. Un técnico de inferiores lo humilló delante de sus compañeros, diciéndole: “Sos un cagón, nunca vas a llegar a nada”. Esa noche lloró solo en su habitación, creyendo que no servía para esto. Fue su mamá quien lo sostuvo, lo abrazó y le dijo: “Dale un año más, vos podés lograrlo”. Y lo logró.
Su padre también fue clave: le dio tres opciones claras a los 16 años, trabajar, estudiar o intentar un año más con el fútbol. Por suerte, eligieron seguir probando. Y ese “último intento” terminó en una carrera brillante, con títulos en Europa, una Copa América, una Finalissima y un Mundial, con gol incluido en cada final.
Ahora, Di María vuelve a Rosario. A su casa. No sólo al club donde debutó en 2005, sino al barrio donde empezó a soñar. A esa ciudad que lo vio crecer con los botines rotos, pero la voluntad intacta. A ese Central que su madre, hincha fanática, gritaba con pasión cada clásico, aunque su padre fuera de Newell’s.
El regreso de Fideo es también el regreso de esa bicicleta que pedaleaba sueños. De esos días de barro y viento en los que nadie lo veía, pero su madre ya lo imaginaba campeón. Y hoy, con la camiseta de Central en el pecho, ese chico vuelve a decirle gracias.