El 18 de septiembre de 1995, Diego Armando Maradona escribió otra página inesperada de su historia. Esta vez no fue con la zurda mágica ni con un gol inolvidable, sino con un gesto político y gremial que buscaba cambiar el fútbol desde adentro. Ese día, en el hotel Méridien de París y rodeado de figuras de primer nivel como Éric Cantona, Laurent Blanc, Gianluca Vialli, George Weah y Gianfranco Zola, el 10 fundó la Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales (AIFP), un sindicato que apuntaba directo al corazón de la FIFA de Joao Havelange.
Diego todavía estaba cumpliendo la sanción de 15 meses por doping en el Mundial de Estados Unidos. Le faltaban apenas 12 días para volver a ponerse la camiseta de Boca, pero ya estaba pensando en otra pelea: la de los jugadores contra los dirigentes. Lo suyo no era sólo una reacción personal; era una convicción que traía desde México 86, cuando junto a Jorge Valdano había cuestionado los horarios insólitos de los partidos en la altura del DF. En París, Diego le puso nombre y forma a esa rebeldía. “Queremos que los jugadores participen en todo lo que se decida en el fútbol. Hasta ahora no hemos podido decir nada, pero eso se terminó”, lanzó al presentar la AIFP.
La foto fue impactante. Trece cracks de distintas nacionalidades firmaron el acta de fundación y acompañaron al 10 en la conferencia de prensa. Cantona, fiel a su estilo provocador, dejó frases irónicas, mientras Maradona prometía que el gremio sería un interlocutor real frente a la FIFA. Incluso futbolistas como Enzo Francescoli y Bebeto enviaron su adhesión a la distancia. La prensa mundial lo tomó como un hito y en la Argentina los diarios titularon con ironía y admiración: “El compañero Diego”.
Sin embargo, el camino no sería fácil. La AIFP volvió a reunirse en 1996 y 1997, incluso organizó un partido solidario en Barcelona a beneficio de Jean Marc Bosman, el jugador que revolucionó el mercado de pases. Allí estuvieron Maradona, Stoichkov, Vialli, Mancini y hasta Di Stéfano en los bancos. Pero la convocatoria de público fue mínima y la presión de la FIFA resultó letal. Al sindicato le faltaba estructura, representatividad en las bases y sostén económico. Se apoyaba más en nombres rutilantes que en los miles de jugadores que realmente necesitaban respaldo.
Con el tiempo, la AIFP quedó en el olvido y FIFPRO, creada en 1965, creció hasta convertirse en el sindicato global reconocido, con más de 70 países afiliados y 65.000 futbolistas representados. Pero lo de Diego quedó como un gesto simbólico de lo que siempre fue: un líder que nunca tuvo miedo de desafiar al poder, que defendía a los suyos y que entendía al fútbol como un espacio de lucha además de un espectáculo.