En estas horas en las que la atención pública está puesta en su recuperación, la figura de Joaquín Levinton vuelve a ocupar un lugar central, pero desde un costado más íntimo. Detrás del showman, del líder carismático de Turf y del ícono del rock nacional, hay una historia personal marcada por vínculos profundos, excesos asumidos y una sensibilidad que pocas veces se ve sobre el escenario.
Nacido en Buenos Aires en una familia de clase media, Joaquín Levinton creció rodeado de afectos y de una figura clave que lo acompañó siempre: su abuela paterna, Luisa. Él mismo la definió como “el jefe de la familia”, una presencia protectora que lo alentó incluso cuando su personalidad empezaba a desbordar los límites. Esa relación fue un refugio en sus años más intensos.
En entrevistas posteriores, recordó con ternura gestos que marcaron su infancia. Contó que su abuela le pasaba “plata por abajo de la mesa” y que sentía un lazo especial por ser “el primer nieto varón”. Esa complicidad convivió con una adolescencia inquieta y con un deseo temprano de romper moldes, que más tarde se traduciría en una identidad artística tan exagerada como auténtica.
Desde 1995, Joaquín Levinton se convirtió en la cara visible de Turf y en un personaje imposible de ignorar. Hits como Loco un poco o Pasos al costado lo transformaron en parte del inconsciente colectivo, pero su vida privada también alimentó el mito. En 2009, su romance con Celeste Cid acaparó miradas y titulares, en un momento emocionalmente complejo para ambos.
Sobre su forma de vincularse, él mismo fue honesto: “Soy muy enamoradizo”. Aunque aseguró disfrutar de la soledad, también admitió que le gusta estar en pareja y que desconfía de quienes se enamoran “del rockstar”. Esa tensión entre el amor genuino y el personaje público fue una constante en su recorrido sentimental.
El rock, reconoció, le dio muchas cosas, pero también le trajo conflictos. Joaquín Levinton nunca ocultó su costado caótico y llegó a definirse sin culpa: “Me gusta armar quilombo. Es parte del rock”. Esa intensidad se reflejó incluso en su relación con el dinero, cuando confesó ser “un desastre para los números” tras acumular deudas por simple descuido.
Los excesos también fueron parte del camino. Aunque nunca pasó por rehabilitación, admitió haber tenido etapas en las que fue intenso e incluso “insoportable”, algo que preocupó a su entorno más cercano. Sin embargo, siempre sostuvo que jamás perdió el eje ni el contacto con la calle, ese lugar donde dice sentirse más auténtico.
Hoy, mientras el mundo del rock espera su recuperación, esa mezcla de sensibilidad, caos y carisma vuelve a tomar sentido. Joaquín Levinton no es solo un cantante querido: es una historia viva del rock nacional, con luces y sombras, que atraviesa un momento delicado acompañado por el afecto popular que supo construir a lo largo de toda su vida.