Lo que está pasando en Vista Alegre no es nuevo. Es una historia que se repite en Neuquén una y otra vez. Primero fueron las Valentinas. Una historia donde el poder político se arrodilla ante los intereses inmobiliarios. Los vecinos de Vista Alegre reclaman al gobierno una ley de Protección del Suelo que resguarde las tierras irrigadas, y los vecinos tienen que salir a la calle para defender lo que les pertenece: su tierra, su forma de vida, su tranquilidad.
El gobernador Rolando Figueroa reafirmó que el futuro de Neuquén debe basarse en una diversificación económica sustentable, con una protección estricta de las chacras y una planificación urbana que no avance sobre el territorio productivo; pero para el gobierno de Vista Alegre hoy, la excusa es una modificación del Código de Ordenamiento Urbano. Palabras técnicas, frías, de escritorio. Pero detrás de esas letras hay una maniobra que huele a negocio, a tierra barata, a promesas de progreso que terminan beneficiando siempre a los mismos.
¿Progreso para quién? Esa es la pregunta que hay que hacer. Porque cuando el progreso significa llenar de cemento una comunidad que vive de su tierra, cuando el progreso destruye lo que le da identidad a un pueblo, entonces ya no es progreso: es negocio.
Vista Alegre es una de esas pocas localidades que todavía conserva alma. Tiene calles tranquilas, vida comunitaria, historia, vecinos que se conocen. Pero parece que eso molesta. Porque para algunos, todo lo que no puede venderse, estorba. Y ahí aparecen los proyectos, los planos, las ordenanzas apuradas.
Y detrás, los apellidos de siempre. Los que hacen de la tierra un commodities. Los que transforman los sueños de una comunidad en parcelas de inversión.
Mientras tanto, los funcionarios repiten el libreto de siempre: “desarrollo”, “planificación”, “crecimiento”. Palabras vacías que usan para justificar lo injustificable. Porque nadie les explicó que planificar también significa preservar. Y que crecer no es vender todo al mejor postor. Los vecinos de Vista Alegre no están en contra del progreso. Están en contra del atropello, y tienen razón. Porque ya vieron cómo termina esta historia: primero llegan los loteos, después las promesas de servicios que nunca se cumplen, y, al final, los barrios privados donde antes había comunidad.
Lo que está en juego no es una simple ordenanza: es la idea de provincia ¿Queremos una Neuquén entregado a los especuladores, o una Neuquén que crezca cuidando su identidad? La política neuquina, una vez más, parece mirar para otro lado. Cuando no mira, participa. Porque los mismos que deberían defender a los vecinos, son los que levantan la mano para aprobar los negocios.
Los concejos deliberantes dejaron de ser ámbitos de representación para transformarse en escribanías del poder económico. Se aprueban cambios a la madrugada, se esconden los planos, se hacen audiencias públicas sin público, y después se habla de “transparencia institucional”. El problema no es solo Vista Alegre. El problema es un modelo que se repite en toda la provincia. Municipios que venden futuro a cambio de rentas inmediatas, gobiernos que confunden desarrollo con loteo.
Dirigentes que olvidan que el suelo no se fabrica: se cuida. Lo que defienden los vecinos de Vista Alegre no es un capricho. Defienden su derecho a decidir cómo quieren vivir. Eso, en tiempos donde todo se compra y se vende, es un acto de rebeldía. Porque detrás de cada loteo hay un negocio, detrás de cada excepción al código hay un favor, y, detrás de cada silencio oficial, hay complicidad.
Vista Alegre está dando una lección que muchos políticos deberían escuchar: el progreso no se impone, se construye con consenso y respeto. Si el poder no lo entiende, será el pueblo el que marque los límites. Porque esta tierra no necesita más promesas, necesita decencia. Si hace falta salir otra vez a la calle para recordárselo a los que gobiernan, que así sea. Vista Alegre no está sola. Es el símbolo de una provincia que todavía se anima a decir “basta”.
Basta de negocios disfrazados de progreso. Basta de funcionarios serviles. Basta de usar el Estado como escribanía de los poderosos. Porque, cuando el pueblo se organiza y defiende lo suyo, no hay código, ni ordenanza, ni intendente que pueda borrarlo. Eso —por suerte— todavía pasa en Neuquén.
Al final, todo se resume en esto: hay dos Neuquén. Uno que se vende, y otro que resiste. El primero habla de desarrollo, pero piensa en dólares. El segundo defiende su tierra, su historia y su forma de vida. Cuando esos dos Neuquén chocan, siempre son los mismos los que pierden: los vecinos, los que pagan impuestos, los que crían hijos y plantan raíces.
Vista Alegre no está peleando contra el progreso. Está peleando contra la codicia. Contra la política que se arrodilla, contra los empresarios que compran favores, y contra el silencio cómplice de los que deberían cuidar el bien común. Porque, cuando el Estado se convierte en socio del negocio, cuando los concejos votan con la mano de otros, y cuando la palabra “ordenamiento” se usa para encubrir la entrega, ya no estamos discutiendo urbanismo: estamos discutiendo dignidad.
Y la dignidad, señor intendente, señores concejales, no se modifica por ordenanza. No se vende al mejor postor. No se negocia en una mesa chica. La dignidad de un pueblo no se firma, se defiende. Y eso es lo que están haciendo los vecinos de Vista Alegre: defender lo que muchos en el poder ya olvidaron. Porque pueden cambiar los códigos, pueden cambiar los gobiernos, pueden cambiar los discursos, pero hay algo que no cambia nunca: la gente que no se deja pisar. Y cuando esa gente se levanta, cuando dice basta, cuando pone el cuerpo frente a los negocios, entonces el poder tiembla.
Por eso hoy, desde este espacio, lo decimos sin miedo: Neuquén no está en venta. Ni su tierra, ni su gente, ni su dignidad. Y si defender eso molesta, mejor. Porque quiere decir que todavía hay periodistas, y todavía hay pueblos, que no se callan frente a la injusticia.