La exposición de Gran Hermano le abrió las puertas a la televisión, pero también dejó heridas difíciles de procesar. En “Se Picó”, Romina Uhrig se animó a contar una parte de su historia que hasta ahora no había relatado con detalles que atravesó un período de adicciones, vacío y dolor, en el que sintió que perdía el control de su vida. El relato, crudo y sincero, sorprendió y encendió la preocupación.
Después del reality, Romina intentó rearmarse. Se reencontró con su ex, Walter Festa, pero al poco tiempo la relación terminó definitivamente. A partir de allí, según reconoció, cayó en una espiral de oscuridad. Cuando sus hijas se iban con su papá, ella buscaba escapar de su casa y de lo que sentía. “Quería olvidarme de todo”, admitió al recordar esa etapa marcada por la noche y los excesos.
El quiebre comenzó cuando decidió pedir ayuda y entendió que no podía sola. En su testimonio, aseguró que hubo una persona clave para frenar la caída: su hija mayor. “Pude salir primero porque una de mis hijas (la mayor, Mia, de 15 años) me ayudó, después porque soy muy creyente y porque me tocó un muy buen especialista que me sacó adelante”, contó Romina Uhrig en Se Picó.
Con el paso del tiempo, pudo tomar distancia de lo que estaba viviendo y ponerle palabras. “Estuve haciendo cosas que claramente no estaban bien”, reconoció, al revelar que ya lleva dos meses alejada de ese ambiente. En diálogo con Infama, agregó: “Fue un momento de caída, de mucho dolor, también puedo decir que creo que el dolor me llevó a hacer cosas”. Entre lágrimas, habló de depresión, ataques de pánico y una sensación de vacío que la empujó todavía más al límite.
En su relato, Romina explicó que la presión mediática y los comentarios hacia su persona tuvieron consecuencias que la desbordaron. “Cuando las nenas se iban con su papá... yo no me podía quedar en mi casa me tenía que ir de mi casa porque me quedaba llorando muy mal. […] Todo lo que se dijo de mi tuvo una consecuencia muy grave, me hizo meterme en la noche”, describió. Y sumó otro momento inquietante sobre cómo comenzó el consumo: “Fui muy frágil con una persona puntual del medio, que me convidó algo que me dio un momento de alegría que no quería que se terminara más”.
La situación fue escalando y perdió el control. “Lamentablemente no lo pude manejar y es triste porque siempre me creí fuerte y pasé por otras cosas feas”, admitió, al contar que llegó a medicarse bajo supervisión profesional y que una amiga le presentó a un psiquiatra cuando todo se volvió insostenible. “Empecé a consumir pastillas y no quería salir si no tenía eso”, confesó, describiendo un estado que la asustó.
Hoy, Romina Uhrig asegura que está mejor, sostenida por su familia, sus hijas y el tratamiento médico. Siente que atravesó un límite y valora poder hablarlo sin vergüenza, con la esperanza de que su experiencia sirva para otros.